
El mes de noviembre, es el mes que la Iglesia dedica a los fieles difuntos. El día 1 celebramos la festividad de todos los santos. Esto no es otra cosa que la celebración de esas almas que ya son santas en el cielo, aunque la Iglesia no las reconozca como tal. Son los santos anónimos. Es decir, podemos tener un familiar o un conocido que sea santo, y sin embargo no esté en los altares. Y el día 2, celebramos el día de los fieles difuntos. En ese día, pedimos por todas esas almas que aún están purgando sus pecados. Están en un estado de espera, en el que, por una parte sufren porque aun no han visto el rostro de Dios, pero por otra parte, tienen esa esperanza, esa seguridad de verlo en algún momento, que hace que la espera sea más llevadera. Nuestras oraciones y nuestras misas ofrecidas por ellos, les ayuda a ir purgando, ir quemando eso que todavía les queda ahí y les impide, por ahora, tener ese estado de pureza.
Ahí también, nuestra Madre Santísima, cumple con su papel fundamental de intercesora. Como hizo en las bodas de Caná, pide a su Hijo Jesús, por las almas de sus hijos terrenales: nosotros. En otras palabras; nos echa una mano. También nos conforta y nos arrulla en el dolor por la pérdida de un ser querido, pues Ella, mejor que nadie, sabe lo que es eso.
Pues que sepamos aprovechar estos días para pedirle a la Virgen, orar y ofrecer misas por los difuntos. Familiares, amigos, conocidos, incluso desconocidos. Y recordemos y tengamos en cuenta una cosa. Nosotros le hacemos un favor enorme a los difuntos cuando oramos por ellos, le damos un empujoncito más hacia su meta (que no es otra que la nuestra). A cambio, ellos nos ayudan, dentro de sus posibilidades. Es una ayuda mutua, una simbiosis. La “común-unión”. Aunque sólo sea por eso, oremos por una pronta purificación de sus almas. Seguro que nos gustará que alguien haga lo propio por nosotros si llegamos a estar en ese estado.
Que así sea.
Dios os bendiga.