jueves, 29 de abril de 2010

Santa Catalina de Siena

Catalina fue la vigésima hija de Giacomo Benincasa y nació en Siena en 1347. Muy pronto, y después de tener una visión, decidió permanecer virgen; a los dieciocho años entró en la Tercera Orden dominica, y en contra de la opinión de sus padres llevó durante años una vida de sacrificio dedicada a la oración, encerrada en una estancia de la casa. En 1370 decidió salir al exterior y se dedicó entonces a asistir a los enfermos y a la formación de un grupo de discípulos que la seguían en los numerosos viajes que llevó a cabo para predicar. Intervino en el cisma de Occidente exhortando a Gregorio XI con éxito a dejar Aviñón y regresar a Roma; ciudad en la que falleció el 29 de abril de 1380.
Canonizada en 1461, en 1939 fue proclamada patrona de Italia, y desde 1970 es Doctora de la Iglesia.


ORACIÓN A SANTA CATALINA DE SIENA


Oh Dios,
inflamaste el corazón de Santa Catalina con amor divino
mientras contemplaba la pasión de tu Hijo
y atendía a las necesidades de tu Iglesia.
Concédenos, a través de su intercesión,
encerradas en el misterio de Cristo,
que nos alegremos siempre en la revelación de su gloria.
Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor, tu Hijo,
que vive y reina contigo en unión con el Espíritu Santo,
por todos los siglos de los siglos.

Amén

domingo, 25 de abril de 2010

El verdadero Pastor

En aquel tiempo, dijo Jesús: - "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno." (Jn. 10, 27-30)

La primera pregunta que debemos hacernos es, si de verdad escuchamos la voz del pastor como ovejas que somos de su rebaño.

Hemos de tener en cuenta que, entre la gran manada, siempre hay algún "lobo con piel de cordero" preparado para atacar en cualquier instante, en el mínimo despiste.

Pero, ¿cómo escuchar la voz del verdadero pastor ante tanto ruido de voces en el mundo? Constantemente, sino es una es otra, nos llama la voz lujosa del dinero, la suave y camaleónica de la familia de la mentira (mentira, tapujos, secretos, verdades a medias, falsedad...), la lujuriosa voz del sexo, la voz de la impotencia ante la injusticia, la voz sátira de los falsos amigos, la voz ronca de las drogas y el alcohol, etc. Estamos rodeados de voces que nos llevan al engaño, por el mal camino. Sin embargo, hay una que solo nos lleva por el el buen camino, que no nos engaña y que da la vida por nosotros. Es la voz del Señor que es Camino, Verdad y Vida. Somos parte de su rebaño de ovejas. ¿Qué quiere decir esto? Que, como borregos que somos, si alguna oveja se desvía del camino, corremos el riesgo de seguirla. O bien por descuido, o bien porque elegimos libremente ir por otro lado. Sea como sea, nuestro Pastor es tan bueno, que siempre irá en nuestra búsqueda.

Muchas veces habremos oído la expresión: "te conozco como si te hubiera parido", haciendo alusión a las madres, como las que mejor conocen a sus hijos. En realidad, puede que ni las madres sean las personas que mejor conocen a sus hijos, sino que son los propios hijos los que se concoen mejor que nadie. Es decir, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Pues NO. Jesús, el buen Pastor nos conoce, incluso mejor, que nosotros mismo. Por eso sabe de nuestras debilidades, de nuestros errores, de nuestras confusiones, del pasto que mejor nos viene, etc. Su voz es la voz del Amor. Tan fácil y tan difícil de reconocer. Sólo debemos poner un poco de atención y, sobretodo, querer escucharlo.

Aprovecho la ocasión para que pidamos todos por los sacerdotes y por las vocaciones. Que sean autenticos y verdaderos pastores de los rebaños que tienen a su cargo. Que vayan detrás de la oveja perdida y la traiga de nuevo a casa. Recordemos "habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión." (Lc. 15, 7) o "Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las 99 no descarriadas". (Mt. 18, 13).

Que sepamos actuar nosotros también, como pequeños pastores. Que nuestra evangelización y/o apostolado sea a través de las obras realizadas y no se quede en palabras más o menos bonitas.



Que el Señor resucitado os bendiga.


martes, 20 de abril de 2010

Mi amigo Iñaki

Hace un par de días tuve un pequeño "enfado", o mejor dicho, malentendido con un amigo. Y digo malentendido porque así fue, no llegó a tener calificativo de enfado. Uno dijo una cosa y el otro entendió otra y, aunque molestos, dolidos e incómodos ante aquella situación, al vernos nos dimos un gran abrazo de saludo, como siempre hacemos. Con unas miradas complices y unas palabras traviesas como "ya hablaremos tú y yo" y la irónica emlpeada en estos casos como "sí, sí, contento me tienes", quedamos para tratar el tema. Y así fue. Nos sentamos, cada uno nos contamos nuestras versiones, entendimos nuestras posturas mutuamente y, de nuevo, tras la reconciliación nos fundimos en otro muy sentido abrazo.
Es la recompensa que el Señor nos da. La alegría interna de sabernos perdonados el uno al otro. Y es que, en estas pequeñas diferencias, es donde la amistad se fortalece y une más a las personas. Nos sentimos perdonados por el mismo Jesús, porque vemos en el prójimo al mismo Jesús.
Que esto nos sirva a todos para seguir creciendo cada día más en Él.


El Señor resucitado os bendiga.

sábado, 10 de abril de 2010

Domingo de la Misericordia Divina

El Evangelio de este domingo, según san Juan (Jn. 20, 19-31) dice así:

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: - «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegria al ver al Señor. Jesús repitió: - «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. » Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: - «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: - «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: - «Paz a vosotros.» Luego dijo a Tomás: - «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: - «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: - «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.» Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Este día celebramos el Domingo de la Divina Misericordia. Y dos aspectos hay que resaltar de este evangelio. Desde mi punto de vista están íntimamente relacionados, pero son dos. Por un lado tenemos la institución del bendito sacramento de la penitencia. Es importante recordar que no es el sacerdote el que perdona los pecados, sino que es el medio, el vehículo que Dios usa para perdonar los pecados. Si nos fijamos bien, antes de dar el poder de perdonar les dice "recibid el Espíritu Santo". Por tano, es por medio del Espíritu Santo como se perdonan. Aún así, los sacerdotes son el canal. Es uno de los pinceles importantes que Dios utiliza para pintar el cuadro de nuestras vidas. Sin ellos, es muy difícil que la obra avance. Por eso debemos orar mucho por ellos. Orar por los sacerdotes, para que sean auténticos pastores nuestros, que nos ayuden y que prediquen con su buen ejemplo. También tenemos que pedir por las vocaciones sacerdotales, para que el Señor regale el don de la vocación sacerdotal a muchos jóvenes, para que sean auténticos soldados de Cristo, para que sean portadores de la Palabra de Dios, para que impartan sacramentos importantes como el que tratamos hoy. Y es que la confesión, es un regalo que Dios nos hace y a veces no sabemos aprovecharlo. Recuerdo unas palabras de un sacerdote que, hablando de la penitencia decia algo parecido a esto: "Imaginad que un banco lanza una oferta que dice que con solo entrar y decir tus deudas, el mismo banco te las perdona. Pues algo parecido es la confesión. Un sacramento en el que llegas, dices cuáles son tus deudas (pecados) y el Señor te lo perdona". Pues por eso no es casualidad que celebremos el día de la Misericordia Divina. Es el día en que el Señor, con su infinita misericordia instituye el sacramento de la penitencia y nos perdona los pecados. ¡Qué alegría y qué peso de encima nos quitamos cuando nos confesamos! Nos sentimos parece que, hasta más ligeros. No en vano, Dios nos ha quitado el peso y la ansiedad de las tinieblas en las que estábamos. Nos libera y nos devuelve de nuevo a la Vida.

Por otra parte tenemos la duda de Tomás. Duda de fé. Él, no sólo duda que Jesús hubiera estado con sus discípulos, sino que, además, pone sus condiciones para creer. Algo similar nos pasa a veces a nosotros. Dudamos de lo que el Señor nos ha prometido porque no ocurre cuando queremos y, a parte, queremos que pase como queremos. Ahí están nuestras dudas y nuestras condiciones. Pero -y aquí está la relación de la que hablaba al principio- el Señor nos dice: "Toma, esto es lo que me habías pedido y yo te había prometido. Anda, anda... no dudes más". A lo que nosotros respondemos: "Señor mío y Dios mío". Que viene a ser lo mismo que "Perdóname Señor por haber dudado de Tí, perdóname Señor por mi impaciencia". Y ante nuestro verdadero arrepentimiento, Jesús, con su infinita misericordia nos vuelve a perdonar una vez más, pero nos recuerda: "No seas incrédulo sino creyente"

Demos gracias a Dios por su paciencia, su fidelidad, su perdon... por su Amor, por regalarnos el sacramento de la reconciliación, por el que volvemos a convertirnos en hijos de Dios.


Que el Señor Resucitado os bendiga.

jueves, 8 de abril de 2010

Señor, Señor...

Estamos en el tiempo de Pascua. Cristo ha resucitado, ha vencido a la muerte y nos ha devuelto a la vida. Estamos de enhorabuena. Por ello os deseo a todos, una muy feliz Pascua de Resurrección. Estábamos esperando con ansiedad este precioso tiempo, de hecho, hemos celebrado la fiesta más grande que tenemos. Después de la cuaresma y la semana santa, nos llega un tiempo de luz, de alegría, de gozo, de alabar la Gloria de Dios. Sin embargo estamos en el mundo, y pese a que nos encontramos en este tiempo litúrgico, los hombres pensamos que ahora, después de las penitencias, ayunos, oraciones... todo vale, y no es así.

Hoy quisiera centrarme en una cita del evangelista Mateo (Mt. 7, 21-27). En ellas, las palabras de Jesús son durísimas, pero a veces no queremos oirlas y las consecuencias serán la ruina para nosotros sino ponemos en práctica sus palabras. La cita dice así:

"No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad! Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina."

Que el Señor nos pueda decir "apartaos de mí que no os conozco"... sinceramente, ¡qué angustia, qué miedo! Nos estamos jugando la salvación. Esa salvación que Dios nos regala y que nosotros, por nuestros propios egos, rechazamos.

Y es que, en ocasiones , nos atrevemos a obrar y/o hablar en nombre del Señor, pensando que así todo lo que decimos o hacemos es bueno, o verdadero. Pero no. No lo escuchamos y, por tanto, no hacemos su voluntad, sino que hacemos la nuestra poniendo al Señor por delante. Y es que, incluso hacemos daño a los demás porque su postura nos incomoda por no ser como la nuestra, pero con decir "así lo quiere el Señor", pensamos que el daño desaparece, o no es tal. Nos escudamos en el Señor, lo ponemos de barrera, pero simplemente como escusa, porque en el fondo sabemos que no estamos obrando bien, no es su voluntad la que estamos cumpliendo, sino que intentamos que sea la nuestra porque nos creemos infalibles, o simplemente, los que más cercanos a Dios estamos.

Si hacemos las cosas con amor (de verdad, sin disfraces, sincero) seguro estamos cumpliendo la que Dios quiere. Si tenemos resentimientos, celos, egoismos, envidias, soberbias, ocultismos, falsedades... por mucho que digamos "Señor, Señor" no lo estaremos haciendo bien.

Precisamente ayer miércoles, como sexto día de la novena de la misericordia, Jesús nos recuerda: "Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón". Confiemos de verdad en la Misericordia Divina. Jesús, mejor que nadie, sabe de lo difícil que es, en ocasiones, cumlpir la voluntad del Padre. Hasta Él le pidió que apartara el cáliz que le venía, pero no por eso dejó de cumplirla. Seamos humildes, aceptemos y cumplamos su voluntad, sabiendo que, todo lo que nos pasa es lo mejor que nos puede pasar, porque si viene de Él, porque si de verdad es lo que Él quiere, es lo mejor, aunque nos parezca lo peor. No sabemos sus planes. Recordemos que ha resucitado y ha vencido al pecado. A su lado nada debemos temer, porque la victoria es de nuestro Dios.


El Señor Resucitado os bendiga.

sábado, 3 de abril de 2010

Sábado Santo. La soledad de María

Después de haber celebrado la Cena con Jesús. Haber seguido su Pasión y Muerte; hoy, sábado, es un día de luto inmenso. Jesús está en el sepulcro. Esperamos con ansiedad la noche más importante del año. La noche más grandiosa, en la que Cristo resucitará.
Mientras, queremos estar con la Santísima Virgen, acompañarla en su dolor y, sobretodo, en su soledad.

Stabat Mater

Estaba la Dolorosa,
al pie de la Cruz, llorosa,
donde pendía el Hijo.
Su alma gemía de dolor
y una espada traspasó
su pecho afligido.

¡Cuán triste e inconsolable
quedó esta bendita Madre
del Hijo Unigénito!
¡Como se dolía María
mientras las penas veía
de su primogénito!

¿Quién podría sin llorar
a esta Madre contemplar
en tanto tormento?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si viera
vuestro sufrimiento?

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
suplicio y flagelo.
Vio a su Hijo dulce y amado
ir muriendo desolado,
sin ningún consuelo.

¡Oh Madre, fuente de amor!,
haz que sienta tu dolor
y llore contigo.
Haz que arda mi corazón
amando a Cristo, mi Dios,
mi divino amigo.

En mi alma, Madre, te ruego
que imprimas a sangre y fuego
las llagas de tu Hijo.
Haz que comparta las penas
que el alma de Cristo llenan
en el Crucifijo.

Deja que contigo llore
mientras viva, los dolores
de Cristo sufriente.
Junto a la Cruz del amado
quiero estar siempre a tu lado
y llorar su muerte.

No rechaces lo que pido
déjame llorar contigo
Virgen clara y santa.
Haz que lleve en mí la muerte
de Jesús y que su suerte
y llagas comparta.

Que con sus llagas sea herido
y me embriague la Cruz, pido
por amor a Tu Hijo.
Que inflamado y encendido
Por Ti sea defendido
en el día del juicio.

En la hora de mi partida
dame Jesús, por María,
lo que más preciso:
cuando mi cuerpo esté muerto,
lleva mi alma al dulce puerto
que es tu paraíso. Amén.


jueves, 1 de abril de 2010

El esperado Martes Santo

Martes Santo. Para mí, la noche más cofrade del año. Y es que, desde que tenía 3 años, ya salía en esta procesión acompañando al Señor de la Salud y a Nuestra Señora de los Dolores. Casi podría decir que en la nohe del martes, yo cumplía mi XXX aniversario como cofrade.
Cuando llego al templo, siento un nerviosismo interior difícil de exclpicar .Túnica roja, cíngulo blanco, capa blanca, cordón con la medalla de la hermandad, capirote negro y guantes blancos es la indumentaria que vestimos desde que se fundó la cofradía, allá por el año 1944.
Antes de salir, hicimos una pequeña oración dirigida por el párroco y director espiritual, el cual, también bendijo al paso del Señor porque había estrenos en él.
A las 20.30 horas, se abrieron las puertas del templo para que saliera la cruz de guía. Ya empezaba todo. Ante nosotros, y después de la primera "levantá", iba poco a poco, llegando el paso a la puerta. Con un muy leve mecido se veía, desde dentro, la silueta del cruficado que salía de su templo al son del himno nacional, para bendecir y dar SALUD a todos, un año más. Minutos más tarde, empezabamos a caminar hacia la calle. Sólo se oye al fondo de la iglesia al capataz que da las órdenes oportunas a los costaleros, el sonido de las zapatillas de estos, las bambalinas chocando con los varales con un ritmo constante... esto para mí es parte de lo que denominamos: sentimiento cofrade.
Una vez en fuera, oigo de nuevo el himno nacional. Ya está María Santísima de los Dolores en la calle otro año. Nadie entiende nuestros problemas como Ella. Nadie sabe de nuestros sentimientos como Ella. Nadie sabe de nuestros DOLORES como Ella. Radiante estaba la Reina para salir a ver a sus hijos.
Pero no sólo eso es la noche del Martes Santo para mí. No sólo es el olor a incienso, la cera caliente de los cirios, el colorido de las flores de los pasos, una saeta entre el gentío, el sonar de una corneta o de una marcha como "Encarnación Coronada" acompañada de un Ave María... No. Es también mi propia estación de penitencia; pero ustedes me van a permitir que esto me lo guarde para mí.
La noche terminó y la sensación de todos es de satisfacción. Unos por el trabajo bien hecho en la noche, otros porque ven la recompensa de todo un largo año de trabajo, otros porque les pareció muy bonito, otros porque Dios les regaló un Martes Santo más...
Sea lo que fuere, aquí no acaba todo. Sin duda nos queda la parte más importante de la Semana Santa, que es el Tríduo Pascual, en el que celebramos la Última Cena de Jesús, su Pasión, Muerte y Resurrección.




El Señor os bendiga.