Un día de estos, da igual cuándo, durante un paseo se me vino a la mente una imagen que había estudiado y visitado hace años. Se trataba de uno de los frescos de la catacumba de Priscila, en Roma.
Rápidamente se me ocurrió la idea de proponer impartir una
conferencia, pero he decidido escribir esta entrada, mucho más resumido y
accesible para todos.
A decir verdad, hace mucho que quería escribir y dejar mi
pensamiento actual sobre cómo veo todo a mi alrededor. Después de analizar
infinidad de cuestiones que me planteo en mi insistente e incansable filosofar
personal, aparentemente todo es mentira. Bueno, vale. Casi todo.
Lo que es cierto, a mi modo de ver y entenderlo es que el
mundo está carente de amor. La sociedad está envuelta en una máscara
superficial, la rutina nos arrolla, el materialismo nos arrastra… Valoramos las
posesiones, y usamos a las personas. ¿No debería ser al revés? Hemos ido
transformando nuestras vidas sin darnos cuenta gracias a la televisión y, sobre
todo, las redes sociales. Mostramos una imagen exterior que —muchísimas veces—
no representa lo que somos por dentro. Porque el interior... “no vende”.
Estamos totalmente perdidos, desorientados.
No. No me he ido del tema. Todo tiene relación. Ya había
puesto título a mi conferencia: “El alma en busca su origen en Cristo. Apuntes
sobre el arte paleocristiano”.
La intención era una invitación a mirar las imágenes no con
los ojos, sino con el corazón. Porque en tiempos donde el alma parece ausente,
el arte paleocristiano nos puede recordar que la fe empezó bajo tierra, pero
nunca dejó de mirar al cielo.
En este sentido, no voy a descubrir nada: La fe hoy esta
olvidada, incluso por muchos sacerdotes que se han convertido en funcionarios.
Cumplen un horario y solo buscan dinero, placeres efímeros y no son capaces profundizar.
Su ejemplo es nulo y sus palabras son vacías, porque no sienten.
Pero no sólo los sacerdotes, —lo que pasa es que ellos deben
ser pastores— porque los laicos también estamos perdidos, sin rumbo, sin evangelizar
porque no podemos dar ejemplo. Todos estamos invadidos por la mentira del
postureo, el trabajo, las ocupaciones y dejamos de lado lo más importante.
Amar.
Pero se nos olvida amarnos a nosotros. Una cosa es el
egoísmo que nos domina, y otra cosa es amarse uno mismo.
El único mandamiento de Dios que resume los Diez es: Amarlo a
Él sobre todas las cosas y al prójimo como nosotros mismo.
Pero si no sabemos amarnos de verdad a nosotros, si huimos
del amor, si nos dejamos arrastrar por lo fácil y temporal, si en vez de
amarnos somos egoístas, ¿cómo vamos a amar a los demás? Damos lo que somos. Y
si no somos amor, damos daño.
Volviendo a las catacumbas, podemos decir que la fe empezó
bajo tierra:
Quizás tengamos que vivir y sufrir una noche oscura. Sí,
digo bien, sufrirla, experimentarla de verdad. Caernos en ese pozo sin luz,
donde no vemos salida, solos, sin nadie, sin nada, vacíos…, hasta Dios parece guardar
silencio y sin saber cómo ni porqué, se inicia una introspección donde
empezamos a analizarnos.
¿Quiénes somos y para qué estamos aquí?
¿Cuál es nuestra misión?
¿Qué queremos, qué necesitamos de verdad?
¿Qué nos sobra realmente?
¿Cuá es el propósito?
¿Cómo tenemos y está nuestra alma?
Es decir, tenemos que bajar al ultramundo personal buscando
a Dios sin dejar de mirar al cielo, buscando ayuda, solución, orientación,
sanación de heridas...
Muchas personas dicen estar en la luz. Y pueden que lo
sientan así, yo no soy nadie para juzgar. Pero otras no pueden verla aunque
quieran, porque para ver la luz, hay que estar y ser conscientes de que estás
en la oscuridad y cuando sales, puedes ver la diferencia. “Ahora sí veo
todo mejor, sé lo que es la luz”.
Eso es lo que está faltando en el mundo. Introspección
real. Hay que pasar por el fuego del dolor para purgar todo aquello que no
nos sirve, lo que hemos usado mal, lo que hemos dejado de hacer, y despertar
el alma dormida que lo que quiere, —aunque nos neguemos y nos parezca una
cursilería—, que no es otra cosa que amar: Ese es su propósito original.
Porque fuimos creados para amar, no para comprar, tener coches, mil lujos,
oros… ¿Cuál es el motivo de estas cosas superficiales?
Sé que es difícil ver esto que estoy contando si lo que nos
interesa es seguir como estamos. Pero si lo piensas de verdad, lo que estamos
haciendo, en un porcentaje muy alto, no nos sirve para nada. No digo que hay
que sufrir y pasarlo mal. Al contrario, estamos en esta vida para ser felices,
porque Dios no nos quiere tristes, quiere plenitud en nosotros. Pero, ¿qué es la
felicidad? ¿Por qué tenemos la ambición de tener y conseguir más, si no sabemos
si dentro de un minuto nos vamos? ¿Qué hacemos con eso?
Cuando dejamos al alma que encuentre su propósito y empiece
a crecer, veremos todo de una forma distinta. Podremos ayudarnos unos a otros,
sin envidias, prepotencias y postureos superfluos. Porque sabremos amar mejor.
Si cambiamos nosotros, empezaremos a cambiar el mundo. No
esperes que el mundo cambie para cambiar tú, porque no va a pasar.
Sonríe, disfruta y sobre todo ama, pero desde el interior de
tu ser. Desde el lugar que tú, mejor que nadie, sabes perfectamente cuál es. Y
si no es así, déjate amar y descubrirás la mayor felicidad que puedas
experimentar. Porque cuando eso ocurre, todo lo demás cobra sentido.
El Señor nos bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario