lunes, 29 de marzo de 2010

Hoy es Lunes Santo

Ayer, Domingo de Ramos, comenzaba la Semana Santa. Aunque la pasión de Jesús empieza el Jueves Santo, desde el domingo iniciamos a recordarla con la catequesis en la calle, que son las procesiones. Algunas localidades desde el Viernes de Dolores, comienzasn con sus desfiles denominados de vísperas.

El caso es que, como buen cofrade que fui y que sigo siendo (aunque en menor medida actualmente) salí a la calle a ver al Cristo de Medinaceli y a Ntra. Sra. de la Esperanza. Y fue allí, en la calle, viendo a Jesús cautivo, maniatado, ante la mirada de cientos de personas, cuando pude contemplar, una vez más, el amor de Dios hacia nosotros. Fue el primer momento emotivo de esta semana mayor. Y digo primero, porque espero poder contemplar alguno que otro.
Cuando, después de una "levantá", continuaba su marcha de regreso a su templo, empieza a girar el paso hacia la acera izquierda de la calle. No sabía porqué y de repente miré hacia la izquierda y arriba. La hermnadad estaba teniendo un detalle con una persona. Sí. Allí había un hombre en un balcón, de rodillas y abrigado con una bata de casa. El hombre empezó a llorar y a echar besos con su mano derecha al mismo Dios, que tenía cara a cara. Sentí cómo el mismo Jesús se volvió a sanar a aquel enfermo, que lo único que necesitaba era mirar el rostro del Señor. Durante aquellos escasos minutos, Él mi hizo ver de nuevo, su infinita misericordia y amor por nosotros.

En este día, celebramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalém. Todos le aclamamos como Rey, con palmas y olivos. Pero somos nosotros, los mismos que le aclamamos, los que luego le crucificaremos. Ante la imagen del Medinaceli, ya lo teníamos preso, y sin embrago, Él no deja de perdonarnos, de sanarnos, de dar su vida por nosotros. Y no sólo eso, sino que además nos regala la Salvación. Su misericordia es tan grande que no podemos entenderla en nuestras mentes humanas y limitadas. Por eso mismo, aunque fuese por unos instantes, y por ver ese milagro de amor a los hombres, por enésima vez, no me canso de decirle: ¡¡GRACIAS JESÚS!!

viernes, 19 de marzo de 2010

San José

Hoy, 19 de marzo, celebramos la festividad de San José. José, esposo de María. José, padre putativo de Jesús.
Pocas son las apariciones de José en las Sagradas Escrituras, y las pocas noticias son las aportadas por Mateo y Lucas. Cuando María estaba encinta, a José se le apareció un ángel en sueños que hizo que no la repudiara, tal y como había pensado. Tras nacer Jesús, de nuevo en un sueño, un ángel le aconseja huir a Egipto para salvar al Niño de la persecución de Herodes. Cuando Jesús se "pierde" en el templo a la edad de 12 años, aparece e nuevo José. Pero a partir de ahí, los Evangelios no cuentan más de él.
Suponemos que falleció antes que Jesús comenzara su vida pública. Desconocemos esta parte de su vida, y sin embargo, lo invocamos para que tengamos una buena muerte.

El culto a San José se difundió en torno al siglo IX, sin embargo, no entró en la liturgia hasta el siglo XV. En 1870 fue proclamado patrón universal de la Iglesia.

Dios lo escogió para que fuera el padre adoptivo de su Hijo en este mundo. No lo habría hecho si José no hubiera sido un hombre justo, trabajador, paciente, humilde, servicial, santo... en definitiva, un hombre de Dios incluso antes del nacimiento de Jesús.

Pese a las dificultades a las que se tuvo que enfrentar, según leemos en el Evangelio, al final, siempre tomó la decisión acertada. Siempre confió en Dios. Siempre le fue fiel. Siempre se mantuvo en su puesto y ocupó el lugar que pensó que tenía. Su verdaera humildad lo llevó a la santidad y a ser el padre en la tierra de nuestro Señor.

Ese es el testimonio de José. No necesitamos saber más de su vida para seguir su ejemplo.
Ojalá todos lucháramos por obtener esos valores y virtudes que él nos ha enseñado y nos ha dejado.


Feliz día de San José. Feliz día del padre.
Que el Señor os bendiga.

lunes, 15 de marzo de 2010

Gracias otra vez, Señor.

En el evangelio de hoy (según San Juan 4,43-54), Jesús nos dice algo muy importante y que deja al descubierto de nuestra falta de fe: “Si no ven signos y prodigios, ustedes o creen”. Una vez más, ve en lo más profundo de nuestro corazón, y sabe que, si no vemos o nos cuentan de sus obras, no acudiríamos a Él. Siempre necesitamos pruebas. Siempre queremos más. Y es cierto que, pese a que exigimos esas experiencias, somos capaces de creer en Él. Como le pasó a Tomás. Al final consigue que abramos nuestro corazón, ya que con nuestro entendimiento no alcanza a entender ese Amor y esa Misericordia. Cuando abrimos nuestro corazón y nos entregamos a Él, es cuando puede darnos el don de la fe. A partir de entonces, obra en nosotros. Por eso, no podemos dejar de agradecerle TODO lo que nos da. La vida, la fe, la salud, las alegrías, las buenas compañías que nos pone en el camino. Incluso las tristezas, las enfermedades, las malas compañías que elegimos… ya que todo esto hace que, crezcamos más en la fe.
El funcionario real del evangelio, pese a ver los “signos y prodigios” cree y confía en el Señor. Por eso, Jesús hace el milagro en él (en este caso en su hijo enfermo).
Nosotros a menudo, como dice el refrán, no nos acordamos de Santa Bárbara hasta que truena. Es cuando lo necesitamos, cuando acudimos a Él. “Ay Señor, búscame un trabajo”. “Ay Señor, sáname de esta enfermedad”… y sin embrago, Él nos ayuda y nos complace con el fin de que abramos nuestros ojos y veamos todo lo demás que hace día a día, por nosotros. Es más, me atrevería a decir no sólo día a día, sino segundo a segundo. En cada instante de nuestras vidas, Él está haciendo milagros en nosotros y en los de nuestro alrededor. Pero estamos tan ciegos que no lo apreciamos. Dice otro refrán, (hoy va la cosa de refranes), que no hay más ciego que el que no quiere ver. Esos somos nosotros. Nos regala la vida. Nuestro corazón funciona sin que nos preocupemos por él, porque ya lo consideramos algo normal. Sin embargo, late porque Dios quiere que lata. Ese es un milagro que no apreciamos casi nunca.

Demos gracias a Dios, porque, aún siendo desagradecidos o inconscientes de lo que nos da, sin que le pidamos nada, Él, con infinito Amor nos regala milagros y maravillas segundo a segundo.

Que sepamos verlo y actuar en consecuencia.


Bendiciones para todos.

Rafa.

domingo, 7 de marzo de 2010

El aparente triunfo del mal

¡Cuántas veces, sin hacer juicios, vemos injusticias evidentes! ¿Cuántas veces has pensado que has perdido el tiempo con alguna persona que considerabas amiga y te has sentido utilizada por ella? ¿Cuántas veces esas personas te han dejado entre ver que ya no eres importante para ellos aunque te llaman, cara a los demás, “Amigo”? Traición, mentiras, labios lisonjeros y doblez de corazón (Sal. 12 (11). 3), dolor por todo ello… Y a esto le sumamos que te persiguen donde vayas una y otra vez. Cuando piensas que te has librado por un tiempo, aparecen de nuevo. Es una especie de acoso constante que no te deja respirar. ¡Ah!, por cierto. Tendrás la culpa de todo y serás el responsable de todo lo malo que suceda ante los demás mientras ellos se cuelguen la medalla de la farsa una vez más. La impotencia ante la situación se eleva, en ocasiones, a lo sublime. Esto es lo que el Papa Juan Pablo II denominó como “el triunfo aparente del mal”
Empiezas a cuestionarte un sinfín de preguntas pero no encuentras ninguna respuesta. Y ese es un arma fuerte del enemigo. El hecho de empezar a cuestionarte ciertas cosas, hace que te agobies innecesariamente. Este agobio quita la paz. Lo que quita la paz no es del Señor. Hay veces que no tenemos que cuestionarnos nada. Sin embargo, sí debemos recordar que Dios hace todo perfecto. Él nunca se equivoca y además es infinitamente justo. Si permite todo esto, será por alguna razón misteriosa y bondadosa para nuestras almas. Sí, ya sé que es muy fácil hablar y muy difícil ponerlo en práctica. Pero el agobio, en ocasiones, nos produce ceguera. Esa ceguera es la que debemos curarnos cuanto antes para poder ver más allá de lo que tenemos delante. Eso y, sobretodo, la confianza en Dios. Cómo decía, alguna razón misteriosa tendrá cuando nos pone ante estas situaciones. Cuando no sabemos por donde tirar, lo mejor es confiar en Él, y dejar que nos ayude. ¿Cuánto tiempo? Eso es algo que debemos poner también en su manos. Y para ello, pidámosle paciencia para ir superando cada prueba. Él no nos va a pedir más de lo que podamos dar. Mejor que nadie conoce nuestro interior y de lo que somos capaces. Quizá esto nos deba ayudar. Si tengo una situación difícil ante mis ojos, será porque puedo superarla. Con mayor o menor esfuerzo, pero con su ayuda, puedo conseguirlo.

Fijémonos una vez más en Jesús. Traicionado y abandonado por sus amigos, negado por quién sería su primer representante en este mundo, insultado, martirizado… y finalmente muere. Si nos quedamos aquí, el triunfador no es Él, sino el mal. Es decir, el “aparente triunfo del mal”. Pero es que no quedó ahí la cosa. El aparente triunfo del mal, es el Triunfo de Dios. Puede que necesitemos de este aparente triunfo, para que al final triunfemos nosotros. Y nuestro triunfo no debe ser conseguir cosas, reconocimientos, palmaditas en la espalda, “apariencias” buenas,…aquí. No. Nuestro triunfo es el gozo de llegar a ver el rostro de Jesús, y disfrutar de la vida eterna con Él y con su Madre Santísima.

Pidámosle al Señor, paciencia y que nos quite esa ceguera para que, poco a poco, vayamos encontrando la luz y siguiendo el camino que Él nos va marcando. Acudamos al Salmo 12 (11) y seguro que nos ayuda.


Bendiciones.

sábado, 6 de marzo de 2010

El árbol que formamos

Había un árbol cuyas raíces estaban asentadas, pero no de la manera más sana; y es que estaban secas, podridas…, y no llevaban agua ni savia al resto de él. Todo se lo quedaban ellas y, como mucho, a algunas ramas. Esas ramas estaban con enfermedad, tenían hongos, otras estaban con piojos, otras se las estaban comiendo las orugas… Pero había unas ramas, que habían bebido en su día de la savia buena y se mantenían tan sólo con eso. El dueño del árbol, viendo que éste cada día iba perdiendo salud, decidió cortar esas ramas que estaban mejor, de otro color, verdes, más flexibles… y las resembró a modo de esquejes. Luego pensó en arrancar el árbol de raíz para que no transmitiera la enfermedad a los demás árboles que tenía en su finca y, sobretodo, a estas ramitas nuevas que acababa de sembrar, que estaban recién plantadas y necesitaba de sus mejores cuidados para que cogieran fuerza y pudieran resultar un árbol tan lindo como el que había tenido una vez. “Este árbol será tan bonito como el anterior, y además no he perdido la casta del mismo, porque es savia de su savia, es un hijo de aquél que tuve que tan bueno fue. He hecho bien, porque de seguir como estaba, estas ramas se hubieran enfermado y hubiera perdido el árbol entero”.

Esto mismo es lo que sucede en el día a día en todos los ámbitos, ya sea político, religioso,…en nuestras vidas de ¿comunidad?. En los que existen esas raíces que no están siendo capaces de llevar la savia a los brotes nuevos, sino que, ya sea por sequedad; por creerse imprescindibles; por celos o egoísmos, no llevan al resto del árbol lo que ellas mismas están bebiendo, quizás porque si dan lo que tienen, piensan que las demás ramas se pueden convertir en raíces y le pueden quitar el sitio. ¡Qué ignorantes! Cuando deben ser el soporte del árbol, los que dan vida y alimento; se convierten en unas raíces egocéntricas y prepotentes. ¿Acaso no recuerdan que por mucho que cedan el jugo que da vida al resto de los miembros, cada uno tiene su misión y ni las raíces pueden hacer fotosíntesis, ni las hojas de las ramas pueden buscar agua y nutrientes en la tierra ni ser los cimientos del árbol? De esta forma, el árbol termina muriendo porque, las raíces se pudren por tener demasiada agua y las ramas sanas terminan secándose.
Dios os bendiga.