sábado, 7 de diciembre de 2019

Inmaculada

8 de diciembre. Festividad de la Inmaculada Concepción de María, nuestra Madre. Patrona de España.

Muchos siguen creyendo que la Inmaculada Concepción quiere decir que Jesús nació de María y ella permaneció virgen siempre. Sin embargo, hay que recordar que el dogma que celebramos hace referencia a la pureza de María desde su concepción, es decir, desde que fue concebida en el seno de su madre Santa Ana, Ella no tuvo jamás mancha alguna, quedó exenta del pecado original, no en vano, Dios tuvo ese privilegio porque iba a ser su Madre. Es lógico pensar esto, ya que María sería el primer y Divino Sagrario. Decía San Anselmo: «La Madre de Dios debía brillar con pureza tal, cual no es posible imaginar mayor fuera de la de Dios».

Si Cristo es el nuevo Adán -como nos dice San Pablo- María es la nueva Eva. Si Eva fue la primera mujer que cometió pecado, María es la primera y única que nunca lo tuvo. Eva fue desobediente, y María siempre obedece al Señor, es su esclava y la que le dijo SÍ. María, la llena de gracia de Dios. 

El Papa Pio IX proclamaba el 8 de diciembre de 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción: «La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».

No dejemos de acudir a nuestra Madre celestial, nuestra querida María, la Inmaculada Concepción, Ella nos ayuda siempre e intercede por todos sus hijos. Sigamos su ejemplo de humildad y lucha contra las tentaciones. Acudamos a Ella siempre, pues el maligno huye en su presencia, no soporta que una "simple" persona, sea superior a él. 

Dios te salve María, llena eres de gracia el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén.

El Señor nos bendiga.

domingo, 1 de diciembre de 2019

Velad

Nuestra Señora de la Expectación.
Alonso Martínez Mountánchez. 1601.
Catedral de Santa María de Tui.
Huelga decir que acabamos de entrar en el Tiempo de Adviento, sin embargo es bueno recordar que hoy iniciamos un nuevo año litúrgico, un nuevo ciclo, cambiamos de evangelista dejando atrás a San Lucas y nos adentramos en San Mateo. Notamos también que los colores litúrgicos han variado del verde al morado. Asimismo, observaremos en nuestras parroquias que se enciende la primera vela de la corona de adviento.

Todo es nuevo, o mejor dicho, distinto; llamadas de atención porque Jesús hoy en su Palabra nos quiere abrir los ojos. Él está en camino y nosotros debemos avanzar hacia Él. Pero, ¿cómo iremos a su encuentro?, ¿cómo nos vamos a preparar? 

El Evangelio nos habla de Noé y el diluvio. Un diluvio que arrasó con una humanidad pecadora,  agotada, "quemada" diríamos hoy. Una humanidad que vivía el día a día sin tener en cuenta a Dios. Un diluvio que quiso terminar con un mundo lleno de soberbias, egoísmos, envidias, vicios... Quizás la historia se repite y Dios quiere hacernos ver que seguimos haciendo las mismas cosas, cometiendo las mismas faltas. El Adviento nos invita a cambiar. Es el nuevo diluvio que quiere acabar con la humanidad pecadora, podrida, y Jesús es el nuevo Noé que viene a traer la Salvación, a devolver la Vida a la humanidad. Sin embargo, debemos estar preparados para ello, pues puede ser que nos venga el diluvio y nos arrastre sin piedad. Recordad lo que el mismo Jesús nos dice hoy: Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. ¿Os imagináis que llega y por no estar preparados no nos recibe? Sería el mayor error de nuestras vidas, y estaríamos lamentándonos eternamente.

Si vamos a en busca de una gran personalidad, un rey, un diplomático, el Papa,... lo más normal es que vayamos bien preparados, arreglados y con la mayor de las ilusiones, poniendo todo nuestro empeño y alegría  en ser recibidos. Pues si vamos a recibir al Rey de reyes, ¿cómo debemos preparar nuestro interior? Nuestro camino debe ser firme, no podemos ir distraídos, es un tiempo donde reina la Esperanza. De la misma manera que el centinela vigilante pasa la noche, en medio de la tiniebla oscura, con la esperanza del nuevo amanecer; así debemos esperar la llegada del Señor, ansiosos, alegres, deseosos.

Es un tiempo propicio para acudir al sacramento de la penitencia, el sacramento del Perdón que nos devuelve a Cristo, que nos devuelve a la Vida, que nos llena de Gracia, que nos alienta a seguir en el sendero hasta nuestra meta.
Despertemos de nuestra rutina mundana. Abramos los ojos a la llamada del Señor. Acudamos a la Virgen, el primer Sagrario, la que mejor supo esperar a su Hijo, a nuestro Dios. Ella nos entiende y nos guiará por el camino correcto hacia Jesús. 

Velemos pues, pero preparemos nuestra alma, que no llega un "cualquiera", que no llega un rey más, que el que viene es el mismo Dios, el que nos salva, el que nos une, el que nos llena plenamente.

Aprovechemos estos días previos a la Navidad para estar más alertas que nunca, sin despistes. Si al final del camino nos juzgarán por el amor, no podemos caminar sin él, porque al llegar a la meta no tendremos nada que mostrar.

Acudamos a la Santísima Virgen, la que supo esperar con gozo como nadie la venida de su Hijo, nuestro Dios. Ella nos entiende y nos guía por el camino que nos conduce a la Salvación. 

El Señor nos bendiga.

domingo, 24 de noviembre de 2019

Cristo. Rey de reyes.


Celebramos el último domingo del año litúrgico y lo dedicamos a Cristo Rey. La Iglesia quiere que le veamos en el triunfo, como aquel en que en Él todo es pleno.  Pero hay algo que nos puede llamar la atención: ¿El triunfo de Jesús en la cruz?; solo, abandonado por sus amigos, sufriendo  los dolores que jamás sintió ningún hombre, agonizando, soportando las burlas de los soldados y personas presentes, contemplando a duras penas a su Madre a sus pies viéndolo morir… Este tipo de realeza no es a la que estamos acostumbrados; no vemos  riquezas, ni protocolos, ni lujos, ni sirvientes. No vemos armas, ni guardaespaldas,  ni ejército que lo proteja. Muere completamente desnudo clavado en un madero. ¿De verdad es el triunfo de Cristo? Cristo no se limitó a sobrellevar nuestros pecados sino que también los “destruyó”, los eliminó. Cristo venció a la muerte y al pecado. Ese es el triunfo de Cristo, no se trataba de quedar por encima de nadie a nuestros ojos, Jesús es humilde y su victoria es distinta a la que podríamos suponer desde nuestro humano entender.

Cristo es un rey al que le faltan todas estas cuestiones materiales. Sin embargo posee el mayor poder que podamos imaginar. No es su corona, que no es de oro sino de Espinas. No es su trono, que no es un sillón lujoso, sino una Cruz. No son sus ropajes, que no son de seda y armiño, sino su Preciosa Sangre. No es un ejército de soldados preparados para matar, sino una corte de Ángeles… No. Su inmenso poder lo manifestó en su vida hasta el último momento. Es el AMOR  demostrado en su humildad, perdón, paciencia, mansedumbre, silencio, oración… ¡Qué mayor prueba de amor que morir para abrirnos la salvación a todos nosotros, a los que vivieron desde los inicios del mundo, y hasta los que vivan hasta el último día! Con su muerte, Él nos liberó. ¿Crees esto, o simplemente lo sabes por rutina? Piénsalo, medítalo. No es una cosa más que aprendemos desde pequeños, es el Rey, tu Rey, mi Rey, que ha querido entregarse derramando hasta la última gota de su sangre, para que podamos estar con Él en la Vida. Vino a salvarnos a todos, que somos pecadores. Lo que prometió al buen ladrón (Hoy estarás conmigo en el Paraíso), nos lo prometió a todas las personas de todas las generaciones. Sí, estaremos con Él en el Paraíso cuando nos llegue el momento, si la aceptamos; porque recuerda lo que dice San Agustín: “Hay tres hombres en la cruz: uno que da la salvación, otro que la recibe, un tercero que la desprecia. Para los tres la pena es la misma, pero todos mueren por  causa distinta”.

Su reino no es de este mundo, porque este mundo puro que nos regaló, lo hemos corrompido con nuestro pecado, con nuestros pensamientos materialistas. Su reino es el Reino de Dios, el Reino del Amor por excelencia. No nos queremos dar cuenta, precisamente porque el mundo nos arrastra, que los mayores valores no son los materiales, sino los espirituales. Ya nos lo advirtió: “Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los corroen y donde los ladrones no horadan ni roban” (Mt. 6, 20).

Por eso deja que Cristo sea el Rey de tu vida, déjate guiar por Él que es el que da la Vida. Ámalo más que a nadie y nada en este mundo, que sea tu principio y tu fin. Y cuando llegue tu hora, acepta su salvación. Aprovechemos este día de Cristo Rey para volver a Él, que espera de nosotros nuestro arrepentimiento, humildad y confianza.

Que sepamos ver todo esto con la ayuda de Su Madre, que Ella sea siempre nuestra Esperanza, y pese a que caigamos una, dos o tres veces, como cayó su Hijo, tengamos la fuerza para levantarnos como hizo Él, y lleguemos a fundirnos en un eterno abrazo con el Rey, el Amor de los amores.

El Señor, que es el Rey de reyes, nos bendiga.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Mirad que nadie os engañe

Destrucción del Templo de Jerusalén.
Francesco Hayez, 1867
El Evangelio de este domingo (Lc. 25, 5-19) puede alarmarnos y atemorizarnos. Cuando lo leemos rápidamente podemos pensar: esto es lo que está sucediendo. En cierto modo, es lógico pensarlo pues, informativos en televisión, noticias en radio, prensa y redes sociales nos hablan constantemente de terremotos, huracanes, incendios, guerras, violencia en las calles y en las propias casas, invasiones de algas o insectos... Por otro lado vemos el odio reinante en el mundo, sin irnos lejos, echamos la vista a nuestro alrededor y comprobamos la existencia de familias enfrentadas (empezando por las nuestras), miembros de grupos parroquiales que luchan por tener un poder incongruente, políticos que lejos de ayudar al ciudadano su lucha diaria es su bien personal, países que se enfrentan por tener más que otros... Al final todo se reduce a lo mismo: Dinero y poder, el gran destructor de la humanidad que genera soberbia, envidia y rencor.

De una manera u otra, todo el que quiera sobresalir y que los demás le "adoren", son falsos profetas que vienen a decirnos con otras palabras "yo soy". Algunos incluso osan a predecir acontecimientos, unos inventados, otros del lado del diablo, y al final ninguno es cierto, pues Cristo es la única Verdad.

No nos agobiemos con la destrucción del Templo de Jerusalén, pues el hecho ya se produjo en el año 70 d.C. No nos preocupemos por lo malo que está por venir, que no nos importe el cuándo, sino estar preparados siempre, porque no sabemos el día ni la hora. Cabe la posibilidad que nos dé por pensar que el Templo es la Iglesia. Pero a la Iglesia le pueden salir grietas, puede sufrir desprendimientos de 
elementos decorativos, ventanas, roturas de gárgolas, de techumbre... Puede tener alguna rehabilitación u obras para su mejor conservación... pero jamás se caerá, pues pese a estar formada por hombres, los pilares, la base donde está cimentada, es Cristo, su creador. Y por mucho que se intente la Verdad siempre vence a la mentira, la Luz siempre prevalecerá ante las tinieblas, el Amor siempre estará por encima del odio. Como dijo el Papa Juan Pablo II: Dios, siempre puede más.

Es cierto que la Palabra de Dios es dura y nos puede llegar a asustar. Sin embargo, leamos atentamente porque Jesús nos dice que se alzará pueblo sobre pueblo, reino contra reino... y esto servirá de ocasión para dar testimonio. Es decir, no tengamos miedo de dar ejemplo con nuestro día a día, que Dios sea lo primero y lo último. En la actualidad los católicos estamos mal vistos, y la sociedad cada vez nos pone más difícil seguir a Cristo libremente, por eso tenemos una oportunidad de oro para gritar a los cuatro vientos, que somos de Dios

Después de la parte más inquietante del Evangelio, viene la parte dulce y confortadora, en la que el Señor nos recomienda que no preparemos nuestra defensa, pues a ninguno de los que estén con Él, el adversario podrá hacer nada. 

Por eso pedimos el discernimiento que necesitamos para distinguir a los falsos profetas que quieren hacerse con nuestras almas. Por eso oremos a Dios para que no nos apartemos de Él, que nos mire con su infinita Misericordia y no nos deje caer en el abismo. 

Oremos; oremos porque con nuestra perseverancia salvaremos nuestras almas.

El Señor nos bendiga.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Porque son como ángeles

Detalle de La Visión de San Antonio de Padua. 1656. Murillo.
Capilla Bautismal de la Catedral de Sevilla.
Aunque pueda parecer algo complicada o enrevesada, resulta muy interesante la enseñanza que nos trae el Señor a través de su Palabra (Lc. 20, 27-40) en este domingo. Y es que, estando en el mes en que la Iglesia dedica a los difuntos, nos llega la resurrección vestida de verde Esperanza.

Antes de seguir, hay que hacer un apunte relativo a los saduceos, aquellos que se acercan a Jesús con ánimo de burlarse de Él, y es que eran una élite aristocrática de latifundios y comerciantes, que no creían en la resurrección. Para ellos el reino mesiánico era el que vivía, rodeados de bienestar. Creían que Dios retribuía a los que seguían la ley con riquezas, y castigaba con pobrezas a los que obraban mal.

Dicho esto, es lógico que se acerquen a intentar ridiculizarlo cuestionando la resurrección con casos ficticios. Sin embargo Jesús, paciente y amable, les explica que la vida terrena no tiene nada que ver con la verdadera vida. Continúa demostrándole que ya en tiempos de Moisés se habla de la resurrección, haciendo alusión al episodio de las Sagradas Escrituras de "la zarza ardiendo". Y concluye magistralmente diciéndoles: No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven.

Sin embargo podemos ser como los saduceos y pensar qué sentido tiene el matrimonio después de la muerte. Es lógico en cierta medida, pues pensamos como humanos. En el matrimonio ambos cónyuges se unen por amor, intentan hacerse feliz el uno al otro, se complementan, e incluso se acercan mutuamente a Dios, que es el que está, o debe estar en el centro de sus vidas. Hombre y mujer se casan, forman una familia, tienen hijos y se integran en la sociedad. Estos son los fines del matrimonio en esta vida terrenal y el propósito de Dios para con ellos. Sin embargo, aquellos que sean dignos de tener parte en aquel mundo, es decir, aquellos que en función de la vida que hayan tenido, puedan gozar del Paraíso después de su muerte, ya no podrán morir, ya no podrán cometer pecados y serán como ángeles. Ese nexo de matrimonio que nosotros tenemos aquí, será distinto, pero no quiere decir que se destruya al morir, todo lo contrario, será pleno, pues no será una unión únicamente conyugal, personal y sexual. A pesar de que, según Jesús, el matrimonio será irrelevante, la unión será completa, pues se gozará de la autentica Común-Unión de los santos.

Que el Señor, a través de su Madre, la que siempre intercede por nosotros ante Él, nos ayude a creer en la resurrección, y a entender que la felicidad que podamos tener en esta vida, por mucho que pensemos a veces que ya no podemos ser más feliz porque tengamos nuestras necesidades cubiertas, amor... sólo será una mínima e inapreciable parte, si la comparamos con la Vida que tendremos a su lado y en compañía de los santos y ángeles de Dios. Que nunca perdamos la Esperanza de la resurrección y el reencuentro con nuestro Creador.

El Señor nos bendiga.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Hoy Jesús, quiere quedarse en tu casa.

Jesús y Zaqueo. ¿1585?. Biblioteca Nacional.
Zaqueo, nos cuenta el Evangelio de este domingo (Lc. 19,1-10), era jefe de publicanos y rico, es decir, el encargado de cobrar los impuestos que se había enriquecido, no por su trabajo, sino por aprovecharse de los demás. Sería, pues, una persona que gozaría del reconocimiento y respeto del pueblo por miedo más que por amor y sus buenas obras. Era, a los ojos de sus vecinos, un "pecador público". Parece ser que tendría curiosidad por ver quién era "ese" Jesús del que todo el mundo hablaba, nos dice el texto literalmente: Trataba de distinguir quién era Jesús. Finalmente se hace un hueco para verlo, subiéndose a una higuera, pues era de baja estatura.

¡Cuál sería su sorpresa!, al comprobar que Jesús lo está buscando a él también, pues llega hasta aquel lugar y le dice: Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa.

Y Jesús debió mirarlo como únicamente Él sabe mirar. Con amor, misericordia, dulzura, como nos mira a cada uno de nosotros. Jesús nos conoce mejor que nosotros mismos, sabe de nuestras necesidades e inquietudes. Ve en Zaqueo la dignidad de hijos de Dios que todos tenemos. Jesús con su mirada lo transforma todo, cambia el corazón de Zaqueo y, a pesar de que sabía que se produciría un escándalo, a Jesús le da igual, puesto que la visita que hará a Zaqueo será profunda, para alojarse en su alma. Jesús busca a esa oveja descarriada para llevarla a su redil. 

Muchas veces nos creemos importantes porque tenemos muchas cosas materiales, o un buen puesto laboral, político, e incluso nos creemos importantes por tener un cargo en nuestra parroquia. Pero no tenemos amor, solo pensamos que obramos correctamente y cumplimos todo mejor que los demás, buscando que Dios nos dé esa recompensa de santidad, más que darnos y servir al prójimo por y con amor. El error está en que esa "recompensa" ya la estamos recibiendo, pues se trata en realidad de un reconocimiento absurdo de los demás, sin darnos cuenta que el tesoro del cielo estamos dejando de ganarlo.

Pero hoy Jesús nos da una nueva oportunidad. En otras ocasiones ha venido a buscarnos como a Zaqueo, pero lo hemos dejado pasar. 

Hoy, a través de su Palabra, Jesús viene y quiere quedarse en tu casa, en tu corazón, quiere convertirte, transformar tu alma, quiere cambiarte, hacerte ver cuál es el camino que debes seguir. Hoy Jesús te mira con misericordia, con amor, como todos los días. Piensa que Jesús ama todo lo suyo, y todos nosotros somos suyos.

Hoy la Salvación llega a nuestra casa. ¿Vamos a abrirle las puertas? ¿Quieres dejarte transformar por Dios?  Déjate mirar por Cristo, que su mirada nos recorra por completo y transforme nuestros problemas en soluciones, nuestras enfermedades en sanidad, nuestro rencor en amor, nuestras tristezas en alegría y, sobre todo en Esperanza.

El Señor nos bendiga.


viernes, 1 de noviembre de 2019

Noviembre de ánimas

Cuadro de Ánimas. Anónimo. 1635.
Iglesia Mayor de San Mateo. Tarifa (Cádiz)

Iniciamos noviembre, mes que la Iglesia dedica a las benditas ánimas del purgatorio. Unos días que abren con la gran fiesta de todos los santos.

¿A quiénes nos referimos cuando hablamos de todos los santos? Son aquellas personas que partieron de este mundo y que, pese a que la Iglesia no los ha reconocido como tales, es decir, que no están en los altares, Dios sí y los tiene gozando ya de su presencia. Quizás hayas conocido a alguno de ellos, puesto que puede ser un amigo, abuelo, padre, hermano… Pueden haber accedido directamente a la Gloria, o puede que hayan tenido que pasar por el purgatorio.

Precisamente el día 2, lo dedicamos especialmente a rezar por todos aquellos que se encuentran purgando sus penas antes de pasar al Paraíso.

Sabemos que no es un lugar físico, pese a que, para que nos hagamos una idea, lo representemos a lo largo de la historia del arte como tal. Es un estado espiritual en el que, sabiendo que verán a Dios, tienen que sufrir aún su ausencia. Estas almas necesitan de nuestras oraciones, de nuestra ayuda, para que el sufrimiento sea menor y más corto (en nuestro tiempo).

Es necesario que el alma se purifique del todo antes de entrar en la visión de Dios. Como dice el libro del Apocalipsis, en el Cielo «jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira, sino sólo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero» (Ap. 21, 27), es decir, el alma debe estar completamente limpia, pura, para poder ver a Dios. Somos pecadores e imperfectos, Dios nos da esa oportunidad, sin embargo, en función de nuestra culpa y, por tanto, la pena que conlleva, debe ser eliminada en su totalidad.

Muchas veces oramos unos por otros suplicando a Dios, por ejemplo, la sanación de un enfermo. De la misma manera, debemos orar por las almas que penan sus culpas en el purgatorio. Ellas, lo harán después por nosotros cuando estemos en su estado de angustia, de dolor por tener que esperar para estar al lado de Dios. Pero nos queda la Esperanza de que, pasado ese estado, gozaremos de su presencia, del Amor por excelencia. No así en el infierno, donde el sufrimiento es eterno, sin fin, porque de él no se sale.

Estos días previos, los cementerios están llenos de gente que van a limpiar lápidas, poner flores, con el fin de que el día 2 esté todo perfecto. Sin embargo, da la sensación que el resto del año nos olvidamos de los que ya no están físicamente entre nosotros, de orar por ellos.

Cuidemos pues nuestras almas, y aprovechemos este mes de forma especial, para orar por todos los difuntos, pues no sabemos quiénes están en el purgatorio. Y demos gracias a Dios por todos los santos, que desde el Cielo ya, interceden por nosotros ante Dios.

El Señor nos bendiga.

domingo, 27 de octubre de 2019

Contra la soberbia, HUMILDAD

Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia.
Francisco Villegas. Hacia 1621.
Vejer de la Frontera.

Hay quien piensa que la Palabra de Dios es algo de antiguos, que ya "no se lleva". ¡Qué equivocados están. La Palabra de Dios siempre estará de actualidad, porque Cristo no habló únicamente para las personas de su tiempo; sino para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Han pasado más de 2000 años y sin embargo parece que Jesús nos está hablando hoy mismo, de hecho, es lo que está sucediendo. Él nos habla y nos advierte de algo que pasó en su momento, pasó posteriormente, sucede hoy, y seguirá pasando hasta el fin del mundo.

El primer pecado del hombre, el que conocemos como pecado original, no fue otro que el de soberbia. Sabemos que para cada pecado capital, hay una virtud que debemos trabajar para vencerlo. Y así, contra la soberbia, ese el deseo de superioridad y de alto honor y gloria que en numerosas ocasiones tenemos, debemos hacerle frente con la humildad, que es reconocer que de nosotros mismos solo tenemos la nada y el pecado.

En la lectura del Evangelio de este domingo (Lc 18, 9-14), el Señor nos explica, a través de una parábola, el quehacer de un fariseo y de un publicano. El final, a modo de resumen, es magistral: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. Esto, como decía antes, sigue sucediendo hoy día.

¡Cuántas personas “trabajan” en nuestras parroquias con el único fin de una recompensa, buscando su vanagloria! Muchos se hacen llamar jefes de grupos, pensando que su deber es mandar, amedrentar a los demás, e imponer su propia ley. Su principal misión debiera ser la de servir, no la de ser servidos.
No podemos hacer las cosas por el simple hecho de lucirnos, y mucho menos dentro de una comunidad parroquial. Eso da mal ejemplo y hace juzgar a otros. Tenemos que trabajar para la gloria de Dios y, por supuesto, para ayudar y compartir con los que tenemos al lado. Hemos de buscar y luchar por nuestra salvación, y cuando digo nuestra, me refiero globalmente, es decir, la nuestra y la del resto de almas. Darnos golpes de pecho, aparentar y creernos que somos superiores a otros, no tiene sentido, nos aparta de Dios, y nos hunde espiritualmente. Pensémoslo fríamente: ¿De qué nos vale? ¿Sirve para algo que enumeremos a Dios todo el cumpli-miento que tenemos para con Él, si no lo hacemos con el fin que debiéramos y no nos mostramos pecadores?

Poner nuestros dones al servicio de todo el que lo necesite, eso nos eleva el alma y nos anima a seguir en el camino.

Reconocer nuestros errores, nuestras faltas. Reconocer que somos pecadores. Reconocer que sin Dios no podemos hacer nada. Esa es la humildad que debemos aprender y poner en práctica, teniendo como figura central a María, la ESCLAVA del Señor. Esa es la humildad que debemos aprender del propio Señor, que dio su vida para salvarnos a todos sin excepción, siendo Dios.

Recapacitemos lo que Jesús nos dice hoy y, pidámosle que sepamos cumplir siempre su voluntad.

El Señor nos bendiga.

sábado, 19 de octubre de 2019

Orar sin desfallecer

Cristo orando en el huerto de los olivos. Andrea Mantegna. 1459.
National Gallery, Londres


Muchas personas se sorprenden, o les llama la atención cuando otras van a diario por la iglesia para hacer una visita al Señor. ¡Cuánto más ver que asisten diariamente a la Eucaristía! La oración diaria es lo que nos mantiene en la fe. La confianza en Dios es lo que hace que, en ocasiones, no tiremos la toalla, si se me permite la expresión deportiva.

Damos gracias y pedimos a Dios por todo. Es nuestro Padre, nuestro amigo, nuestro confidente:
Gracias por este problema que se ha solucionado. Gracias porque tal persona se ha curado de su enfermedad. Gracias porque tengo el trabajo que necesitaba para mantener a mi familia. Gracias porque he vuelto a casa sin percances en la carretera. Gracias por un nuevo día. Gracias por ver en mi enfermedad una forma de alabarte. Gracias…

Te pido por la salud de esta persona que está muy mal y desanimada. Ayúdame a encontrar un trabajo. Mira lo que me ha hecho tal persona, dame el discernimiento que necesito para afrontar la situación si hacer daño. Mi hermano está en el mundo de la droga, si Tú no intervienes, nosotros no podemos. Danos la paz en el mundo, empezando por nuestras familias...

Aunque damos gracias a Dios, constantemente estamos haciendo oración de petición, pero oración al fin y al cabo.

El Señor nos dice hoy en el Evangelio (Lc 18,1-8), que si el juez inicuo y corrupto, terminó por atender la petición de la viuda por su constancia e insistencia, ¿no va a tender rápidamente Dios las de las personas que oran y suplican? O dicho de otra forma, ¿No va atender el Padre las plegarias de sus hijos?

Sin embargo, hemos de recalcar algo importante, y es la pregunta que nos deja planteada al final de la lectura: Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe sobre la tierra?» Es decir, hace hincapié en esa oración constante que debemos hacer, pues ella, como decía al principio, es la que nos mantiene en la fe, en la esperanza, mostramos nuestra confianza en Él.

Cristo nos muestra su Palabra con obras, y así debemos hacerlo nosotros también. Jesús, en todo momento eleva una oración al Padre. En su Bautismo, en la Transfiguración, cuando los discípulos les pide que les enseñe a orar y de sus labios brota el “Padrenuestro”, en la crucifixión: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, incluso en el momento de su muerte: En tus manos, encomiendo mi Espíritu…

Y por supuesto, María es nuestro modelo también. Ella que oraba incluso antes de que Gabriel le anunciara que sería la Madre de Dios. Posteriormente siempre hablaba con su Hijo, incluso le pide -como en las bodas de Caná-, y hace que Cristo adelante su momento taumaturgo, en su oración de petición llena de amor, esperanza y confianza en Él.

Sea cual sea tu situación, ora. Confía y cree firmemente que tu oración es escuchada por Dios. Sé constante en tu oración y no desfallezcas.

El Señor nos bendiga.

sábado, 12 de octubre de 2019

Somos desagradecidos

Los 10 leprosos. Ilustración de Alexander Bida, publicada en el libro
Evangelio de Jesucrito de Edward Eggleston. Nueva York, 1874.

Somos desagradecidos. Seguro que muchas veces hemos dejado de agradecer a Dios o a alguna persona, desde el más mínimo detalle hasta una enorme ayuda o favor. Cosas cotidianas como levantarnos por la mañana y no dar gracias a Dios por un nuevo amanecer que nos regala. Un accidente que acaba en un “susto” pudiendo haber perdido la vida. Bendecir la mesa dando gracias al Padre porque podemos comer un día más. Podemos vivir en una casa, tenemos coches, ropa para abrigarnos con el frío, nuevas tecnologías a nuestro alcance. Podemos surtirnos de una naturaleza que poco a poco, por cierto,  estamos destruyendo. ¿No estamos siendo demasiado desagradecidos?
Somos desagradecidos. Quizás nuestros padres nos han dado todo lo que estaba en sus manos para que pudiéramos vivir, crecer, educarnos, estudiar, trabajar, tener una familia… Y cuando son mayores se convierten en un estorbo para nosotros y no les prestamos atención.
Somos desagradecidos. A veces nos aprovechamos de personas que nos prestan su ayuda una y otra vez y no les decimos ni “GRACIAS”, porque debemos pensar que tenemos todo el derecho a que nos regalen su tiempo, sus objetos, su dinero, su salud, su familia, sus amigos, sus vidas… No contentos con eso, si llegados el momento nos dejan de surtir de ayuda porque ya no tengan más que darnos, les retiramos hasta el saludo.
Somos desagradecidos. Hasta para recibir el perdón que suplicamos. Si alguien nos pide perdón (con o sin razón), pensamos que tenía que hacerlo porque estaba equivocado, o nos había dañado. Pero, ¿hacemos nosotros lo mismo, o siempre nos tienen que pedir perdón porque nosotros somos infalibles? Si nos confesamos de nuestros pecados, ¿agradecemos a Dios ese perdón, y ese Amor que nos regala?
Somos desagradecidos. Y no se trata de que la otra persona busque un agradecimiento por su favor. Sin embargo, si no lo agradecemos, causaremos dolor en su interior. Sí, dolor porque se sentirá utilizada sin más. No basta con decir “gracias”, hay que estar agradecidos de verdad, y eso ha de notarse. Igualmente, el amor a los demás y a Dios, nace del agradecimiento, y es lógico; pues en ese agradecer mutuo, va naciendo un nexo, una relación del que brota un cariño, que se irá fortaleciendo y transformándose en amor.
Si no has vivido casos como los expuestos, habrás podido vivir otros muchos desde cualquiera de las dos posturas.
Ahora, acudamos al Evangelio de hoy: (Lc. 17, 11-19).
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Sólo uno de diez se volvió a darle gracias, y los demás habían sido sanados de la misma forma.
Jesús no necesita que le devolvamos favores, ni que le prometamos algo a cambio de un favor que le pidamos. Jesús no necesita nada de nosotros, pero nosotros lo necesitamos por completo a Él. Pero nuestra falta de agradecimiento le duele. Le duele que nueve de diez enfermos de lepra que acaba de curar, no se vuelvan a darle gracias por regalarle la salud. Y hemos de suponer que habría sanado a muchas más personas que, en su camino al  monte Calvario cargando con el peso de nuestros pecados, le insultaría, escupiría y buscarían su crucifixión. Pese a todo, Él nos ama de la misma manera y murió por todos para salvarnos. Su Amor es tan grande que, además de que no lo entendamos, Él sufre su Pasión y muere por todos. Por sus amigos, por sus enemigos, por los que no saben quién es… TODOS. Le duele nuestro desagradecimiento, pero no cesa de estar a nuestro lado para ayudarnos.
¿Compensamos o tratamos de devolver un favor? ¿Nos dejamos llevar por un simple “gracias” y con la “boca pequeña” porque nos cuesta ser humildes?
¿Vamos a misa para cumplir el precepto o para que desde fuera me vean que “soy buena persona”? ¿Recordamos que la Eucaristía, precisamente es ACCIÓN DE GRACIAS?
La sociedad queda reflejada en estos diez leprosos, por tanto, sigamos el ejemplo del agradecido. Abramos los ojos de nuestro interior y seamos agradecidos con cualquier cosa que nos percatemos que nos viene de regalo. Y sigamos ayudando a los que nos lo pidan, aunque no nos lo agradezcan. Que no seamos nosotros quienes decidamos a quien prestamos ayuda, sino que sea el mismo Dios el que nos lo diga, para que así hagamos su voluntad, y no la nuestra.

Si has llegado leyendo hasta aquí, sólo puedo decir: GRACIAS, por tu tiempo.
El Señor nos bendiga.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Santos Ángeles Custodios



Hacía tiempo que no escribía por aquí. ¿Quién sabe? Creo ha sido idea de mi Ángel Custodio.

A veces hablamos del Ángel de la Guarda como algo que nos enseñaron de pequeño, un cuento para niños. Pero nada más lejos. ¿Crees en él? ¿Sientes su presencia a tu lado? ¿Conversas con él?

A veces se nos pueden"venir" pensamientos a la cabeza repentinos: Me voy a ofrecer para ayudar a tal cosa, voy a pedir perdón a esta persona, voy a enviar un WhatsApp a esta otra a ver qué tal está, voy a adelantar esto en el trabajo y así los compañeros se lo encuentran hecho, en lugar de dar una mala contestación voy a contar hasta diez o hasta mil si es necesario... Y así, infinidad de momentos en nuestra vida que hacemos cosas porque se "nos ocurrió".

¿Te has parado a pensar alguna vez que es tu Ángel Custodio que te está ayudando o aconsejando?

Él ha sido puesto por Dios a tu lado para que te guíe por el buen camino. Habla con él, escucha lo que te dice, abre todos tus sentidos y encontrarás lo que buscas donde menos lo esperas. No tienes que oir su voz, lo que esperas recibir de él aparecerá. No digas: "qué casualidad que estaba pensando en cómo solucionar esto, y aparece un amigo y me da la respuesta". ¿No ves que es tu Ángel?

Que hoy, en su día, sepamos dedicarle un rato a nuestro compañero de viaje. Nos acercará poco a poco más a Dios.

Que el Señor nos lo haga ver.



Dios os bendiga.

miércoles, 31 de julio de 2019

EvangelizArte: In ictu oculi


A mediados del siglo XVII cuando Miguel de Maraña es nombrado Hermano Mayor de la Santa Caridad proyecta concluir las obras de la iglesia de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla. Sería el propio Maraña el encargado de diseñar el proyecto iconográfico para la decoración del templo, un programa que se basaba en la salvación del alma a través de la caridad haciendo honores a la Hermandad de la que formaba parte. Para ello contó con los mejores artistas del momento: Bernardo Simón de Pineda, Pedro Roldan,  Bartolomé Esteban Murillo y Juan de Valdés Leal, conocido fundamentalmente por los dos «jeroglíficos de las postrimerías» y que, precisamente vamos a tratar viendo uno de los dos lienzos que pintó con este motivo, para la iglesia del Hospital de la Caridad, siguiendo las órdenes de su promotor, el mencionado Miguel de Mañara.

 «In ictu oculi» (En un abrir y cerrar de ojos).

Localizado en el sotocoro de la iglesia, frente al otro de los dos lienzos de Valdés Leal, «Finis gloriae mundi» (El final de las glorias mundanas), que contemplamos al entrar.
En él vemos que el artista representa la muerte llevando debajo su brazo izquierdo un ataúd con un sudario mientras en la mano porta la característica guadaña. Con su mano derecha apaga una vela indicando la rapidez con la que llega la muerte y apaga la vida humana. Sobre ella podemos leer el texto que da nombre a la obra, extraído de la I Epístola de San Pablo a los Corintios. El pie izquierdo del esqueleto se apoya sobre un globo terráqueo, pues la voluntad de la muerte gobierna el mundo sin excepciones.
Los objetos de la parte inferior, representan la vanidad de los placeres y las glorias terrenales, que tampoco escapan a la muerte. Ni las glorias eclesiásticas escapan a la muerte -el báculo, la mitra y el capelo cardenalicio- ni las glorias de los reyes -la corona, el cetro o el toisón- afectando a todo el mundo por igual. Ni sabiduría –libros- ni riquezas permiten escapar a los hombres de la muerte. Tampoco la valentía en las guerras –espada y armadura-.

Efectivamente, la vida se va en un abrir y cerrar de ojos. Siempre nos van a quedar cosas por hacer, tiempo que compartir con personas… pero, y siguiendo este lienzo que nos narra las vanidades humanas, ¿por qué nos empeñamos en ellas? Desafortunadamente todos conocemos a personas que sólo buscan tener riquezas, ostentación, e incluso aparentar lo que no son o lo que no debieran ser, pues en esta última acepción podemos encontrarnos con algunos que deben dar justamente, el ejemplo contrario.

El Papa Francisco decía que quería ver pastores con olor a oveja. Sin embargo, muchas veces vemos pastores que huelen a oro, marcas o perfumes caros. Parece ser que las ovejas se cuidan solas.
Con esto no estoy tirando piedras contra mi propio tejado: la Iglesia. La intención es una pequeña llamada de atención para abrir los ojos de ciertos sacerdotes que no parecen ir en el camino que Dios marca. Pues leemos en Mateo 6, 24: “Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas”. Realmente ningún cristiano deberíamos ser así, máxime si hablamos de uno que debe estar al cuidado de las almas que tiene a su cargo. Repito y quiero que quede bien claro; no juzgo ni es el motivo de estas palabras, al revés, la finalidad es hacer despertar de un sueño de tinieblas que aparenta ser de luces.

Si nuestra vida se centra en dinero, riquezas, marcas, hacernos con patrimonio que no nos pertenece… ¿hacia dónde se inclinará nuestra balanza? Esto nos pasa a laicos, sacerdotes, obispos, cardenales… ¿Cuánto más oro llevemos encima más poder tenemos? ¿Para qué? ¿No estamos todos predicando que la finalidad de esta vida es obrar lo mejor posible y ganarnos el Paraíso? Quizás buscamos un atesoramiento en la tierra que echará por la borda, el verdadero tesoro que tendremos en el cielo. ¿Buscamos un entierro donde nuestro ataúd de caoba sea tirado por unos elegantes caballos árabes? Al final nuestras riquezas efímeras quedarán aquí, nuestro cuerpo será pasto de insectos, y nadie se acordará de nosotros.

Sigamos el ejemplo de Cristo, que es el que nos proponer Miguel de Mañara en la iglesia del Hospital de la Santa Caridad de Sevilla. Menos ostentación, lujos y riquezas absurdas. Más Caridad y ayuda al que lo necesita, que los tenemos muy olvidados.

Empezamos agosto y la Iglesia dedica este mes al Corazón Inmaculado de María. Acudamos a él y, sobre todo al Padre, pues su fiesta será el primer domingo o el día 7. Él es nuestro creador, y le estamos muy desagradecidos. Que no nos olvidemos de nuestro Padre Eterno, la Primera Persona de la Santísima Trinidad. Él sí nos cuida como sus hijos. Que las vanidades no nos cieguen y tratémoslo como lo que es, nuestro Padre.


miércoles, 6 de marzo de 2019

Un año más, la Cuaresma ganó el combate a Don Carnal.


Miércoles de Ceniza, comienza la Cuaresma.
De nuevo retomo esta tabla (1559) de Pieter Brueghel el Viejo que tanto me gusta para este día: "El combate entre don Carnal y doña Cuaresma".

Ya habíamos dicho hace tiempo, que en la Edad Media no había métodos para guardar la comida que no se iba a utilizar, sin que se estropeara. El tiempo de Cuaresma era un tiempo de oración, ayuno y limosna. Como debe seguir siendo hoy. Ante ese ayuno y, ante la incapacidad de conservar los alimentos, había que gastarlos para no desperdiciarlos. Por eso se celebraba el carnaval, fiesta en la que, más que disfraces, se despilfarraba la comida y la bebida. El consumo de alimentos, por la razón ya mencionada, tenía que ser absoluto. Viendo esta obra podemos hacernos a la idea de que eran días de gula, lujuria...

La tabla está llena de escenas, aparentemente cotidianas, cargadas de de una rica iconografía, pero nos centraremos en el detalle central inferior, el motivo que da nombre a la obra.

Vemos a don Carnaval, o don Carnal, bien grueso, subido en un barril de cerveza, lleva por sombrero una tarta, y en lugar de una lanza para en enfrentamiento, carga en su mano derecha con una brocheta gigante de carne asada. Por su parte, doña Cuaresma, una señora escuálida, se enfrenta, sentada sobre un reclinatorio, portada por una monja y un monje, y lleva una pala con dos arenques, símbolo de la abstinencia junto con la miel, cuya colmena lleva por sombrero.

No hace falta decir que siempre gana dona Cuaresma.

Por eso, no entendemos cómo pueden seguir celebrándose las fiestas del Carnaval en muchas localidades, una vez iniciada la Cuaresma. A nadie se le ocurre celebrar la Semana Santa o la Navidad en otras fechas. Debemos luchar para que todo vuelva a ser como era. La Cuaresma, debe y tiene que ser sagrada.

Y es que, como decía antes, hemos entrado en este tiempo de oración, limosna y ayuno. Un tiempo que nos lleva a una fiesta mucho mejor que la que dejamos atrás. Es la Fiesta por excelencia. La Pascua. La Resurrección del Señor. Pero para llegar en condiciones a esta gran Fiesta, debemos prepararnos en estos cuarenta días que nos separan del Triduo Pascual, en la que celebraremos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.

Nuestro propósito debe ser convertirnos, dejarnos hacer por el Señor. Quedarnos limpios, cumplir nuestra penitencia. Algunos la cumpliremos, si Dios lo permite, en nuestra Estación de Penitencia, que de ahí viene su nombre.

En estos días he podido presenciar que muchas personas no saben aun cuándo son los días de ayuno y de abstinencia. Quiero dejar claro que los días de ayuno y abstienencia únicamente son el Miercoles de Ceniza y el Viernes SantoEl ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día (con desayuno y cena suave o líquida. Esto tan sólo son dos días del año. ¿Somos tan débiles que no podemos hacerlo? ¿O no queremos? Los demás viernes, serán de abstinencia, es decir, no se puede comer carne.

Según el Código de Derecho Canónico, el Cánon 1252 dice textualmente: "La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia".

Por eso, pidamos al Señor que nos convierta y, arrepentidos de nuestros pecados, y con la alegría de sabernos hijos suyos, podamos llevar su Palabra y ponerla en práctica. No sólo nos vale la teoría, el ejemplo es lo que mueve a los demás a la conversión.
Que este tiempo fuerte que hemos iniciado hoy, sepamos vivirlo intensamente y nos sea fructífero a cada uno de nosotros.



El Señor os bendiga.