lunes, 9 de marzo de 2009

Cuaresma

Cuando vamos de vacaciones o vamos a organizar una fiesta, nos ponemos días con los preparativos, a veces hasta meses. Todo tiene que estar bien atado. Los billetes de avión o el recorrido en coche que vamos a seguir..., el alojamiento, los lugares que vamos a visitar, etc.; si estamos hablando de un viaje; o la comida, las bebidas, la música, la decoración... si estamos hablando de una fiesta. Sin embargo, aún sabiendo que el día de los días del año va a llegar, no nos preparamos para ello. Me estoy refiriendo a la celebración de la Pascua, la Resurrección de Jesús. Para eso tenemos la Cuaresma, para preparar ese camino hacia la gran fiesta. No vivimos la Cuaresma con las ganas que preparamos otra cosa, es más, van pasando los días y lo que vivimos son esos cuarenta días como si fuesen otros cuarenta días del año, pero no como esa preparación de la fiesta. Pero esta preparación difiere de otras fiestas en que lo que preparamos y arreglamos no es una casa o un jardín para el evento, sino nuestra alma. Y eso, nos cuesta mucho más. ¿Por qué? Pues porque vivimos en el mundo. Hasta el mismo Jesús, tuvo que irse esos cuarenta días al desierto para aislarse del mundo y prepararse con oración y ayuno. Fortaleciéndose en la lucha con las tentaciones. Lo mismo debemos hacer nosotros y sobretodo, aprovechar este tiempo para pensar y meditar el amor que Dios nos tiene. Tenemos que renovarnos, limpiarnos, ser personas nuevas, prepararnos para ese gran día. Es tiempo de perdón. Eso que nos parece tan bonito oír, pero que tanto nos cuesta hacer por el orgullo y la soberbia que nos poseen. Dios es Misericordia infinita y está deseando perdonar nuestros pecados, nuestras faltas de amor. Por eso, en este tiempo litúrgico, debemos hacer un buen examen de conciencia y acudir al sacramento de la reconciliación de forma especial.
Este fin de semana pasado estuve en un retiro y, el sacerdote que predicaba, puso un ejemplo muy ilustrativo que, en alguna ocasión había oído, pero que no estuvo de más volverlo hacer, al contrario, le saqué más jugo. Él decía que la Cuaresma era como un hospital. Cuando estamos enfermos y vamos al médico, éste nos da una solución para curarnos. Pero la medicina que necesitamos para la sanación, a veces, no nos gusta (inyecciones que duelen, pastillas o jarabes amargos…) Pues la Cuaresma es el hospital, nuestra enfermedad es el pecado y la medicina no nos gusta, nos duele, y esta es nuestra cruz. La obediencia nos cuesta, perdonar nos cuesta, humillarse cuesta… Y no nos queremos dar cuenta, que el Señor sólo quiere nuestro bien. ¡Qué dio su vida por nosotros! ¿Aún le pedimos más muestras de amor y confianza?
Él es nuestra salvación, nuestra confianza, el médico de nuestros cuerpos y nuestras almas.
Cuántas cuaresmas han pasado por nuestras vidas sin haberlas aprovechado! Que este año sea distinto y no pase desapercibida ante nuestros ojos. Abracemos nuestra cruz de una vez y apoyémosnos en Él, que nunca, nunca nos falla.

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