domingo, 27 de septiembre de 2009

Enseñanza

Hermanos. Os dejo la enseñanza, comentario, reflexión... sobre el evangelio del XXVI Domingo del T.O. Ciclo B, es decir; este domingo 27 de septiembre de 2009, que impartí el pasado miércoles 23 de septiembre de 2009 en el grupo Manantial, de RCCE, en Algeciras.

Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48.

Este Evangelio tiene tres partes diferenciadas que voy a pasar a explicar ahora.
1. Creer que tenemos la exclusividad.
2. El escándalo de la comunidad.
3. El escándalo con nosotros mismos.

PRIMER PUNTO

En primer lugar, leemos que Juan se acerca a Jesús, creyendo que había hecho algo bueno. Orgulloso porque pensaba que había realizado un gesto importante a favor del Reino y esperaba una respuesta de aprobación del Maestro. Hay que tener en cuenta que ellos habían recibido el poder par expulsar demonios en Su nombre “Llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos”. (Mc. 6, 7), por tanto, creían que eran los únicos que poseían ese don.
La respuesta de Jesús no se la espera. “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mi”.
Hay que recalcar que no se hacen milagros con solo nombrar a Jesús, como si fuera una fórmula mágica, sino que es la fe en Él la que nos hace obrar esos milagros si Él lo ve conveniente.
Ellos pensaban que tenían la exclusiva del proyecto de Dios en el mundo, y nosotros en numerosas ocasiones también. Se les olvidó y se nos olvida, que el Espíritu Santo no se encierra en grupos, sino que es libre y puede actuar en los momentos y personas que menos nos imaginamos. “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo nacido del Espíritu” (Jn 3, 8). Pero somos nosotros los que no dejamos actuar al Espíritu. Si nos da un don, pensamos que somos los únicos que tenemos ese don, nos crecemos, como si fuese algo nuestro y nos volvemos soberbios. Igual que los discípulos, pensamos que somos exclusivos de Jesús. No nos damos cuenta que TODOS somos iguales ante Él, TODOS. El que seamos seguidores de Cristo no es mérito nuestro, somos elegidos por Él. Lo contrario nos hace caer en la envidia y en soberbia.

Ningún discípulo obtuvo méritos para serlo. Jesús los eligió a ellos, y no precisamente porque fuesen los mejores; al contrario, había muchos mejores que ellos. Quizá, precisamente por eso los eligió.
Pues así también nosotros actuamos como Juan ante el que exorcizaba en nombre de Jesús. A veces se da el caso, que vemos a alguien de nuestro grupo hacer algo que nosotros no hemos hecho todavía. Y pensamos cosas como “qué se habrá creído éste para ser más que yo”. Si esto pasa dentro de los mismo grupos, imaginaos lo que hacemos con el que no es “de los nuestros”. Nos entra en el cuerpo una cosa rara que podríamos denominar envidia y celos espirituales. Y precisamente algo que desagrada a Jesús es el celo espiritual, ya que muchos que están cerca de Él se creen (o nos creemos) llenos de derechos para juzgar e impedir que otros se acerquen también.
Jesús no es patrimonio de unos cuantos, el discípulo de los comienzos y nosotros mismos (discípulos de hoy), tenemos que aprender a trabajar para la Gloria de Dios codo con codo con todo aquel que hace el bien, aunque no sea de nuestro grupo, aunque no sea de nuestra parroquia, aunque no sea persona de iglesia. Recordamos lo que dice Jesús en el Evangelio que tratamos hoy: “el que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa” Si Jesús no lo condena ¿quiénes somos nosotros para hacerlo? Todo lo bueno que hay en el mundo es obra del Espíritu Santo, aunque sea a través de personas que no sean “de los nuestros” como decía Juan a Jesús.
Los discípulos en este pasaje, quieren dominar, no quieren servir. ¡Qué frecuente es ponernos en contra de alguien y considerarlo enemigo sencillamente porque hace cosas que nosotros no sabemos o no queremos hacer! La envidia manifiesta nuestra propia impotencia.
¿Cuántas veces hemos oído (por decir algún ejemplo que nos suene más cercano) que Fulanito o Fulanita tiene tal don y se ha contestado que eso hay que discernirlo? Y se nos pasa la vida discerniendo sin dejar actuar al Espíritu. Porque, como los discípulos, pensamos que somos únicos y los demás no sirven para nada. Y es que, el discípulo inseguro soporta mal que el Espíritu sople donde quiere.
Todo el que hace el bien vive según el Espíritu, esté donde esté. A veces decimos que una persona no se salvará si no conoce a Cristo. Y a lo mejor esa persona obra bien, pero es musulmán. Volvemos a creernos exclusivos de Jesús, y los demás son enemigos para nosotros. Si Dios nos ha hecho cristianos es por que Él ha querido. Y si la otra persona es musulmana, también Dios lo ha querido así. No conocemos los planes del Señor, y quizás a nosotros, precisamente por ser cristianos comprometidos y CATOLICOS (universales), nos pedirá más. Como en la parábola de los talentos que todos conocemos.

SEGUNDO PUNTO.
Aquél que denominábamos Escándalo de Comunidad.
Decíamos antes que el que hace el bien a los demás no quedará sin recompensa.
No podemos en nombre de Jesús ir por la vida viendo enemigos en todas partes. ¡Ay de los que escandalicen por su empecinamiento en creer que no hay más caminos que los indicados en sus mapas!
El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar” Y aquí se plantea el tema del escándalo. Normalmente, la gente entiende por escándalo, una noticia que sorprende. Algo que ha pasado con alguna persona conocida… Al mismo Jesús le pasó cuando fue a enseñar en la sinagoga y la gente lo reconoció: “qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María…” (Mc. 6, 2-3) También se entiende escándalo por actitudes obscenas… El caso es que va más allá de todo eso.
Escándalo es una palabra que procede del griego “Skandalon” y que viene a significar “la piedra con la que se puede tropezar”, “trampa”, “tropiezo” …escandaliza, por tanto, el que hace caer al otro. También puede significar “obstáculo”, impidiendo, en esta acepción, el acceso al reino. Lo de pequeñuelos que dice Jesús en el Evangelio, podemos traducirlo como los sencillos, los débiles, no necesariamente los niños.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el escándalo constituye una falta grave cuando por acción u omisión se induce deliberadamente a otro a PECAR.
Por eso pienso, que es importantísima la formación. No para decir “cuánto sé” y caer en la soberbia una vez más, sino para poner en práctica los conocimientos adquiridos “gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt. 10, 8). Ya que podemos decir cosas que pensamos, en nuestra ignorancia, que son correctas pero no lo son, escandalizando y confundiendo a los demás. Y eso es una de las peores cosas que podemos hacer. Escandalizar. Es decir, hacer caer en el pecado a los demás. Y es que no es dar simplemente nuestra opinión, es que estamos jugando con la salvación de las almas, no estamos siendo conscientes y luego Dios nos pedirá cuentas de ello.
Escandalizamos y echamos para atrás a los demás. Perdemos oportunidad de evangelizar con nuestra palabra, y sobretodo con nuestras obras. Porque no sólo escandalizamos con la palabra, sino que, con nuestro comportamiento decimos quiénes somos. Hablar… podemos incluso tener un don de palabra maravilloso y desperdiciarlo mintiendo. Pero la clave para reconocer a Cristo y a sus seguidores son los frutos que dan, sus obras. “Por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7, 16)
No ser transparentes, ni claros, sobretodo en las cosas del Señor, es otra forma de escandalizar porque lleva a los demás a la desconfianza, a la desunión, a eso que llamamos “mal rollo” entre los hermanos; y eso creo que todos lo hemos vivido y experimentado, y no se pasa bien.
A veces deformamos nosotros la enseñanza divina. No nos dejamos transformar por ella sino que la modificamos y la interpretamos a nuestra imagen y semejanza, es decir, según nuestras limitaciones e intereses particulares. Al final no hablamos de la Palabra de Dios, sino de la nuestra, y esa es la razón por la que, no sólo confundimos a los demás, sino que el nombre de Dios es blasfemado.
Las víctimas del escándalo son primero los niños porque son los mas dependientes de los mayores y por lo tanto los mas vulnerables. También son vulnerables los que no tienen una fe bien formada. Por otra parte el cristiano practicante que vive sujeto al Señor debe saber distinguir entre el error contenido en el escándalo y el verdadero camino de Jesús. Pero este cristiano no puede presumir como si estuviese por encima del peligro. Más bien debe saber que el mismo puede convertirse en escándalo si no vive coherentemente con lo que profesa. Este tipo de escándalo, el de los cristianos practicantes, es el más dañino precisamente porque desacreditan el Camino de Jesús. Como los fariseos, ni entran dejan a otros entrar.
Peca pues de escándalo, no sólo aquél que incita a pecar, por ejemplo a hacer hurtos, a jurar en falso, a embriagarse, a dar falsos testimonios, a vengarse… sino también, como veíamos ates, el que da mal ejemplo con sus obras; los que maldicen, juran, blasfeman, y otros muchos más.
Es como un segundo pecado original. ¿Por qué? Porque lo transmitimos de generación en generación. ¿Por qué hurtan, blasfeman, mienten… la generación de hoy? Porque lo aprende de la anterior, y esta de la anterior y así, hasta los comienzos. Damos mal ejemplo desde los inicios de la creación, a las generaciones siguientes.

TERCER PUNTO
El escándalo individual, con uno mismo. Y es que a veces, no sólo es el demonio el que nos incita a pecar, sino que el pecado procede de nosotros mismos. Somos nosotros quienes nos incitamos a pecar. El Señor lo deja muy claro que somos nosotros y cómo debemos luchar para evitarlo. “Si tu mano te hace caer, si tu pie te hace caer, si tu ojo te hace caer…” Jesús no quiere que nos mutilemos, pero, al igual que a veces tenemos que amputar un miembro del cuerpo, en una intervención quirúrgica para salvar el resto del cuerpo y seguir viviendo, el Señor nos dice que es preferible que nos cortemos una mano, un pie, o nos saquemos un ojo, si es lo que nos va a impedir alcanzar la vida eterna; porque la mano y el pie son instrumentos de la actividad y del movimiento, y ahí está el peligro, en una mala actividad o en un movimiento erróneo que nos conduce por el mal camino. El ojo sería, el mal deseo. No obstante, no hay que tomar al pie de la letra eso de amputarnos una mano; sino que tenemos que quitarnos o amputarnos, ese obstáculo, eso que nos hace caer en el pecado. En otras palabras, vencer como sea la tentación de pecar. Si no entramos en el Reino, hemos fallado en nuestra misión y, no sólo eso, sino que, como fruto tenemos la condenación eterna. La cuestión es que hemos decidido seguir a Jesús, y tenemos que hacerlo aunque encontremos situaciones dolorosas, aunque en ello nos vaya la propia vida, como les sucedió a los mártires. El Señor no quiere medias tintas. “Pero eres sólo tibio; ni caliente ni frío. Por eso voy a vomitarte de mi boca” (Ap. 3, 16).