domingo, 31 de octubre de 2010

V Aniversario

Hoy hace cinco años que mi padre se fue de este mundo para vivir la verdadera Vida. Ahora estará gozando del Paraíso junto a Jesús y María.
A escasos días de su partida escribí algo que titulé "Reflexión a la muerte de un ser querido". Coincidiendo con su V aniversario, y aprovechando la fecha en la que nos encontramos -vísperas de todos los santos y difuntos-, he decidido compartirla.

"Dice la Real Academia de la Lengua Española, entre otras definiciones, que la muerte es la cesación o término de la vida. Por otra parte, dice también, que en el pensamiento tradicional es la separación del cuerpo y el alma.

¿Qué debe ser la muerte para un cristiano? Es el momento de encontrarse con Dios, con ese Dios al que ha estado buscando toda su vida y que, seguro deseaba estar con Él cara a cara, contemplar su rostro, experimentar su infinita misericordia y, sobretodo, saber de verdad lo que es el Amor. Amor que, a mi modo de entender, no sabemos lo qué es en realidad. Pienso que tenemos un concepto de Amor totalmente distinto al verdadero. Porque ¿quién es capaz de amar a su enemigo como a uno mismo?. ¿Cómo es posible que no amemos a todo el mundo igual? Debiéramos hacerlo, ya que cualquier persona, para nosotros, es nuestro prójimo, y debemos amarla como a nosotros mismos, como decía antes, incluidos nuestros enemigos. Quizá empecemos a hacerlo una vez que nos marchemos de este mundo. ¿Demasiado tarde? No lo sé, puede que nuestra naturaleza humana, o nuestro pecado nos impida amar de esa forma, casi inimaginable para nosotros.

¿Qué experimentamos con la muerte de un ser querido? Supongo que cada persona tendrá sentimientos distintos; incluso puede que muchos, tengan sentimientos enfrentados; todo dependerá de si fallece un abuelo, un hijo, un amigo, un esposo, un padre…Yo sólo hablaré desde mi experiencia personal.

A veces creo que somos egoístas cuando fallece alguien querido, ya sea un familiar, un amigo cercano… Digo egoístas como podía decir ignorantes. Quizás estas palabras puedan sonar muy fuertes, quizás yo no tenga sentimientos como los de la mayoría, o quizás no me haya parado a pensar detenidamente en la muerte. De todas formas intentaré aclarar esos conceptos. Cuando digo que somos egoístas, es porque nos da pena no ver más a esa persona que se va. Naturalmente la echamos de menos, es innegable. Pero venirnos abajo, no avanzar en nuestra vida por pena… Supongamos que esa persona que, aparentemente nos falta, sigue viva, está en el mejor de los sitios, donde siempre quiso estar, y no quiere que sientas pena porque, él o ella, está realmente feliz. ¡Realmente feliz!, al lado de Dios es como están estos seres por lo que lloramos. Si ellos están infinitamente mejor que nosotros, ¿por qué lloramos por ellos?. Dejémoslos que sean felices, no les atemos. ¿Ignorantes? Si antes la palabra puede que no estuviera bien escogida, ahora creo que es la más correcta. Desconocemos por completo lo que es la muerte. Nadie nos lo ha contado. Sin embargo, nosotros tenemos un regalo de Dios llamado FE. La muerte no es más que el paso de esta vida terrena a la vida eterna, a la Gloria, al Paraíso.

Pero si es así, ¿por qué celebramos solemnidades de los difuntos con colores negros? ¿Por qué las canciones y los rituales son tristes?. Fijaos bien, ¿cuándo celebra la Iglesia el día de algún Santo? Precisamente no es el día de su nacimiento mortal, sino el día de su muerte, el día que entra en el cielo, el día que entra en la Casa del Padre, el día que contempla el rostro de Dios. ¿No es un motivo para no estar tan tristes? Los echamos de menos, y mucho. Los necesitamos. Daríamos lo que fuera para verlos, oírlos, abrazarlos… pero es un sentimiento humano.

Cuando estamos en Misa, el sacerdote dice “recuerda a tu hijo o hija…”. ¿Cómo no lo va a recordar si está con Él? Nosotros somos los que estamos en una situación más “desfavorable” porque no lo vemos, tenemos que creernos que Él está presente en nosotros y además vive. Aún así pedimos a Dios que se acuerde de ellos. Puede que algunos no murieran en paz y necesiten de la misericordia de Dios para ser perdonados y llegar a Él. Por eso ofrecemos sacrificios por ellos. El mismo Cristo muere una y otra vez para salvar y ayudar a esas personas fallecidas. En este sentido debemos tener una relación con nuestros fallecidos. Rezar por ellos, ofrecerles misas, etc. Ellos a cambio irán acercándose más a Dios, podrán disfrutar más de su presencia. Por otro lado, ellos están ahí para ayudarnos en lo que puedan. Tienen, seguramente, misiones que cumplir. Unas veces para ayudarnos, otras necesitarán nuestra ayuda. Es una relación que, desde mi punto de vista, debe estar basada en el Amor, que eso sí que no muere. El Amor que necesitamos para transformar este mundo lleno de odio y que adora a otro dioses como el dinero.

Espero que estas palabras no lleven a confundir al lector y piense que no echo en falta, en este caso, a mi padre. Al contrario. Pero tengo la certeza de que está muy cerca de Dios. Sé que lo veré algún día. Siempre digo que sé que está vivo, pero que está en otro lugar. Como esas personas que, por las razones que sean, marcharon a otros países y la familia no sabe nada de ellos en muchos años. El tiempo que sea hay que esperar, sólo el que Dios quiera, pero creo que merecerá la pena esperar y trabajar aquí, para estar más cerca de ellos allí y, sobretodo, más cerca de Dios.

Desde el día que faltó él en este mundo sé que no murió, sino que nació un ángel y para mí, es un motivo de orgullo y alegría. Así lo vivo y así lo celebro."

El Señor os bendiga.

domingo, 24 de octubre de 2010

La música

La música es esencial en nuestra vida. A veces la música es el nexo entro la Iglesia y el "exterior" (los no creyentes), otras, es el nexo entre la Iglesia y su "interior", es decir, y nosotros que la formamos (los creyentes). En esta última acepción es donde me quiero centrar un poco. Además de los Salmos, hay más libros en los que aparece la música y la figura del músico o cantor. Ya vemos en 1 Crónicas 6, 16-18, o en 1 Crónicas 25, como el canto cobra importancia en el templo; incluso un grupo de personas es designado, especial y únicamente, para tal misión. Con la música queremos manifestar la Gloria de Dios, y a la vez, la santificación de los fieles, esto es, de nuestras almas.
Los componentes de un grupo, coro o ministerio de música (llámese como quiera), deben sacar tiempo para ello, incluso a veces, es necesario dejar otro servicio para emplearse a fondo en el de la música.
Deben reunirse, trabajar en equipos y transmitirse lo que han aprendido. El compartir conocimientos es muy importante. Reunirse a orar, a ensayar, y a formarse, etc… es parte de este ministerio; no solo lo es llegar a la asamblea y cantar. Quien dice asamblea, dice en la misa, ya que la música, también forma parte importante en la liturgia, pues nos ayuda y anima en la celebración de la Cena del Señor.

Pienso, al contrario que otras personas, que aquellos que hacen algo para el Señor deben querer y buscar continuamente ser excelentes, ya que lo hacen precisamente para Dios. Considero (y es opinión personal) que decir "no importa si no sabes cantar, o tocar. Hazlo como puedas, es para el Señor, y ya se encargará Él de hacer su obra" es una interpretación errónea de la Palabra de Dios. Además es un tanto irresponsable, pues, por ser para el Señor, debe ponerse el máximo esfuerzo. Debe tratar de ensayarse, practicarse y si es posible perfeccionarse en grado sumo. Si para un concierto, los músicos se preparan, trabajan duro para que todo salga bien; para Dios tendremos que doblegar el esfuerzo y no conformarnos con cumplir. ¡Es para Dios lo que hacemos! No debemos conformarnos con ser mediocres. Leemos en Malaquías 1, 13-14: "Decís: «¡Qué fastidio!» y me provocan dice el Señor todopoderoso. Cuando traen un animal robado, cojo o enfermo, cuando traen esas ofrendas, ¿puedo yo aceptarlas de sus manos?, dice el Señor. ¡Maldito sea el tramposo que tiene un animal macho en su rebaño, lo ofrece en voto y después sacrifica al Señor uno mutilado! Porque yo soy un gran Rey, dice el Señor de los ejércitos, y mi Nombre es temible entre las naciones." Es decir, nos está diciendo que cómo va a aceptar lo robado, dañado, lo mediocre, lo que no preparamos con antelación, lo que no trabajamos, lo que improvisamos... Si Él es el Rey de Reyes, no podemos ofrecerle cualquier cosa, sino lo mejor que tengamos. Y lo mismo sucede con nuestra Madre, María Santísima. Para Ella... ¡lo mejor!. Eso lo conseguimos con nuestra oración y, sobretodo, con nuestro esfuerzo.

Con esto no quiero que se malinterpreten mis palabras. Me explico. No pienso que tengamos que ser todos excelentes cantantes y músicos; pero sí que tenemos que poner todo nuestro empeño en ello. A veces nos gusta mucho cantar, pero lo hacemos mal. Quizá nuestra misión es otra, no la de cantar. Porque en ocasiones, hacemos un servicio, pero lo hacemos mal: ponemos malas caras, contestamos mal, no lo trabajamos lo suficiente, nos conformamos con poco, nos creemos en posesión de la verdad... Todo ese tiempo que dedicamos será en vano, porque no estamos dando fruto o el fruto deseado. Quizá daremos fruto en otro servicio.

La música nos ayuda en la alabanza, pero no sólo en la alabanza. Como decía antes, también en la liturgia. En la adoración al Santísimo donde, con melodías y ritmos suaves, que se cantan en primera persona (por ejemplo "dame de beber" o "cuánto te amo" o letras por el estilo) y nos ayuda a ponernos en presencia del Señor.

Hasta el día de hoy, en cuanto a la música en la Iglesia, he tenido 2 experiencias. He de confesar que no sé solfeo, pero toco un poco la guitarra. He estado en un coro formado por jóvenes y en un ministerio formado por menos jóvenes. De los dos he sacado mis cosas buenas y cosas no tan buenas, y de éstas últimas intento aprender para no cometer los mismos errores. De todos aprendemos. Todos somos prescindibles, y a la vez, piezas de un puzzle enorme que se llama Iglesia, pero con la peculiaridad que las piezas no siempre están en el mismo sitio. Dios las pone y las quita, y las pone en otro lado como Él quiere, donde Él quiere y cuando Él quiere. Porque todo es para su Gloria.
El Señor os bendiga.

sábado, 16 de octubre de 2010

Juicios

En distintas partes de la Biblia podemos leer que no juzguemos; además, no a modo de recomendación, sino de forma imperativa: "No juzguéis", "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra", "al juzgar a otro, a ti mismo te condenas", "¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios", etc.

Está bastante claro. Sin embargo, nuestra naturaleza humana, pecadora, nos incita a juzgar una y otra vez. Nos creemos siempre en posesión de la verdad, y aún llevando razón, nos creemos jueces perfectos. ¿Qué estamos haciendo? ¿Por qué obramos así?. La respuesta es clara, pero no es el tema que quiero tratar hoy aquí. Hoy quiero centrarme un poquito en el juicio a los demás.

En ocasiones tenemos la osadía de juzgar la actitud de una o varias personas, sólo por lo que nuestros ojos perciben o nuestra mente imagina. Esto, claro está, no siempre es la realidad. No debemos juzgar nunca, aunque la tarea no es nada fácil. Pero normalmente, nuestro desconocimiento de una situación determinada, nos hace pensar cosas que no son así. Ninguno estamos dentro de la cabeza de nadie para saber lo que piensa, y sin embrago, nos obsesionamos con creer saber lo que piensa, sólo porque externamente nos dé una sensación concreta.

"San Bernardo dice que si no queremos juzgar temerariamente al prójimo, debemos evitar ante todo aquella curiosidad, aquel deseo de saberlo todo, y huir de toda investigación acerca de los hechos y dichos de los demás, o acerca de lo que pasa en la casa del vecino. Dejemos que el mundo vaya siguiendo su camino según Dios le permite, y no pensemos ni juzguemos mal sino de nosotros mismos." (Extraído de homilía sobre juicios temerarios del Santo Cura de Ars.)

Pondré un ejemplo: La señora 'X', entradita en carnes, dice de la señora 'Y' -¡Esta mujer cada día está más delgada! Yo creo que debería dejar la dieta, porque, es que se quiere poner tan moderna y juvenil, que ya a su edad ni le va.- La señora 'X', de la misma edad que la 'Y', quizá envidiosa porque la señora 'Y' está adelgazando y ella no, la juzga y encima lo comenta entre otras señoras, para que todas piensen lo mismo. Lo que la señora 'X' desconoce es que la señora 'Y' está enferma y por recomendación de su médico ha debido hacer una dieta específica de urgencia. Pienso que es un ejemplo claro de juicio, y además, de juicio falso.

Si nos examináramos nosotros mismos, ¿nos juzgaríamos?.
Si somos criticones de otros, así seremos juzgados nosotros.
Además, nuestro juicio es falible, nunca tendremos los datos suficientes para juzgar sin equivocarnos.
Con nuestros juicios hacemos daños a la persona que juzgamos.
¿Nos gusta que nos juzguen como hacemos nosotros?

Que todos intentemos no juzgar a los demás, o al menos, juzguemos menos. Pongámonos esa pequeña meta.

Que el Señor y su Madre, María Santísima, nos lo hagan ver.
Dios os bendiga.

viernes, 8 de octubre de 2010

¿Vivimos o convivimos?

La acción de la convivencia es convivir.

A mi manera de entenderlo, es vivir-con, es decir, vivir por un período de tiempo, largo o pequeño, con alguna o algunas personas.

Aquí encontramos muchas maneras de convivencia: habitar en una casa con una persona (conyugue, compañero de piso, amigo…), habitar con varias personas (familia, amigos, hermanos en una comunidad, residentes en un colegio mayor o residencia, cuartel…), estar todos los días con compañeros de trabajo. Por otro lado tenemos lo que podemos denominar, convivencia extraordinaria; como es pasar unos días con unos amigos en vacaciones, o con familiares con los que no lo haces todo el año, estar un día con amigos compartiendo…

El caso es que convivir no significa sólo estar un tiempo con una serie de personas. No. La convivencia va más allá porque requiere una serie de “requisitos”, importantísimos a mi modo de entender. Requisitos mínimos como compartir, ser sinceros, respetar y dialogar con quien se convive. Es conveniente que exista, al menos, un mínimo de unidad, “común-unidad”. No podemos estar, por ejemplo, bajo el mismo techo sin hablar con la otra persona, o sin compartir experiencias, sentimientos, alimentos…, o sin respetar su forma de ser. No estaríamos conviviendo, únicamente estaríamos viviendo en el mismo lugar pero comportándonos como si estuviésemos solos.

Esto se consigue sólo con un poquito de amor con los que tenemos que convivir. Si no tenemos ese poco de amor, mucho nos va a costar aunque sólo sea decir “buenos días”.

El problema es que a veces tenemos que convivir con otras personas por necesidad, y cuando la necesidad aprieta, al menos tendremos un mínimo diálogo, como por ejemplo “pásame el pan”. Pero no nos estaremos preocupando por los demás, sólo buscaremos nuestro bien. En estos casos, nos iremos volviendo cada vez más egoístas y terminaremos por convivir lo mínimo, pasando a vivir con algunas personas en un mismo lugar durante un cierto período de tiempo, sin más.

En una convivencia hay que hablar con los demás, interesarse por ellos, ayudarlos siempre que podamos, compartir lo que tenemos con ellos, debemos expresar nuestros sentimientos y que ellos lo hagan con nosotros, respetar sus posturas, sus formas de ser, corregir y ser corregidos con amor, y para todo ello y más, lo que es primordial y no debe faltar nunca es el diálogo.

Voy a contar una experiencia personal, que quizás nos aclare un poco más lo que no debemos hacer.

Yo pertenezco a un grupo de oración, el cual tiene varios “subgrupitos”, también llamados ministerios. Uno dedicado a la música, otro para orar por los demás, otro que lleva la economía, otro la formación… Yo pertenecía a uno de estos subgrupitos. Éramos cinco personas. Cada cual con su historia personal, su vida, su trabajo…lo normal. Nos reuníamos una vez a la semana para poder llevar a cabo nuestra misión, en este caso la de cantar. Pero ¿saben qué? No podemos tener dobles vidas, esto es, ser de una manera fuera y de otra manera dentro del grupo. Me explico, si fuera, en el día a día y con los demás soy “A”, dentro del grupo no puedo aparentar ser “B”, porque nuestro comportamiento es de mentira.

Lo que tengo yo debo compartirlo, pero lo que tiene “Fulanito” debe compartirlo también.

No podemos hacer a los demás como nosotros queremos que sean, porque nadie nos obliga a nosotros a ser de una forma determinada. Debemos y tenemos que respetarnos cada uno como somos. Al no hacerlo, no dejamos que la otra persona sea como es de verdad. Respetarse es conocerse.

Y debemos decir las cosas que vemos que no funcionan para ponerle remedio, dentro de nuestras posibilidades.

En resumen, para convivir debemos dialogar, respetar, ser sinceros y compartir. Esto no sucedió así, de manera que decidí apartarme porque la convivencia, la unidad entre nosotros era escasa y la que había era de mentira o de conveniencia.

Simplemente por faltar ese mínimo de sinceridad, unidad, compartir, respetar, de dialogar se rompió lo poco que existía. ¡Qué pena!. Si esto pasa en los grupos de oración, que debemos estar unidos y dar ejemplo a los demás, ¿cómo quejarnos de las guerras y las injusticias? Deberíamos quitarnos la viga del ojo, antes de ver la paja del ojo ajeno.

Yo hago de nuevo hincapié en el diálogo, porque me parece imprescindible en la convivencia. He escuchado cosas en discusiones como “yo no hablo porque lo paso mal, a mí no me gusta sufrir. Cuando esté todo arreglado, entonces es cuando prefiero hablar y dar mi opinión” ¿Y quién lo pasa bien? ¿Y no sufrió Jesús más en la Cruz para salvarte a ti? Porque Él no necesitaba ser salvado porque ¡Él mismo es la Salvación!. Y cuando está todo arreglado ¿para qué vas a hablar?, ¿para no hablar?. Yo a eso no lo llamo humildad, sino cobardía. Y es que, y permítanme la fea expresión, es cierto que la porquería cuanto más se mueve más huele; pero a veces hay que removerla para desatascar la tubería y dejarla limpia. Este es el diálogo que no podemos dejar de tener, porque ese diálogo puede desatascar nuestra convivencia, sino lo tenemos se nos atascará de tal manera que estallará de mala forma , cuando menos lo esperemos, rompiéndose y destrozándose toda ella. Cuando ésta se rompe la convivencia y de la forma que acabo de decir, las relaciones quedan frías, violentas, casi miedosas y eso no es nada bueno para nosotros, para nuestro día a día, nuestros quehaceres, nuestra solicitud de ayuda a los demás, nuestra ayuda prestada a los demás, y encima de todo, damos mal ejemplo al resto de nuestros hermanos.

“Si no tengo amor, no soy nada” Ni siquiera puedo convivir, ni pueden convivir conmigo. Pongamos todos ese granito de arena que hace falta para que, la convivencia con nuestro prójimo, sea quien sea, pueda llevarse a cabo con respeto, diálogo, sinceridad, llegando a la “común-unidad” de la que hablaba al inicio.

Que el Señor os bendiga.