martes, 23 de junio de 2009

Vacaciones

Llegó el verano y con él las vacaciones. Vacaciones para los niños, para los trabajadores y hasta el parado tiene vacaciones. ¿Pero los hijos dejamos de ser hijos en vacaciones?, ¿los padres dejan de ser padres en vacaciones? Casi podemos decir justo lo contrario; porque la familia suele “veranear” junta, y los que no lo hacen juntos, al menos, se telefonean para saber unos de otros. Entonces… ¿Por qué damos vacaciones al Señor? Hay gente que incluso dejan de ir a misa el domingo porque están de vacaciones.

Los padres que tienen hijos pequeños están más pendientes de ellos ahora que en otra época del año. Cuando están en la playa o en la piscina, los vigilan constantemente para que no les pase nada ante el peligro del agua, peligro que los niños en su inocencia no ven. Pues nosotros igual, porque somos hijos de Dios, y Él, como nuestro Padre, no cesa ni un segundo de vigilar ni de cuidar de todos nosotros. Y, al igual que los hombres, mucho más ahora en este tiempo vacacional, donde el ocio nos envuelve de forma superlativa.

Siempre hemos oído decir que es mejor estar muy ocupados para no estar ociosos; porque el ocio es una inmensa grieta por la que se cuela el enemigo para poder hacer de las suyas.

Pues que en este tiempo de vacaciones, lo pasemos bien, descansemos y cojamos fuerzas para el resto del año, pero no dejemos de lado al Señor porque es nuestro Padre y Creador y a Él le debemos todo lo que tenemos. Sí, todo lo que tenemos, hasta las playas que usamos para pasar ese tiempo de relax que tanto pensamos que nos merecemos.

Que así sea.

Dios os bendiga.

viernes, 19 de junio de 2009

El perdón

Mis queridos hermanos. Hace tiempo que no escribo nada. Siempre he tenido algo que hacer y me ha impedido hacerlo. Cierto es que, podría haber sacado tiempo, pero también confesaré que tengo tantas cosas que me gustaría escribir, que se me acumulan en mi cabeza y no me dejan centrarme en ninguna en concreto. Aunque no tengo obligación de escribir nada, quiero pedir perdón porque es algo que me había propuesto y no estoy siendo capaz de cumplirlo.
He estado, como muchos de vosotros sabéis (ya que también habéis estado) asistiendo a una serie de charlas o enseñanzas por parte de un par de hermanos en el Señor. Muchas veces he asistido a oraciones de sanación interior, he leído acerca de ellas, he oído y leído testimonios de esta poderosa oración. Y, aunque van íntimamente relacionadas, son pocas las veces que he escuchado una charla sobre el perdón. Y quizás hoy, al asistir a una enseñaza y una oración de perdón, me ha hecho pensar y escribir sobre esto.
Hemos oído decir “yo perdono pero no olvido”. Siempre me he preguntado que cómo es posible tal cosa. Si no olvidamos nos queda ese resentimiento, esas ansias de venganza que hace que nuestro perdón no sea tal cosa.
Es cierto que si no perdonamos nos queda eso en nuestro interior. Cuando vemos a la persona que no hemos perdonado, se nos remueve algo dentro que no es bueno; y no es bueno porque además, las sensaciones son desagradables, de malos deseos, de odios, rencores… es el pecado que tenemos y nos va consumiendo sin que nos demos cuenta.
A mí siempre me surgía una duda con esto del perdón, y lo digo por si alguien también la tuvo o la tiene y le pueda servir. ¿Cómo podemos perdonar y amar a nuestros enemigos? Y entiendo por enemigo en este contexto, aquella persona que nos ha hecho daño en más de una ocasión (cuanto más si el daño ha sido reiterativo). Para empezar, nosotros tampoco somos perfectos y supongo que nos gustaría a todos que, si nos equivocamos con alguien ese alguien nos perdonase. La Biblia nos dice que Pedro preguntó a Jesús: ¿Cuántas veces tenemos que perdonar? Y Él le contestó que 70 veces 7. Esto no quiere decir que debemos perdonar 490 veces, sino que debemos hacerlo las veces que haga falta. Parece sencillo dicho, pero cuando llega la hora de la verdad, nos cuesta perdonar hasta la primera vez. No dejamos pasar una. A veces el daño es tan grande que a nuestra naturaleza humana parece que le es imposible perdonar. El hijo que ha sido abandonado por su padre le cuesta perdonarlo; al asesino de un ser querido, cuesta perdonarlo; al marido o a la esposa que ha sido infiel, cuesta perdonarlo, etc. Y entonces, cuando nosotros no nos vemos capaces de perdonar, aunque tenemos esa necesidad de hacerlo, es bueno que acudamos al Señor, ponerle el problema que tenemos a sus pies, entregárselo y que sea Él el que nos ayude y el que perdone por nosotros. Veremos que poco a poco vamos perdonando con su ayuda, porque el Señor no niega a sus hijos el amor y, ¿qué es el perdón sino una expresión de amor?
Pero llega otra duda que me surgía y que no era capaz de entender. Cuando perdonaba a las personas de las que recibía algún daño, éstas querían o se sentían en la obligación de que las relaciones fueran iguales. Decían que si no era igual, vaya perdón el mío. Pero mi lógica decía que si habían fallado en una cosa una, dos, tres… las veces que fuera, podrían hacerlo otra vez y de nuevo me harían daño. Con el tiempo aprendí y hoy lo he confirmado en esta enseñanza que escuché con atención, que para eso tenemos nuestra experiencia. Esta experiencia nos hace estar alertas en ese campo en que nuestro hermano es débil, para no volver a caer en el mismo error. Eso no quiere decir que no perdonamos, sino que debemos ser astutos y aprender de nuestras equivocaciones.
Una vez que perdonamos de verdad, el daño desaparece. Puede que poco a poco, pero termina desapareciendo. Hasta que llegue el momento que recordemos aquella situación que nos dañó y no sintamos ese dolor. Entonces el Señor habrá sanado completamente eso que teníamos dentro y que nos impedía ser nosotros mismos. El perdón nos libera de ataduras que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. No es que demos la razón como los tontos a la otra persona; no es que estemos de acuerdo con lo que sucedió. Se trata de llegar a aceptar aquello que nos dolió.
A veces me ayuda una expresión que repito mucho y es que “todo es para bien”. Si ha sucedido algo, no es que Dios lo ha querido así (Él nos da la libertad de elegir siempre), sino que ha permitido que sea así. Si Él no lo permite es porque no es bueno. Entonces, aunque sea dolorosa una situación, por la razón que sea, es porque es lo mejor que podía pasarnos en ese instante. ¿Contradicción? Aparentemente sí, pero también debemos recordar que nuestras ideas o nuestros planes, no son los planes del Señor. Y él no quiere nada malo para ninguno de sus hijos.
A veces, cuando rezamos la oración del Padrenuestro, recito para mi interior “así como nosotros deberíamos perdonar a los que nos ofenden”, ya que no siempre perdonamos a los que nos ofenden.
Y es que nuestro ego, nuestro orgullo, nuestra soberbia; en definitiva, nuestro pecado, nos impide perdonar, nos impide amar.
Tenemos la seguridad de que el Señor está siempre para ayudarnos, así que, esa confianza nos debe alentar para seguir luchando y perdonando.

Que el Señor os bendiga.