domingo, 27 de octubre de 2019

Contra la soberbia, HUMILDAD

Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia.
Francisco Villegas. Hacia 1621.
Vejer de la Frontera.

Hay quien piensa que la Palabra de Dios es algo de antiguos, que ya "no se lleva". ¡Qué equivocados están. La Palabra de Dios siempre estará de actualidad, porque Cristo no habló únicamente para las personas de su tiempo; sino para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Han pasado más de 2000 años y sin embargo parece que Jesús nos está hablando hoy mismo, de hecho, es lo que está sucediendo. Él nos habla y nos advierte de algo que pasó en su momento, pasó posteriormente, sucede hoy, y seguirá pasando hasta el fin del mundo.

El primer pecado del hombre, el que conocemos como pecado original, no fue otro que el de soberbia. Sabemos que para cada pecado capital, hay una virtud que debemos trabajar para vencerlo. Y así, contra la soberbia, ese el deseo de superioridad y de alto honor y gloria que en numerosas ocasiones tenemos, debemos hacerle frente con la humildad, que es reconocer que de nosotros mismos solo tenemos la nada y el pecado.

En la lectura del Evangelio de este domingo (Lc 18, 9-14), el Señor nos explica, a través de una parábola, el quehacer de un fariseo y de un publicano. El final, a modo de resumen, es magistral: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Esto, como decía antes, sigue sucediendo hoy día.

¡Cuántas personas “trabajan” en nuestras parroquias con el único fin de una recompensa, buscando su vanagloria! Muchos se hacen llamar jefes de grupos, pensando que su deber es mandar, amedrentar a los demás, e imponer su propia ley. Su principal misión debiera ser la de servir, no la de ser servidos.
No podemos hacer las cosas por el simple hecho de lucirnos, y mucho menos dentro de una comunidad parroquial. Eso da mal ejemplo y hace juzgar a otros. Tenemos que trabajar para la gloria de Dios y, por supuesto, para ayudar y compartir con los que tenemos al lado. Hemos de buscar y luchar por nuestra salvación, y cuando digo nuestra, me refiero globalmente, es decir, la nuestra y la del resto de almas. Darnos golpes de pecho, aparentar y creernos que somos superiores a otros, no tiene sentido, nos aparta de Dios, y nos hunde espiritualmente. Pensémoslo fríamente: ¿De qué nos vale? ¿Sirve para algo que enumeremos a Dios todo el cumpli-miento que tenemos para con Él, si no lo hacemos con el fin que debiéramos y no nos mostramos pecadores?

Poner nuestros dones al servicio de todo el que lo necesite, eso nos eleva el alma y nos anima a seguir en el camino.

Reconocer nuestros errores, nuestras faltas. Reconocer que somos pecadores. Reconocer que sin Dios no podemos hacer nada. Esa es la humildad que debemos aprender y poner en práctica, teniendo como figura central a María, la ESCLAVA del Señor. Esa es la humildad que debemos aprender del propio Señor, que dio su vida para salvarnos a todos sin excepción, siendo Dios.

Recapacitemos lo que Jesús nos dice hoy y, pidámosle que sepamos cumplir siempre su voluntad.

El Señor nos bendiga.

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