domingo, 28 de mayo de 2017

EvangelizArte: La Ascensión del Señor.

La Ascensión del Señor (1305).  Giotto di Bondone. Capilla de los Scrovegni. Padua, Italia.

Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor; una de las más grandes del año para un cristiano.

Después de resucitar, Jesús se queda cuarenta días entre sus discípulos. Y digo bien, pues no se rodeará de multitudes como lo hacía antes de sufrir su Pasión y Muerte, sino que se aparecerá a sus más allegados consolándolos, dándoles instrucciones, arropándolos, paseando y comiendo con ellos...
Jesús también les advierte (y a nosotros a través de ellos) que debe subir al Padre para que venga el Paráclito. Y eso es lo que celebramos hoy: La subida al Padre, su Gloriosa Ascensión. Pero ¡atentos!, no podemos confundir la Ascensión con la Asunción. En la Ascensión, Cristo sube sólo al Cielo. Él es Dios. En la Asunción, la Virgen es elevada al Cielo.

Para interpretar esta obra, tenemos que fijarnos en las lecturas del día:

En la lectura de los Hechos de los Apóstoles (He 1,1-11), leemos al final "lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a su vista. Ellos se quedaron mirando fijamente al cielo mientras él se iba, cuando se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este Jesús que acaba de subir al cielo volverá tal como lo habéis visto irse al cielo»". Ahora visualizamos el fresco y comprobamos que, efectivamente, el Señor asciende y desde la tierra, los discípulos ven una nube que oculta a Jesús. Por otro lado, en el centro existen dos ángeles vestidos de blanco, señalando hacia arriba con sus dedos índices. Esos son los dos hombres de blanco al que hace referencia el texto bíblico.

Pero vemos que a derecha e izquierda del Señor, existen santos que lo aclaman y alaban en su Ascensión. Esto podemos leerlo en el salmo 47, que dice así: 

"Pueblos todos, batid palmas, 
aclamad al Señor con gritos de alegría,
porque el Señor, el altísimo, es terrible, 
un gran rey sobre toda la tierra. 

Dios sube entre aclamaciones, 
el Señor, al son de trompetas. 

Cantad a Dios, cantad; 
cantad a nuestro rey, cantad; 
porque el rey de toda la tierra es Dios, 
cantadle un buen cántico. 

Dios reina sobre las naciones, 
Dios se sienta en su trono sacrosanto."

En el relato no aparece la Virgen, sin embargo Giotto debió suponer, y con razón, que María, su Madre, estaría allí en el momento de su despedida. Es lo más normal del mundo. ¿Qué buen hijo se va sin despedirse de su madre? 

Por último, del Evangelio (Mt 28, 16-20) podemos leer: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Quiero quedarme con la promesa y la tranquilidad que nos da saber, que Jesús está con nosotros para todo, en cualquier momento. Nos deja una tarea, la de evangelizar. Pero también nos dice que está a nuestro lado. ¿No es esto una garantía? ¿No nos ayuda a confiar más en Él? ¿Estamos cumpliendo con la misión evangelizadora que nos ha encomendado? 

Recapacitemos y aprovechemos para pedir al Espíritu Santo que venga y nos ilumine en lo que necesitamos. Cada uno tendrá sus preocupaciones, sus problemas, su rutina, sus enfermedades, sus ataduras, sus faltas... 

Desde ya, y esperando con ansias el domingo que viene, le decimos con fuerza, desde lo más profundo del alma: ¡¡VEN, ESPÍRITU SANTO, TE NECESITAMOS!!