jueves, 11 de febrero de 2010

Nuestra Señora de Lourdes

Días atrás recibí un email precioso de un gran AMIGO mío. Es un power point que propone unas razones para ser feliz y para recordarnos que siempre hay alguien que está a nuestro lado, que nos quiere de verdad. Es más, empieza diciendo que estas razones deberíamos pegarlas al lado del espejo del baño para que las veamos todos los días y no se nos olvide. Pero una de las razones me llamó la atención y dice así: “La única razón por la que alguien te odiaría, es porque quiere ser como tú”.
Y es verdad.
Hay personas que no pueden evitar seguir nuestros pasos, intentar quitarnos de nuestro lugar y colocarse ellos. Si hacemos algo bien, les remuerde no haberlo hecho ellos. Si alguien nos felicita por algo, les hubiera gustado a ellos que les felicitasen por lo mismo. Si hacemos algo mal, te echan más leña para que ardas en el error y, en vez de ayudarte o animarte, se aprovechan de eso para apuntarse ellos el tanto. A veces, luchan, pisan al de al lado y si es preciso matan con la palabra con tal de ponerse en tu lugar y luego te lo refriegan en la cara (como si fuéramos un exprimidor y ellos un limón), con excusas absurdas como “no he tenido más remedio que hacerlo yo. Cuando en realidad, te están arrebatando lo que era tuyo. Con paciencia y humildad, tragas una y otra vez, aunque he de confesar, que no es nada fácil y piensas “¡dejadme en paz, que yo no os he hecho nada!. Es la impotencia ante el mal. El mal que produce la envidia. Sí, la envidia. En ocasiones no somos conscientes de los efectos que la envidia produce sobre el envidiado. No existe la envidia sana. No existen los celos, ni los celos espirituales. Existe sólo un pecado capital y se llama ENVIDIA.
¿Qué es lo peor?, pues que casi siempre viene acompañada de la SOBERBIA. Esa palabra que camuflamos con otra denominada “humanidad” para que parezca menos fuerte.
El envidioso y soberbio es capaz de lo peor (poniendo siempre sonrisa falsa para parecer piadoso, humilde, dispuesto… ante los demás). Es capaz de lo peor, como decía, con tal de conseguir su objetivo. Pero esto es como todo el mal. Aparentemente sale triunfador, pero el bien triunfará sobre el mal siempre. Más tarde o más temprano. Lo que pasa, es que nos sentimos desencantados de todo. Nos venimos abajo y eso es precisamente lo que no podemos hacer. Además, estas situaciones se notan donde estemos. Crean mal ambiente, desconfianza, tensiones... en definitiva, quitan la paz.
Pero fijémonos en la figura de Jesús. La envidia y soberbia de Herodes, Caifás, Pilato… acabaron con su vida con el mayor martirio existente en la fecha. Aparentemente vencieron a Jesús, que aguantó con la mayor HUMILDAD que hubo, hay y habrá jamás todo lo que sufrió. Seguro que el demonio lo tentaba para dar una contestación, para llevarlo a la desesperación ante la impotencia del mal. Pero Él sabía que el Padre estaba a su lado y que su misión la estaba cumpliendo. Pues aparentemente perdió, pero Jesús triunfó. Venció a la muerte, al pecado, resucitó, vive, y nos dio la salvación. Salvación que desaprovechamos envidiando de manera absurda.
Dios permite estos ataques para que ganemos en algunas virtudes (paciencia, humildad, misericordia…) que no tendríamos si no es por esta vía.
Como decía antes, los que envidian de esa manera tan fuerte, ni se imaginan el daño que hacen. Daño psíquico, daño físico, daño espiritual… pero Jesús, que es el amigo que nunca falla, siempre está ahí para ayudarnos a superarlo.
Que impotencia sentiría la Virgen Santísima ante la pasión de su Hijo. Y humildemente aceptó la voluntad del Padre. Pues así nosotros debemos aceptarla también.
Hoy, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, pedimos a María que interceda por nosotros ante su Hijo, nos proteja y nos cubra con su bendito manto para que el mal no nos afecte, nos quite todo lo que no sea del Señor para que así, pueda el Todopoderoso hacer su obra en nosotros. Que sepamos ver lo que el Señor quiere de nosotros ante estas situaciones dolorosas y que la Virgen nos acompañe siempre en nuestro caminar.


Que el Señor os bendiga.

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