sábado, 1 de noviembre de 2014

La Santidad



La santidad. Cuando leemos o escuchamos este vocablo, seguramente, en nuestra mente se representa a una serie de “privilegiados” que fueron elegidos para ser santos. Sin embargo, no nos paramos a pensar que todos somos elegidos para tal fin, porque todos somos hijos de Dios y coherederos de su Reino. Eso es, lo que Dios querría de todos nosotros, que todos fuésemos santos.
Pero; ¿qué es la santidad?. Creo que podría explicarlo de una forma sencilla, pero a la vez difícil (no imposible) de conseguir, y ahora diré porqué. La santidad es dejar humildemente que el Espíritu Santo actúe en nosotros. Esto significa que debemos estar cerca de Dios para que Él haga su obra. Esto significa que debemos vivir al máximo virtudes como la fe, la humildad y la caridad. La fe, que nos hace creer ciertamente en Dios. La humildad que nos hace desprendernos de nuestro ego y hacer que sea Dios el que lleve nuestra vida. La caridad, porque el que no obra con amor no conoce a Dios, ya que Dios es AMOR. Esto requiere sacrificios, servicio a Dios y a los demás, dejar de hacer algo que nos guste para ayudar al prójimo... por eso decía antes que es difícil, pero no imposible. Y es que el hombre y la mujer, está unido a su ego y su soberbia desde que fueron vencidos por el demonio casi al principio de la Creación.

Aparentemente podemos decirnos a nosotros mismos cosas similares a: “Yo hago esto porque es lo que Dios me pide”. Pero debemos pedir al Espíritu Santo que, entre otros dones y carismas, nos dé el discernimiento que necesitamos para tomar las decisiones acertadas. Recordemos que, para alcanzar la santidad, debemos dejar humildemente, que el Espíritu Santo actúe en nosotros. Si en lugar de esto, actuamos por nosotros mismos, buscando otras falsas glorias que no sea la de Dios, es imposible que alcancemos la santidad.

Dios nos dejó diez mandamientos. Parecen muchos, pero luego nos lo resumió en dos. Amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos. ¿De verdad amamos a Dios como a nosotros mismos? ¿Le dedicamos tiempo? ¿Y a los demás? ¿Queremos y buscamos para ellos lo mismo que queremos y buscamos para nosotros? Debería ser así, pero que cada uno se responda para sí, a estas preguntas de forma sincera. Porque a los demás podemos engañarlos, pero para Dios nada hay oculto. “Casualmente”, el Papa Francisco dijo este 31 de octubre en su homilía en Santa Marta: “Es tan feo ser un cristiano hipócrita. Tan feo. ¡Que Dios nos salve de esto!”; criticando el comportamiento de aquellos que, como los fariseos del evangelio, viven apegados a la ley y alejados del amor y la justicia. ¿Somos como los fariseos? ¿Somos hipócritas?

Antiguamente se podía pensar que la santidad era cosa de sacerdotes, monjas y religiosos. Sin embargo, el Concilio Vaticano II, con el Espíritu Santo a la cabeza, dio a los laicos el lugar que tenían que tener como miembros de la Iglesia, es decir, tanto el sacerdote, como el laico son iguales, en cuanto a ser hijos de Dios se refiere. Por tanto, la santidad no es cosa de unos pocos, es cosa de todos, pero solos no podemos. “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn. 15,5), sin embargo, “todo es posible al que cree” (Mc. 9,23). Tenemos que darnos cuenta de una vez, que debemos hacer la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios no es otra que nuestra santificación.

Muchas otras citas bíblicas podemos encontrar relacionadas con la santidad: Mt. 5,48; 1 Co. 1,2; etc. Y estas no deben mas que, alentarnos a alcanzarla. Para ello debemos aceptar todo lo que nos venga, ya sean problemas, enfermedades, sufrimientos... todo lo que no nos gusta, pueden ayudarnos a llegar a nuestro objetivo. Incluso la noche oscura. Muchos santos reconocidos por la Iglesia han pasado por este estado, en el que el demonio, sobretodo, ataca a la fe. Podemos tener grandes dudas de fe y pensar cosas del estilo: Estoy desperdiciando mi vida ayudando a otros; me estoy esforzando en tal cosa y seguro que después de la muerte no hay nada... Sin embargo, ahí el Señor nos está purgando y estamos ganando en virtudes y en santidad. Hay que tener en cuenta que toda santidad no se consigue a través del sufrimiento; pero también es cierto que nuestra cruz llegará más tarde o temprano y, debemos saber afrontarla con la ayuda de Dios.

En este día de todos los santos, recordamos a todas esas personas que alcanzaron su santidad, aunque no estén en los altares terrenales. A ellos debemos acudir también, pues son intercesores nuestros. Con algunos podemos hasta tener “confianza” porque puede ser un abuelo, un hermano, un amigo, un padre... Que ellos nos ayuden a alcanzar la nuestra y gocemos un día todos juntos de la Gloria de Dios, contemplando su Divino Rostro.

El Señor os bendiga.

martes, 28 de octubre de 2014

EVANGELIZ-ARTE

Con esta entrada he querido empezar una sección de este blog, que he llamado "EVANGELIZ-ARTE"
¿Qué mejor que volver con la parábola del hijo pródigo?

Muchos son los comentarios y las posibles interpretaciones que podemos hacer de esta parábola, conocida por todos de sobra, y que por esa razón no trascribiré (Lc. 15, 11-32)

En realidad, cuando vemos una pintura que represente dicha escena, en la mayoría de los casos se plasma, no los inicio, ni el desarrollo de la historia, sino el final. Y es que en él se encuentra el verdadero sentido de la misma. Podemos calificarla, o titularla con el sobrenombre de: El perdón, o la Misericordia.

Si nos basamos en el texto sagrado, el hijo vuelve a la casa del padre, después de haber malvivido, de haber desperdiciado toda su herencia, de haber tenido malas experiencias en la ausencia del que lo creó. Y regresa sucio, con las ropas raídas, sin ningún bien con los que partió... pero lo hace de forma humilde, arrepentido, consciente de lo mal que lo ha hecho. No se ve merecedor de su regreso, sin embargo, necesita del padre, y no sólo por sus bienes materiales, sino por su amor, su comprensión, sus sabios consejos, sus abrazos...


En este primer cuadro, obra de Bartolomé Esteban Murillo, apreciamos la grandeza del padre que, con su abrazo amoroso, acoge a su hijo entre sus brazos. El hijo, arrepentido, le pide perdón de rodillas. Sus ropas son ya casi inexistentes, solo trozos de tela tapan su cuerpo herido y sucio, como vemos con más detalle en la planta de su pie izquierdo. Por la izquierda, un joven chiquillo entra en la escena con el ternero cebado que el padre ha pedido matar para celebrar la vuelta de su amado hijo, que creyó un día, haber perdido para siempre. Por la derecha, un sirviente porta una bandeja con ropajes lujosos, listo para vestirlo.
El perro, símbolo de fidelidad, salta de alegría junto al joven por su retorno.
Hay otros elementos a comentar de esta pintura, pero que vamos a obviar en este caso.

Pasaremos a comentar un poco otra obra. Obra que, por otra parte, es archiconocida y de la que la mayoría de los lectores, sabrán de ella. Es una pintura que, al principio me parecía triste, quizás por los tonos, la oscuridad aparente; pero que, a medida que la fui viendo, analizando, estudiando... cambió por completo. Mi visión cambió y pasé a verla llena de alegría, de misericordia y de realidad del mundo. Es “El retorno del hijo pródigo”, de Rembrandt, del año 1662. Esta obra está llena de detalles y curiosidades que, más que analizar, mencionaremos únicamente, para no hacer pesada la lectura de este pequeño escrito.


Para empezar la luz se centra en el abrazo del padre y del hijo pródigo; pero también en el rostro del hijo mayor; que son los verdaderos protagonistas de la historia.
Los pesados y ricos ropajes del padre, chocan con la pobreza del hijo que acaba de volver.
Es interesante recalcar la dulzura del rostro del padre, que por cierto, Rembrandt lo retrató como si de un ciego se tratara, cosa que hacía en algunas ocasiones en sus obras. Abraza y acoge a su hijo. ¿Cómo la hace? Vamos al detalle más conocido de esta pintura. Con su mano izquierda, grande, abierta, robusta... como de un hombre, acoge y, parece que incluso presiona con su dedo pulgar. Con esa mano varonil sostiene con firmeza a su hijo, al que cubre casi con totalidad su hombro. Por contra, con su mano derecha, más fina, más suave, con sus dedos prácticamente cerrados, más que sostener se apoya en su hijo, acoge de forma dulce, tierna. En el padre vemos, para resumir, la fortaleza, robustez de un padre que sostiene a un hijo casi moribundo; pero a la vez vemos a una madre que lo acoge, acaricia, arrulla con la dulzura que sólo una madre sabe hacer.
El hijo apoya su cabeza en el vientre del padre. Como si estuviera volviendo al seno materno. Es por ello quizás, que Rembrandt lo retrató como un rostro fetal. Sus ropas son sucias, gastadas, con la cintura ceñida, donde lleva una espada. Su pie izquierdo descalzo, está sucio; el derecho porta una sandalia rota, mostrándonos de esta manera, el viaje humillante y horroroso que ha tenido en su ausencia.

Por último, el personaje de la derecha con el rostro iluminado, como comentábamos anteriormente, es el hijo mayor. En él vemos la dureza con que mira a su hermano menor. Una mirada fría, llena de envidia, de odio, de celos, de juicio... que nada tiene que ver con la dulzura del padre; al igual que su postura, que es distante, recta y rígida. Sus manos están unidas y entrelazadas, y las del padre extendidas y acogedoras.

Y ¿cómo veríamos la escena del hijo pródigo hoy día? Hay una ilustración que todos conocemos, que desconozco su autoría y que pienso que refleja perfectamente esa vuelta nuestra de cada una al Padre. Es la que vemos a continuación. 


Aunque aun tengamos en las manos las herramientas con la que hacemos daño y pecamos, como le sucede al hijo de la pintura de Rembrandt, representados en esa espada, o en esos clavos o martillos, aunque nuestra arma sea la palabra o el pensamiento; Dios nos espera para acogernos y llevarnos a su Reino de Amor y Misericordia.

El Señor os bendiga.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Festividad Nuestra Señora de los Dolores


Estaba la Madre dolorosa
llorando junto a la cruz
de la que pendía su hijo. 

Su alma quejumbrosa, 
apesadumbrada y gimiente, 
atravesada por una espada. 

¡Qué triste y afligida
estaba la bendita Madre
del hijo unigénito! 

Se lamentaba y afligía
y temblaba viendo sufrir 
a su divino hijo. 

¿Qué hombre no lloraría
viendo a la Madre de Cristo
en tan gran suplicio? 
¿Quién no se entristecería
al contemplar a la querida Madre 
sufriendo con su hijo? 

Por los pecados de su pueblo
vio a Jesús en el tormento
y sometido a azotes. 

Ella vio a su dulce hijo
entregar el espirítu
y morir desamparado. 

¡Madre, fuente de amor, 
hazme sentir todo tu dolor
para que llore contigo! 

Haz que arda mi corazón
en el amor a Cristo Señor, 
para que así le complazca. 

¡Santa María, hazlo así! 
Graba las heridas del Crucificado
profundamente en mi corazón. 

Comparte conmigo las penas
de tu hijo herido, que se ha dignado
a sufrir la pasión por mi. 

Haz que llore contigo, 
que sufra con el Crucificado
mientras viva. 

Deseo permanecer contigo, 
cerca de la cruz, 
y compartir tu dolor. 

Virgen excelsa entre las virgenes, 
no seas amarga conmigo, 
haz que contigo me lamente. 

Haz que soporte la muerte de Cristo, 
haz que comparta su pasión
y contemple sus heridas. 

Haz que sus heridas me hieran, 
embriagado por esta cruz 
y por el amor de tu hijo. 

Inflamado y ardiendo, 
que sea por ti defendido, oh Virgen, 
el día del Juicio. 

Haz que sea protegido por la cruz, 
fortificado por la muerte de Cristo, 
fortalecido por la gracia. 

Cuando muera mi cuerpo
haz que se conceda a mi alma
la gloria del paraíso. 


Amén. 

domingo, 3 de agosto de 2014

Padre Eterno


Estudiando la iconografía del Padre Eterno (tema que no voy a tratar aquí, en este momento), me hizo pensar mucho en la Santísima Trinidad, pero cada vez que pienso en ella, siempre llego a la misma conclusión: El gran desconocido es la Persona del Padre, no la del Espíritu Santo. El Espíritu, aunque suene a tópico, está siempre con nosotros. Nos inspira pensamientos y sentimientos conformes con los de Cristo. Nos ayuda a discernir el camino a seguir. Nos regala los dones y carismas que necesitamos... Quizás pensemos que todo esto es nuestro, que tenemos cierta habilidad para tal cosa, o tal "gracia" para tal otra, o que somos muy buenos en algo. Pero todo eso son regalos del Espíritu Santo que está con nosotros y no se ausentará jamás.
De Cristo conocemos toda su vida, no hay más que acudir a los Evangelios.
Y del Padre... ¿qué sabemos?. Todos le atribuimos a Él la creación del mundo. Pero; la creación del mundo ¿no sería mejor atribuirla a la Trinidad? Cuando hablamos de Dios, no sólo es el Padre.

Vayamos al primer libro de la Biblia, en el capitulo 1 y versículos 1 y 2. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" (Gn.1, 1-2) Es decir, el Espíritu está ahí desde el origen. 
Ahora vamos a Juan. "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn. 1,1) Es decir, que el Hijo estaba ahí desde el origen.
Pero volvemos al Génesis y leemos: "Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra." (Gn. 1,26) Vemos que Dios dice "Hagamos". Es como si se produjera un pequeño diálogo entre las Personas de la Trinidad a la hora de crear el mundo. 
Pero si sólo la creara el Padre, es lo único o lo poco que podemos saber; pese a que Cristo vino a la tierra a mostrarnos al Padre, a ser la cabeza visible del Dios invisible. No obstante, si nos peguntaran por la Primera Persona de la Trinidad, diríamos que es el creador del mundo y... poco más sabríamos decir.


Tenemos fiestas dedicadas al Hijo, como Cristo Rey, o Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Fiestas del Espíritu Santo tenemos Pentecostés. Pero no tenemos fiesta dedicada expresamente al Padre. 



El Padre transmitió varios mensajes a Sor Eugenia  Elisabetta Ravasio, pero en uno de ellos nos dice:

Nuestro Dios Eterno Padre quiere que se le haga una fiesta que sea el PRIMER DOMINGO DE AGOSTO..."Si escogéis un día de la semana, prefiero que sea el día 7 de este mismo mes"


Es por eso que, aunque hoy no es día 7, es el primer domingo de agosto y queremos, con ello, dar culto al Padre.

¿Y qué mejor oración ofrecer al Padre que ésta?

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.




sábado, 7 de junio de 2014

PENTECOSTES



Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía Señor tu Espíritu Creador y se renovará la faz de la tierra.
Oh Dios, que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, guiados por este mismo Espíritu, obremos rectamente y gocemos de tu consuelo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que permanezca con vosotros para siempre: Al Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis; porque permanece con vosotros, y será en vosotros” (Jn. 14,16-17).

Esta es una de las varias promesas y anuncios que el mismo Jesús nos hace de la venida del Paráclito. Sabemos que es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Sabemos también que tiene siete regalos para entregarnos. Lo llamamos de muchas formas: Espíritu Santo, el Consolador, el Paráclito, el Defensor o Abogado... Lo asociamos con símbolos como la paloma, el fuego o el viento... Podemos tener conocimientos varios y; sin embargo, creo que aún no hemos llegado a conocer a Dios. Ni siquiera a la divina Persona que es protagonista en el día de hoy, por quien celebramos esta fiesta.

Pentecostés: La gran fiesta del Espíritu Santo. En ella recordamos su venida sobre el colegio apostólico y María Santísima. Pero esta venida no sucedió únicamente aquél día. Como bien sabemos, diariamente viene el Espíritu Santo sobre nosotros cada vez que lo llamamos o acudimos a Él. En todo sacramento está presente. Por eso, en este día, donde el mundo entero lo invoca de manera especial, pidámosle con fuerza, desde lo más profundo de nuestro ser, que venga sobre nosotros con todo su poder. Queremos estar en el lado de Dios y necesitamos del Espíritu Santo para que abra nuestros ojos, nuestro entendimiento, arda nuestro corazón en Amor verdadero. Que Él, si es la voluntad del Padre, nos refuerce los dones y nos dé el o los carismas que necesitamos para que los pongamos, siempre, al servicio de los demás, nunca al nuestro; pues el fin es trabajar para el Reino de Dios, para servir y darle Gloria a Él, y no a nosotros.

El Espíritu Santo nos ayuda y nos anima a la conversión, siempre que se lo pidamos. Él, como el Consolador, nos puede conceder la salud física y, sobretodo, la espiritual, que es la que verdaderamente importa, la que nos llevará al Paraíso.

Con la festividad de Pentecostés, termina el tiempo de Pascua. Ahora, después de recibir al Paráclito, estaremos fortalecidos y tendremos los dones y carismas necesarios para poder ser testigos de Cristo, misioneros de Dios, y lanzarnos en la lucha existente en el mundo. Un mundo que nos arrastra, en ocasiones, como si de una fuerte corriente se tratara, en la que es difícil nadar para llegar a la orilla donde estamos a salvo. Difícil pero no imposible, porque el Espíritu Santo nos acompaña, nos muestra y enseña el camino a seguir.

¡Ven Espíritu Santo sobre nosotros! Ven con fuerza, y sana nuestros corazones enfermos, heridos, sedientos, de piedra... nuestro interior. Abrasanos con tu fuego y purifícanos, límpianos, libéranos, renuévanos, conviértenos y rompe las cadenas del mal que nos puedan tener atados. Haznos ver cuál es el camino que el Padre quiere que sigamos. Llénanos de tu AMOR. Crea los enlaces de unión que necesitamos y ayúdanos a mantenernos unidos. Pon en nuestras bocas las palabras de aliento, de ánimo, de consuelo, de solución a los problemas... que los demás hermanos nuestros necesitan escuchar. Ayúdanos a descansar en el Padre cuando lo necesitamos, que sepamos acudir a Él. Infúndenos la fe que tanta falta nos hace y enséñanos a orar, para que, de esta forma, sepamos mantener ese diálogo de “Padre a hijo”.
¡Ven Espíritu Santo! Renueva tu Iglesia. Te pedimos, especialmente, por los sacerdotes; para que ellos verdaderamente sean los pastores que necesitamos y; con tu ayuda, fuerza, poder...infúndeles los carismas que necesiten para llevar a buen puerto esta barca que va a la deriva en este mar, “aparentemente” en calma. Haznos ver y evitar a los falsos profetas que hay en el camino, une a la verdadera comunidad, y elimina todo aquello que no es tuyo que sabes que hay dentro.

Y, sobretodo, GRACIAS. Gracias por todo lo que has hecho, haces y harás por y en todos nosotros, porque sin ti no somos nada. Solo Tú eres el que nos mueves a obrar según la voluntad de Dios. Que con tu ayuda, amado Espíritu Santo, alcancemos un día el gozo de vivir la vida eterna.

El Señor os bendiga.


sábado, 25 de enero de 2014

Celos, envidia, chismes.

Me ha parecido muy interesante e importante, lo que el Papa Francisco dijo en su homilía en Santa Marta, el pasado jueves 23 de enero. Dejo estos enlaces.



Para más información pulsa aquí.

El Señor os bendiga.