miércoles, 29 de septiembre de 2010

Santos Arcángeles

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
Éstos son los tres arcángeles citados en los textos canónicos. Como ya sabemos, cuatro más se citan en los apócrifos: Barachiel, Uriel, Jehudiel y Saeltiel, llegando a un total de siete. Y no es casualidad que sean precisamente siete; pero hoy vamos a centrarnos en los canónicos, que es la fiesta que conmemoramos.

Y sintentizando bastante, resaltaremos algun aspecto de cada uno.

Miguel: Es el jefe de la escuadra celestial y derrotó al dragón (siendo éste un símbolo del demonio) En la Biblia aparece en el Libro de Daniel, como el primero de los príncipes y custodios del pueblo de Israel. En la carta de Judas se define como arcángel, y en el Apocalipsis es donde aparace el episodio de la derrota del dragón que mencionaba antes.
Se le representa alado, con armadura, espada o lanza con la que espanta al demonio. En ocasiones en la otra mano lleva una balanza, con la que pesa las almas.
Su nombre significa "¿Quién como Dios?".

Gabriel: Anunció a Zacarías el nacimiento de Juan y a María el de Jesús. En el Antiguo Testamento es enviado por Dios para ayudar a Daniel a interpretar el significado de una visión y pedecirle la llegada del Mesías.
Se reprepresenta como una joven figura andrógina y alada. A partir del siglo XV se le representa con diadema. Su atributo es la azucena que le lleva a la Virgen Santísima en la Anunciación, y lleva el dedo índice levantado con actitud de hablar.
Su nombre significa "Fuerza de Dios".

Rafael: Acompañó a Tobías en su viaje y sanó la ceguera de su padre Tobit.
Se representa como un ángel de grandes alas que acompaña a un joven (Tobías) el cual, lleva un pez en su mano. Pez con el que pudo curar la ceguera de Tobit, como cuenta la Biblia en Tobias 6.
De ahí que su nombre signifique: "Medicina de Dios" o "Dios ha curado".

Muchas felicidades a todos los que, como yo, celebran hoy su onomástica.

El Seños os bendiga.

sábado, 11 de septiembre de 2010

El desapego III

(Continuación)

Jesús nos dio ejemplo con su vida. Pasó por los bienes de esta tierra con perfecto señorío y con la más plena libertad. Siendo rico, por nosotros se hizo pobre.

¿Recordáis la historia del rico Epulón y el pobre Lázaro? El pecado del rico no está en tener posesiones, ni tener abundante comida, ni vivir de forma desahogada. Su pecado está en el egoísmo. En ignorar al pobre que estaba en su puerta. Él hizo mal uso de sus bienes. Y es que el egoísmo impide ver las necesidades ajenas. Es entonces, cuando tratamos a las personas, no como tales, sino como cosas. Las utilizamos, le sacamos el máximo partido y cuando ya no nos proporcionan lo que queremos, las dejamos de lado. Como los pañuelos de papel. Una vez que nos han solucionado el problema, lo tiramos a la basura y vamos en busca de otro. Todos tenemos mucho que dar: Afecto, aliento, una sonrisa, un buen consejo, un abrazo, un oído que escuche al otro, etc. Todos tenemos valores y ninguno somos cosa, por eso no debemos tratarnos como tal.

Hay que desprenderse de ese egoísmo, esa soberbia que nos come tanto en ocasiones, y que nos impide ver en el que tenemos al lado, el rostro de Dios. Desgraciadamente vemos al enemigo a batir, al que me puede hacer sombra, y eso hermanos, si que podemos decir con toda certeza, que no es lo que Dios quiere de nosotros.

El desapego nos ata, porque nos quita la libertad.

Hay un ejemplo que posiblemente algunos de vosotros ya sepáis, no sé si será del todo cierto, pero me gusta mucho y os lo voy a poner.

Es el de las abejas.
Éstas, después de construir las colmenas las abandonan.
Y no la dejan muerta, en ruinas, sino viva y repleta de alimento.
Dejan toda la miel que fabricaron de más, sin preocuparse con el destino que tendrá.
Levantan vuelo hacia su próxima morada sin mirar para atrás.
En la vida de las abejas encontramos una gran lección.
En general el hombre construye para sí, piensa en el valor de la propiedad, ambiciona conseguir más bienes, sufre y por no perder aquello por lo que tanto “luchó” por conseguir.
La lección de las abejas está en su espíritu de donación.
En un acto poco común de desapego, abandonan lo que les llevó una vida construir.
Simplemente lo sueltan sin preocuparse por el destino que tendrá.
Dejan lo mejor que tienen, sea para quien fuere,
Si queremos ser libres, si queremos dejar de sufrir por lo que tenemoso por lo que no tenemos, debemos abrigar un único deseo:Transformarnos.

El ejercicio consiste en tener siempre presente que nada ni nadie nos pertenece, que no vinimos al mundo para poseer cosas o personas, y que debemos soltarlas.
De modo que, cuando algo o alguien tiene que irse de nuestra vida, no alimentemos la ilusión de pérdida.
Adquirimos una visión más amplia.
El sufrimiento llega cuando nos aferramos a algo o a alguien.
El apego empaña lo que debería estar claro: por detrás de una supuestapérdida se esconde la enseñanza de que está por llegar algo nuevo y mejor para nuestro crecimiento.
Recordemos que donde esté nuestro corazón, allí estarán nuestros tesoros…
Dejo una pregunta para meditar, y es esta:

Si no renunciamos a lo viejo, ¿Cómo puede haber espacio para lo nuevo?


El Señor os bendiga.

viernes, 10 de septiembre de 2010

El desapego II

(Continuación)


El desapego no es quedar ligado a las cosas materiales de la vida, ya sean trabajo, casa, una relación, una ciudad, una determinada situación… Aquí también os diría hermanos, que esto es difícil de entender, que infinidad de veces estamos apegados a lo material.

En otras palabras, debemos tener claro que no podemos acaparar riquezas materiales en la tierra; porque ellas no se vendrán con nosotros cuando dejemos este mundo. Las únicas riquezas que debemos acaparar, y cuantas más mejor, son las espirituales. Esas son las que nos llevaremos con nosotros. Es más, esos son los talentos que debemos devolver al Señor con tantos productos como podamos. Si nos ha dado uno, debemos invertirlo para, al menos darle dos. Si nos ha dado diez, a ver si podemos darle quince. Porque para eso nos los da, para que demos fruto. Esos son los dones y carismas que Dios nos presta en esta vida para que vayamos construyendo su Reino.

Sin embargo, en este terreno de lo espiritual, también debemos desprendernos de muchas cosas. No son riquezas, pero vienen envueltas en un papel muy atrayente. Son lo que hoy llamamos nuestra humanidad, quizás para que, dicho de esta forma, nos parezca menos grave. Pero en el fondo no deja de ser nuestra soberbia, envidia, egoísmo, mentiras, faltas de amor… en definitiva, nuestros pecados. Tenemos que tener desapego por tanto, de esas faltas. Y es que a veces nos gusta demasiado llamar la atención como sea, para ser el centro bajo el disfraz de la falsa modestia, o con la excusa de que el Señor nos lo muestra y es lo que quiere ¿a caso no es lo que queremos nosotros? Esto no son nuestros bienes espirituales, en este caso, son nuestros males espirituales, de los que nos debemos desprender, porque, como decía antes, lo espiritual es lo que nos llevaremos al otro mundo. A Dios no le importan que tengamos dos casas, tres coches, varias parcelas de tierra o varios millones en el banco. Precisamente eso no le interesa para nada. Lo que le interesa es nuestra alma, que es la que no morirá nunca.

El desapego se puede entender de muchas maneras, pero una de las más claras y frecuentes, es la muerte de un ser querido. A veces es desgarrante sentir que ese ser se nos va, y hay que aprender que el desapego no es abandonar, ni ser abandonados; este aprendizaje, hermanos, es muy difícil, pero a la vez grande porque te llena de Dios y descubrimos su verdadero Amor.

Entonces… ¿por qué cuesta tanto el desapego o desprendimiento de lo material? Lo material nos hace esclavos, egoístas y hace que el demonio, que es un gran seductor, se apodere de nuestras almas y nos separa más de Dios. El desprendimiento del corazón es lo que nos lleva a tener el corazón sólo en el Amor, en Dios y en las cosas de Dios. Ahí, y sólo ahí es donde podemos encontrar el alivio y la paz del alma, que es lo que únicamente nos pueden hacer felices.
Hermanos, cosas materiales podemos tener, pero sin agarrarnos a ellas, o despilfarrar sabiendo las necesidades de tantos otros hermanos en el mundo, o incluso en nuestra comunidad, o incluso en nuestras familias.

Si no estamos desprendidos y desapegados de nosotros mismos, de nuestras cosas, es difícil dejarle sitio a Dios en nuestro corazón. Hermanos, Dios quiere entrar en nuestro corazón, en cada uno de nosotros; pero no hay sitio para Él, porque lo tenemos ocupado con estas banalidades, ya sean las riquezas materiales o las malezas espirituales. Si tenemos una lata de conservas llena hasta arriba de cemento, por mucho que queramos rellenarla de comida, será imposible por dos cosas: primero, porque obviamente está llena; y segundo, porque está llena de cemento, duro, difícil de romper con un dedo o cuchara. Debemos romper ese cemento, con cincel y martillo, vaciar la lata, y una vez limpia, llenarla de alimento. El cemento no hacía más que estorbar, era improductivo dentro de la lata. Eso es lo que nos pasa en nuestro corazón.

Ese es el desapego, librarnos de todo aquello que nos daña y nos impide el dar fruto, el aprovechar lo que llevamos dentro para darlo, nos impide en definitiva, crecer como personas.


(Continuará)

El desapego

“La vida es como un puente. Pasa por él, pero no construyas tu morada en él”
Inscripción en la Gran Mezquita de Sikri, India.

El que tiene apego a la vida, la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna. (Jn. 12, 25)

Pero esto, hermanos, es tan difícil de cumplir… con lo bonita que es la vida cuando no nos agobian los problemas. Y todo parece irnos bien, somos casi autosuficientes, nos divertimos pensando en el mañana, hacemos planes, incluso contamos poco con Dios. Pero surge un contratiempo y… entonces le preguntamos: ¿Dios, dónde estás? Aquí es cuando vemos que no somos nada, y que sin Dios no vamos a ninguna parte. Entonces nos abandonamos en sus manos y descubrimos que los apegos a la vida no nos llevan a nada.

El desapego no es desamor. El desapego es sostener nuestra libertad, que es un don que Dios nos regala, y a la vez tenemos que dejar ser libres a quien amamos. Hay cientos lazos que nos atan privando de libertad y, por tanto, impiden a la otra persona, su evolución como almas.

Cuando oímos esta palabra -“DESAPEGO”- se nos vienen a la cabeza sinónimos como desprendimiento, o la idea de dar lo que tenemos. Quizás porque recordamos a Jesús diciendo “vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y luego, sígueme”.

Lo primero que debemos tener claro, es que no podemos llevar a la práctica esto al pie de la letra. Es decir, no podemos poner a vender todo lo que tenemos porque eso no es el desapego.
Hay que tener en cuenta que Dios ha querido y permitido que tengamos una serie de bienes. Unos más y otros menos. Pero esos bienes son para nuestro disfrute y el de los demás. Es decir, Si Dios nos ha dado una casa, no es para que la vendamos y nos quedemos tirados en la calle. Precisamente nos la dio para cubrirnos esa necesidad, para que la disfrutemos, la usemos; pero siempre y cuando hagamos buen uso de ella. Somos administradores temporales de los bienes que nos ha dejado en esta vida. Otra cosa es cuando además de lo que tenemos queremos más, y más y más…convirtiendo nuestra vida en un acaparamiento de bienes que, ni abarcamos, ni disfrutamos, ni ayudamos a nadie con ellos. Es cuando los bienes se convierten en males. Y en lugar de adorar a Dios, adoramos a esos “dioses” de hoy día. Los dioses del mundo que nos apartan poco a poco del Señor. Dioses como el dinero, el lujo, la suntuosidad, el egocentrismo, el aparentar lo que incluso no somos… Son dioses que nos van seduciendo con sus golosas y apetitosas propuestas y que, como Eva, corremos el riesgo de perderlo todo, si mordemos, aunque sólo sea un trocito de esa manzana prohibida.

Sin embargo, hay personas que se dedican en su vida a acaparar pertenencias, riquezas, e incluso toman posesión de bienes y personas (esposos, hijos, amistades, etc.) Esta posesividad es lo que llamamos apegos a las cosas materiales de este mundo y, en la mayoría de las veces, estos apegos nos apartan de Dios. El amor y la confianza acercan a Dios. Cuando Jesús le dice al hombre rico que venda sus cosas y deje a su familia para seguirlo, lo que le propone es que se cuestione su actitud ante la vida, le hace tomar conciencia de cuáles son sus soportes.

El desapego nos propone muchas veces grandes cambios en nuestras vidas. A veces hay que decir “¡basta!”, hacer un parón, un alto en nuestro caminar y darnos cuenta de lo que Dios nos pide, que seguro que si verdaderamente lo oímos, la recompensa es grande.

El desapego no es fácil. Es una manera de darnos cuenta que somos meros cuerpos físicos, o sea, nada.
Continuará...