domingo, 28 de febrero de 2010

1 año

¡Estamos de enhorabuena!. Ayer cumplía "La Sinagoga de Cafarnaúm" su primer año en la red.
Por eso quiero agradecer, a todos los que entráis a este sitio, vuestras visitas. Visitas que me animan a seguir en esta labor de intentar evangelizar con esta herramienta y en este medio. Espero, con vuestra ayuda y sobretodo la del Señor, continuar y que vayamos creciendo todos, cada día un poquito más.
Que todo sea para la Gloria de Dios y bien de nuestras almas.

El Señor os bendiga.

martes, 23 de febrero de 2010

Proverbios 28, 20-28

Tenía necesidad de escribir y pensé en abrir la Biblia con el fin de que la parte que me saliera, fuese de la que escribiera. Me salió Pr. 28, 20-28. Y eso hice y aquí os lo dejo.

Nos encontramos ante una lectura del libro de los Proverbios en la que, vemos que, muchas veces, queriendo o sin querer, comprobamos que no somos tan buenos como nos pensamos a veces. Es lo que, comúnmente llamamos, “baño de humildad”.

En ocasiones, cuando escuchamos o leemos esta lectura, pensamos cosas del estilo “por mi no lo dice”. Entonces es cuando nos creemos buenísimos y caemos en la soberbia que tanto nos asecha. ¿Por qué?, pues porque nos creemos buenos, fieles, desprendidos, que confiamos en el Señor, sabios, justos…y no nos paramos a pensar ni por un instante que somos todo lo contrario. ¿Para qué pensarlo siquiera si no lo somos, verdad? Pues no.
El afán por conseguir riquezas (materiales y/o espirituales) nos lleva a ser avaros. Cada vez queremos más y además sin compartirla con nadie. Empezamos a pensar que somos superiores a los demás porque tenemos más o sabemos más cosas. Pero que lo nuestro no nos lo toquen. Tendemos a querer que lo de los demás sea nuestro porque tienen la obligación de compartirlo con nosotros, pero luego nosotros somos capaces hasta de romper relaciones con esos que un día nos dieron algo, por poco que fuere, porque puede que nos vayan a pedir y van a tener o saber lo mismo. ¿Por qué rompemos relaciones? Porque en realidad, tendemos a apoderarnos de lo que no es nuestro, y como consecuencia, surgirán las discordias, contiendas, desacuerdos… Y a cambio obtenemos… poco o nada que nos merezca la pena de verdad. Sin embargo, el que confía de veras en el Señor, será colmado de bendiciones. El que confía de verdad en el Señor, sabe que Él le va a proporcionar lo que necesita. Es cierto que no le dará lo que quiere si no es para su bien, pero por eso mismo, el que confía en Dios sabe que si él no le da lo que le pide, es que no le conviene. Esa confianza viene recompensada, como decía antes, con las bendiciones del Señor. ¡Qué mayor recompensa que esta!

Hablamos mal incluso de los que un día nos dieron algo, pero llega alguien nuevo a nuestra vida, que aún no hemos saqueado, y nos volvemos “pelotas” con tal de que nos den eso que aún no poseemos. Eso que conseguimos de las nuevas personas que hemos conocido no se la damos a las antiguas porque nos pueden igualar o superar; y a eso… ¡no estamos dispuestos! Eso si, sacamos nuestra mejor sonrisa falsa para que los demás piensen que somos buenos, dispuestos, caritativos, serviciales… y nos vamos creyendo nuestra propia mentira. Y crecemos en ella, convirtiéndola en nuestra realidad. En una simple y vulgar fachada. Débil, pero fachada al fin y al cabo.

Ignoramos que la fortuna que estamos adquiriendo, algún día, quizás no muy lejano, se convertirá en miseria. Se descubrirá quiénes somos. Se romperá esa débil fachada y aparecerá nuestro verdadero “yo”. Entonces sólo nos caben dos posibilidades: o nos humillamos o nos humillarán. ¡Qué pena de nosotros!

Hablábamos antes de hacer la pelota. Dice la lectura en su versículo 23: “El que reprende a otro será al fin más estimado que el hombre de lengua aduladora” ¿Qué quiere decir esto? El adulador, al principio, hace sentir bien con los halagos. El problema es que, aunque vea que las cosas están mal, sigue diciendo que están bien, satisfaciendo el ego del otro para seguir recibiendo algo a cambio. Pero con esto no estamos haciendo más que meter la pata. Primero porque es mentira lo que decimos, segundo porque impedimos que esa persona se corrija y siga equivocada. Quizás debiéramos decir las cosas que pensamos, con nuestro mayor cariño y nuestro mejor fin; porque, aunque duela al principio, el otro habrá enmendado su error si quiere, y si no quiere, por nosotros no quedará; que luego el Señor nos va a pedir cuentas de lo que hacemos o hemos dejado de hacer. Hay un ejemplo muy claro que nos ayudará a entender este punto. Antes, cuando no existía anestesia, el médico tocaba las heridas y al paciente le dolía. Sus gritos se podrían oír varios metros a la redonda. Y seguro se acordaría de la familia del médico. Pero luego le agradecía por haberle sanado.

Nos creemos imprescindibles. A veces, no queremos que nadie nos ayude en algo porque puede quedar al descubierto nuestras carencias. ¿Y qué? Acaso no leemos en otra parte de la Biblia “Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra”? (Mt. 5. 3-4) Además, dejándonos ayudar, aunque sea para lo más mínimo, nos enriquecemos todos. Todos aprendemos de todos, aunque parezca que sólo aprende el que solicita ayuda. Ahí se pone de manifiesto otra vez, que la confianza que tenemos en el Señor es de boca para fuera. Es decir, no existe tal confianza. Sólo lo decimos para quedar bien delante de los demás. Con esto, sólo nos engañamos a nosotros mismos y por supuesto, al que tenemos al lado, porque no permitimos que nos conozca de verdad.

Pero tampoco queremos ayudar porque nuestra avaricia nos lo impide. Pues recordemos que el que mira para otro lado al que pide ayuda, el Señor nos puede decir un día: “Todo lo que no hicieron por el más pequeño de sus hermanos, tampoco lo hicieron por mí” o algo como “No te conozco”. ¡Qué el mismo Jesús, al que decimos que conocemos, nos diga eso…! Me echo a temblar porque pensar lo que viene justo después… De ahí las maldiciones que nos habla lectura cuando cerramos los ojos o cuando miramos para otro lado.

Termino deteniéndome en el último versículo: “Cuando triunfan los malvados, todos se esconden; cuando desaparecen, se multiplican los justos” Hay una película de Disney que seguro habréis visto: El Rey León. Muchas veces pongo de ejemplo esa historia porque es real como la vida misma. En esta ocasión no será menos y la pondré de ejemplo una vez más. Seguro que, los que visteis el film y recordáis el argumento, ya estáis relacionándolo y asintiendo con la cabeza con un “es verdad” en vuestras mentes o débilmente en vuestros labios.
Para los que no sabéis de qué va el tema contaré un poco.
En la selva lucía el sol, el ambiente entre todos los animales era de verdadera hermandad, el agua y el alimento no faltaba ni a la más pequeña hormiga. Mufasa, jefe de la manada y rey de la selva, es el padre de un cachorrito de león llamado Simba. Scar es hermano de Mufasa y tiende una emboscada a éste, con ayuda de las hienas. Mufasa muere en el combate y como consecuencia, debería heredar el trono Simba, el cachorrito. Scar engaña a Simba para que se marche y así poder heredar él el trono. Simba se marcha y, gracias a nuevos amigos aprende el verdadero sentido de la amistad, aprende a sobrevivir, aprende a tener responsabilidades, aprende en definitiva, a ser rey. En ausencia de Simba, el malvado Scar, ha conseguido el poder a costa de la vida de su hermano, de mentiras y falsas promesas. La selva ha cambiado. En el cielo ya no luce el sol, las nubes negras se han apoderado creando una constante tiniebla. La vegetación ha desaparecido, los animales están raquíticos porque no tienen que comer. A pesar de eso, Scar sigue exigiendo que lo sirvan, no hace nada por los demás pero pide todo para él. Simba crece y se hace mayor. Ahora ya tiene una frondosa melena, digna de un verdadero rey león. Llega a su poblado, donde encuentra aquel paisaje tan desolador. No se parece en nada a al que había dejado cuando marchó. Se enfrenta a su tío Scar y consigue recuperar el trono. A partir de entonces, el sol vuelve a salir, la vegetación vuelve a aflorar, el alimento no falta a nadie, y hasta el agua parece correr más limpia que nunca.

Creo que es bastante claro lo que quiero decir con este argumento. Justamente lo que nos dice el versículo 28. Pues lo mismo pasa en nuestras vidas. Cuando el poder lo tiene alguien que no hace buen uso de él, ese alguien se puede beneficiar respaldándose, no en quién es, sino en lo que es en ese momento. ¿La consecuencia? El desorden, el caos, empiezan los alejamientos, quizás esperando humildemente a que lleguen mejores tiempos… en resumen, la ausencia del Espíritu.

Examinemos todos nuestro interior en esta cuaresma, y cambiemos lo que no nos está dando buenos resultados, para que florezcamos de nuevo y demos buenos y verdaderos frutos.


Que el Señor os bendiga.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Miércoles de Ceniza

Todos sabemos que la Cuaresma es la preparación a la Pascua. Sabemos también que dura cuarenta días (de ahí su nombre). Sabemos que es tiempo de oración, penitencia, ayunos, limosnas, abstinencias… pero no siempre obramos en consecuencia con lo que sabemos y, sobretodo, decimos. Palabras sabias y hermosas salen de nuestras bocas, pero, nada más. Quizá en esta nueva oportunidad que el Señor nos brinda un año más, deberíamos llevar a la práctica eso que tan bien nos sabemos.
¿Ayunar de comer? Si, ¿por qué no? Pero sería bueno que ayunáramos también de nuestros egos, orgullos, envidias, egoísmos, ansias de poder, materialismos, resentimientos, malas palabras a los demás, querer quedar por encima siempre… un sin fin de faltas que tenemos y que no nos viene nada mal, al menos reducirlas en este tiempo, para llegar un poco más limpios a la gran fiesta del año: La Pascua.
Si nuestro propósito y disponibilidad es sincera desde lo más profundo de nosotros mismos, el Señor nos tenderá la mano y nos ayudará a salir de la oscuridad de las tinieblas en las que nos encontramos.
Aprovechemos este desierto por el que hemos decidido pasar voluntariamente para nuestra conversión. El desierto no es obligatoriamente un lugar de silencio, pues en él, podemos oír los murmullos interiores que, normalmente no oímos por el excesivo ruido del “mundo” exterior. Por eso, es un momento en el que debemos reflexionar sobre todo lo que hacemos y hemos dejado de hacer. Profundizar bien hondo en nuestro corazón, en nuestra alma y limpiar todo aquello que nos ensucia y nos aparta de Dios.
Pero la vida sigue igual, no cambia porque estemos en este tiempo litúrgico, es decir, la familia, el trabajo, las preocupaciones… siguen. De ahí el esfuerzo que debemos hacer para adentrarnos y examinarnos.
En los municipios en los que vivimos, el carnaval se celebra en plena cuaresma. Es conveniente que, para ser verdaderos cristianos comprometidos y estar al servicio de lo que el Señor nos pida, que dejemos esas fiestas a un lado. Cada momento requiere lo suyo, y ahora no es el momento. Se han dado casos que, en este tiempo que empezamos hoy, miércoles de ceniza, en algún retiro de cuaresma, hay personas que se han ido a la mitad porque tenían que disfrazarse en el carnaval que se festejaba en su localidad. Por lo que se ve, en estas personas, Don Carnaval o Don Carnal ha vencido el combate a Doña Cuaresma. Con esto no es mi intención juzgar a nadie. ¿Quién soy yo para juzgar? (y lo digo desde lo más sincero de mi interior) Sin embargo, me sirve de ejemplo, ya que, casos como estos, son a los que me refiero cuando digo que tenemos que ser consecuentes con lo que vamos pregonando. Dejar de ser como los fariseos de los que nos habla el Señor en el Evangelio del día de hoy (Mt. 6, 1-6. 16-18)
Si pedimos al Señor que quite lo que no sea suyo, que sea de verdad. Que no se quede en palabrería barata y que en nuestro interior haya algo que lo impida, porque de esa forma, no sucederá. A Él no podemos engañarle porque es capaz de ver hasta en lo más hondo de nuestro ser. Nadie nos conoce como Él, y nadie respeta nuestras decisiones y libertad como Él. Así de maravilloso es el Señor de señores.
Seamos como el hijo pródigo y volvamos sincera y humildemente con quien nunca deberíamos habernos apartado.
Que tengamos una santa y provechosa Cuaresma.

El Señor os bendiga.

jueves, 11 de febrero de 2010

Nuestra Señora de Lourdes

Días atrás recibí un email precioso de un gran AMIGO mío. Es un power point que propone unas razones para ser feliz y para recordarnos que siempre hay alguien que está a nuestro lado, que nos quiere de verdad. Es más, empieza diciendo que estas razones deberíamos pegarlas al lado del espejo del baño para que las veamos todos los días y no se nos olvide. Pero una de las razones me llamó la atención y dice así: “La única razón por la que alguien te odiaría, es porque quiere ser como tú”.
Y es verdad.
Hay personas que no pueden evitar seguir nuestros pasos, intentar quitarnos de nuestro lugar y colocarse ellos. Si hacemos algo bien, les remuerde no haberlo hecho ellos. Si alguien nos felicita por algo, les hubiera gustado a ellos que les felicitasen por lo mismo. Si hacemos algo mal, te echan más leña para que ardas en el error y, en vez de ayudarte o animarte, se aprovechan de eso para apuntarse ellos el tanto. A veces, luchan, pisan al de al lado y si es preciso matan con la palabra con tal de ponerse en tu lugar y luego te lo refriegan en la cara (como si fuéramos un exprimidor y ellos un limón), con excusas absurdas como “no he tenido más remedio que hacerlo yo. Cuando en realidad, te están arrebatando lo que era tuyo. Con paciencia y humildad, tragas una y otra vez, aunque he de confesar, que no es nada fácil y piensas “¡dejadme en paz, que yo no os he hecho nada!. Es la impotencia ante el mal. El mal que produce la envidia. Sí, la envidia. En ocasiones no somos conscientes de los efectos que la envidia produce sobre el envidiado. No existe la envidia sana. No existen los celos, ni los celos espirituales. Existe sólo un pecado capital y se llama ENVIDIA.
¿Qué es lo peor?, pues que casi siempre viene acompañada de la SOBERBIA. Esa palabra que camuflamos con otra denominada “humanidad” para que parezca menos fuerte.
El envidioso y soberbio es capaz de lo peor (poniendo siempre sonrisa falsa para parecer piadoso, humilde, dispuesto… ante los demás). Es capaz de lo peor, como decía, con tal de conseguir su objetivo. Pero esto es como todo el mal. Aparentemente sale triunfador, pero el bien triunfará sobre el mal siempre. Más tarde o más temprano. Lo que pasa, es que nos sentimos desencantados de todo. Nos venimos abajo y eso es precisamente lo que no podemos hacer. Además, estas situaciones se notan donde estemos. Crean mal ambiente, desconfianza, tensiones... en definitiva, quitan la paz.
Pero fijémonos en la figura de Jesús. La envidia y soberbia de Herodes, Caifás, Pilato… acabaron con su vida con el mayor martirio existente en la fecha. Aparentemente vencieron a Jesús, que aguantó con la mayor HUMILDAD que hubo, hay y habrá jamás todo lo que sufrió. Seguro que el demonio lo tentaba para dar una contestación, para llevarlo a la desesperación ante la impotencia del mal. Pero Él sabía que el Padre estaba a su lado y que su misión la estaba cumpliendo. Pues aparentemente perdió, pero Jesús triunfó. Venció a la muerte, al pecado, resucitó, vive, y nos dio la salvación. Salvación que desaprovechamos envidiando de manera absurda.
Dios permite estos ataques para que ganemos en algunas virtudes (paciencia, humildad, misericordia…) que no tendríamos si no es por esta vía.
Como decía antes, los que envidian de esa manera tan fuerte, ni se imaginan el daño que hacen. Daño psíquico, daño físico, daño espiritual… pero Jesús, que es el amigo que nunca falla, siempre está ahí para ayudarnos a superarlo.
Que impotencia sentiría la Virgen Santísima ante la pasión de su Hijo. Y humildemente aceptó la voluntad del Padre. Pues así nosotros debemos aceptarla también.
Hoy, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, pedimos a María que interceda por nosotros ante su Hijo, nos proteja y nos cubra con su bendito manto para que el mal no nos afecte, nos quite todo lo que no sea del Señor para que así, pueda el Todopoderoso hacer su obra en nosotros. Que sepamos ver lo que el Señor quiere de nosotros ante estas situaciones dolorosas y que la Virgen nos acompañe siempre en nuestro caminar.


Que el Señor os bendiga.