domingo, 7 de marzo de 2010

El aparente triunfo del mal

¡Cuántas veces, sin hacer juicios, vemos injusticias evidentes! ¿Cuántas veces has pensado que has perdido el tiempo con alguna persona que considerabas amiga y te has sentido utilizada por ella? ¿Cuántas veces esas personas te han dejado entre ver que ya no eres importante para ellos aunque te llaman, cara a los demás, “Amigo”? Traición, mentiras, labios lisonjeros y doblez de corazón (Sal. 12 (11). 3), dolor por todo ello… Y a esto le sumamos que te persiguen donde vayas una y otra vez. Cuando piensas que te has librado por un tiempo, aparecen de nuevo. Es una especie de acoso constante que no te deja respirar. ¡Ah!, por cierto. Tendrás la culpa de todo y serás el responsable de todo lo malo que suceda ante los demás mientras ellos se cuelguen la medalla de la farsa una vez más. La impotencia ante la situación se eleva, en ocasiones, a lo sublime. Esto es lo que el Papa Juan Pablo II denominó como “el triunfo aparente del mal”
Empiezas a cuestionarte un sinfín de preguntas pero no encuentras ninguna respuesta. Y ese es un arma fuerte del enemigo. El hecho de empezar a cuestionarte ciertas cosas, hace que te agobies innecesariamente. Este agobio quita la paz. Lo que quita la paz no es del Señor. Hay veces que no tenemos que cuestionarnos nada. Sin embargo, sí debemos recordar que Dios hace todo perfecto. Él nunca se equivoca y además es infinitamente justo. Si permite todo esto, será por alguna razón misteriosa y bondadosa para nuestras almas. Sí, ya sé que es muy fácil hablar y muy difícil ponerlo en práctica. Pero el agobio, en ocasiones, nos produce ceguera. Esa ceguera es la que debemos curarnos cuanto antes para poder ver más allá de lo que tenemos delante. Eso y, sobretodo, la confianza en Dios. Cómo decía, alguna razón misteriosa tendrá cuando nos pone ante estas situaciones. Cuando no sabemos por donde tirar, lo mejor es confiar en Él, y dejar que nos ayude. ¿Cuánto tiempo? Eso es algo que debemos poner también en su manos. Y para ello, pidámosle paciencia para ir superando cada prueba. Él no nos va a pedir más de lo que podamos dar. Mejor que nadie conoce nuestro interior y de lo que somos capaces. Quizá esto nos deba ayudar. Si tengo una situación difícil ante mis ojos, será porque puedo superarla. Con mayor o menor esfuerzo, pero con su ayuda, puedo conseguirlo.

Fijémonos una vez más en Jesús. Traicionado y abandonado por sus amigos, negado por quién sería su primer representante en este mundo, insultado, martirizado… y finalmente muere. Si nos quedamos aquí, el triunfador no es Él, sino el mal. Es decir, el “aparente triunfo del mal”. Pero es que no quedó ahí la cosa. El aparente triunfo del mal, es el Triunfo de Dios. Puede que necesitemos de este aparente triunfo, para que al final triunfemos nosotros. Y nuestro triunfo no debe ser conseguir cosas, reconocimientos, palmaditas en la espalda, “apariencias” buenas,…aquí. No. Nuestro triunfo es el gozo de llegar a ver el rostro de Jesús, y disfrutar de la vida eterna con Él y con su Madre Santísima.

Pidámosle al Señor, paciencia y que nos quite esa ceguera para que, poco a poco, vayamos encontrando la luz y siguiendo el camino que Él nos va marcando. Acudamos al Salmo 12 (11) y seguro que nos ayuda.


Bendiciones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un 10, vaya reflexión!!! A ver si algunos vamos aprendiendo.
Muchas gracias y sigue escribiendo.

Rafa dijo...

Muchas gracias por los ánimos. Con esto que escribo espero, no sólo que apliquéis la teoría vosotros que visitáis mi blog, sino yo mismo.
Un abrazo y que Dios te bendiga.