martes, 23 de febrero de 2010

Proverbios 28, 20-28

Tenía necesidad de escribir y pensé en abrir la Biblia con el fin de que la parte que me saliera, fuese de la que escribiera. Me salió Pr. 28, 20-28. Y eso hice y aquí os lo dejo.

Nos encontramos ante una lectura del libro de los Proverbios en la que, vemos que, muchas veces, queriendo o sin querer, comprobamos que no somos tan buenos como nos pensamos a veces. Es lo que, comúnmente llamamos, “baño de humildad”.

En ocasiones, cuando escuchamos o leemos esta lectura, pensamos cosas del estilo “por mi no lo dice”. Entonces es cuando nos creemos buenísimos y caemos en la soberbia que tanto nos asecha. ¿Por qué?, pues porque nos creemos buenos, fieles, desprendidos, que confiamos en el Señor, sabios, justos…y no nos paramos a pensar ni por un instante que somos todo lo contrario. ¿Para qué pensarlo siquiera si no lo somos, verdad? Pues no.
El afán por conseguir riquezas (materiales y/o espirituales) nos lleva a ser avaros. Cada vez queremos más y además sin compartirla con nadie. Empezamos a pensar que somos superiores a los demás porque tenemos más o sabemos más cosas. Pero que lo nuestro no nos lo toquen. Tendemos a querer que lo de los demás sea nuestro porque tienen la obligación de compartirlo con nosotros, pero luego nosotros somos capaces hasta de romper relaciones con esos que un día nos dieron algo, por poco que fuere, porque puede que nos vayan a pedir y van a tener o saber lo mismo. ¿Por qué rompemos relaciones? Porque en realidad, tendemos a apoderarnos de lo que no es nuestro, y como consecuencia, surgirán las discordias, contiendas, desacuerdos… Y a cambio obtenemos… poco o nada que nos merezca la pena de verdad. Sin embargo, el que confía de veras en el Señor, será colmado de bendiciones. El que confía de verdad en el Señor, sabe que Él le va a proporcionar lo que necesita. Es cierto que no le dará lo que quiere si no es para su bien, pero por eso mismo, el que confía en Dios sabe que si él no le da lo que le pide, es que no le conviene. Esa confianza viene recompensada, como decía antes, con las bendiciones del Señor. ¡Qué mayor recompensa que esta!

Hablamos mal incluso de los que un día nos dieron algo, pero llega alguien nuevo a nuestra vida, que aún no hemos saqueado, y nos volvemos “pelotas” con tal de que nos den eso que aún no poseemos. Eso que conseguimos de las nuevas personas que hemos conocido no se la damos a las antiguas porque nos pueden igualar o superar; y a eso… ¡no estamos dispuestos! Eso si, sacamos nuestra mejor sonrisa falsa para que los demás piensen que somos buenos, dispuestos, caritativos, serviciales… y nos vamos creyendo nuestra propia mentira. Y crecemos en ella, convirtiéndola en nuestra realidad. En una simple y vulgar fachada. Débil, pero fachada al fin y al cabo.

Ignoramos que la fortuna que estamos adquiriendo, algún día, quizás no muy lejano, se convertirá en miseria. Se descubrirá quiénes somos. Se romperá esa débil fachada y aparecerá nuestro verdadero “yo”. Entonces sólo nos caben dos posibilidades: o nos humillamos o nos humillarán. ¡Qué pena de nosotros!

Hablábamos antes de hacer la pelota. Dice la lectura en su versículo 23: “El que reprende a otro será al fin más estimado que el hombre de lengua aduladora” ¿Qué quiere decir esto? El adulador, al principio, hace sentir bien con los halagos. El problema es que, aunque vea que las cosas están mal, sigue diciendo que están bien, satisfaciendo el ego del otro para seguir recibiendo algo a cambio. Pero con esto no estamos haciendo más que meter la pata. Primero porque es mentira lo que decimos, segundo porque impedimos que esa persona se corrija y siga equivocada. Quizás debiéramos decir las cosas que pensamos, con nuestro mayor cariño y nuestro mejor fin; porque, aunque duela al principio, el otro habrá enmendado su error si quiere, y si no quiere, por nosotros no quedará; que luego el Señor nos va a pedir cuentas de lo que hacemos o hemos dejado de hacer. Hay un ejemplo muy claro que nos ayudará a entender este punto. Antes, cuando no existía anestesia, el médico tocaba las heridas y al paciente le dolía. Sus gritos se podrían oír varios metros a la redonda. Y seguro se acordaría de la familia del médico. Pero luego le agradecía por haberle sanado.

Nos creemos imprescindibles. A veces, no queremos que nadie nos ayude en algo porque puede quedar al descubierto nuestras carencias. ¿Y qué? Acaso no leemos en otra parte de la Biblia “Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra”? (Mt. 5. 3-4) Además, dejándonos ayudar, aunque sea para lo más mínimo, nos enriquecemos todos. Todos aprendemos de todos, aunque parezca que sólo aprende el que solicita ayuda. Ahí se pone de manifiesto otra vez, que la confianza que tenemos en el Señor es de boca para fuera. Es decir, no existe tal confianza. Sólo lo decimos para quedar bien delante de los demás. Con esto, sólo nos engañamos a nosotros mismos y por supuesto, al que tenemos al lado, porque no permitimos que nos conozca de verdad.

Pero tampoco queremos ayudar porque nuestra avaricia nos lo impide. Pues recordemos que el que mira para otro lado al que pide ayuda, el Señor nos puede decir un día: “Todo lo que no hicieron por el más pequeño de sus hermanos, tampoco lo hicieron por mí” o algo como “No te conozco”. ¡Qué el mismo Jesús, al que decimos que conocemos, nos diga eso…! Me echo a temblar porque pensar lo que viene justo después… De ahí las maldiciones que nos habla lectura cuando cerramos los ojos o cuando miramos para otro lado.

Termino deteniéndome en el último versículo: “Cuando triunfan los malvados, todos se esconden; cuando desaparecen, se multiplican los justos” Hay una película de Disney que seguro habréis visto: El Rey León. Muchas veces pongo de ejemplo esa historia porque es real como la vida misma. En esta ocasión no será menos y la pondré de ejemplo una vez más. Seguro que, los que visteis el film y recordáis el argumento, ya estáis relacionándolo y asintiendo con la cabeza con un “es verdad” en vuestras mentes o débilmente en vuestros labios.
Para los que no sabéis de qué va el tema contaré un poco.
En la selva lucía el sol, el ambiente entre todos los animales era de verdadera hermandad, el agua y el alimento no faltaba ni a la más pequeña hormiga. Mufasa, jefe de la manada y rey de la selva, es el padre de un cachorrito de león llamado Simba. Scar es hermano de Mufasa y tiende una emboscada a éste, con ayuda de las hienas. Mufasa muere en el combate y como consecuencia, debería heredar el trono Simba, el cachorrito. Scar engaña a Simba para que se marche y así poder heredar él el trono. Simba se marcha y, gracias a nuevos amigos aprende el verdadero sentido de la amistad, aprende a sobrevivir, aprende a tener responsabilidades, aprende en definitiva, a ser rey. En ausencia de Simba, el malvado Scar, ha conseguido el poder a costa de la vida de su hermano, de mentiras y falsas promesas. La selva ha cambiado. En el cielo ya no luce el sol, las nubes negras se han apoderado creando una constante tiniebla. La vegetación ha desaparecido, los animales están raquíticos porque no tienen que comer. A pesar de eso, Scar sigue exigiendo que lo sirvan, no hace nada por los demás pero pide todo para él. Simba crece y se hace mayor. Ahora ya tiene una frondosa melena, digna de un verdadero rey león. Llega a su poblado, donde encuentra aquel paisaje tan desolador. No se parece en nada a al que había dejado cuando marchó. Se enfrenta a su tío Scar y consigue recuperar el trono. A partir de entonces, el sol vuelve a salir, la vegetación vuelve a aflorar, el alimento no falta a nadie, y hasta el agua parece correr más limpia que nunca.

Creo que es bastante claro lo que quiero decir con este argumento. Justamente lo que nos dice el versículo 28. Pues lo mismo pasa en nuestras vidas. Cuando el poder lo tiene alguien que no hace buen uso de él, ese alguien se puede beneficiar respaldándose, no en quién es, sino en lo que es en ese momento. ¿La consecuencia? El desorden, el caos, empiezan los alejamientos, quizás esperando humildemente a que lleguen mejores tiempos… en resumen, la ausencia del Espíritu.

Examinemos todos nuestro interior en esta cuaresma, y cambiemos lo que no nos está dando buenos resultados, para que florezcamos de nuevo y demos buenos y verdaderos frutos.


Que el Señor os bendiga.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola !!!

Gracias por pasarte por mi blog :) y gracias por compartir el tuyo, me ha gustado mucho este relato que has escrito, pues aunque es doloroso para muchas personas que lo sufren o lo han sufrido, yo me incluyo...es la verdad y la verdad llega al arrepentimiento y este si es sincero, a la misericordia de Dios.

Dios te bendiga.

Raquel.