Dicen que las hormigas son los animales que más se parecen a
los humanos (hablamos, por supuesto, en lo que a sociedad se refiere); muchos
estudios, así lo demuestran y dan fe de ello.
Entre ellas
se comunican, buscan alimento, protegen el hormiguero, cuidan de sus larvas, se
defienden del enemigo… Digamos que todas colaboran entre ellas. Todas se
ayudan. Todas comparten. Todas forman una “Común Unidad”.
Este sería
el mundo perfecto para nosotros, ¿verdad?. No existiría globalización y, como
consecuencia de ello, no habría países ricos y países pobres, sino que seríamos
todos iguales. Entre todos nos ayudaríamos, nos alimentaríamos, nos
defenderíamos del enemigo… Sin embargo, nuestro hacer es bien distinto.
El hombre, única criatura terrestre a la
que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es
en la entrega sincera de sí mismo a los demás (Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 24).
Cuando nos preguntan si somos
plenamente felices, la gran mayoría (siempre hay alguna excepción), contestamos
que no; algunos, incluso añade una coletilla similar a esta “seremos plenamente
felices cuando estemos en la vida eterna. En esta vida, no podemos ser
plenamente felices, pero son los pequeños momentos de alegría, los que nos dan la
felicidad”.
La cuestión es que Dios nos ha
creado para que seamos felices. No es lógico pensar que nos creara para ver
cómo nos peleamos, y tenemos problemas. De hecho, puso a Adán y Eva en el
Paraíso para que disfrutaran de él. Y aquí comienza todo: en la soberbia del
ser humano. En el mejor sitio donde podíamos estar, se nos ocurre ser más de lo
que somos, más que los demás, ser superiores a otros... queremos ser como
dioses, y como consecuencia, que nos adoren.
Volvamos a lo que decíamos antes: “El
hombre, única criatura
terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.” Ahí está nuestra
solución. Entregarse sinceramente a
los demás.
Fijaos, que las hormigas nos ganan
en esto. Nosotros, seres “racionales”, teniendo la solución a nuestro alcance,
la dejamos pasar porque otras cosas nos atraen más y parecen que nos darán la
felicidad que buscamos. Sin embargo, esa felicidad que buscamos es superficial,
la que no nos da esa plenitud. El pecado nos corrompe, nos aleja de Dios, nos
hace individualistas, egoístas, prepotentes…
Foto extraída de http://sagradoscorazonesdejesusydemaria.blogspot.com.es
Ayer celebrábamos
la festividad del Sagrado Corazón de Jesús. El mismo Corazón del que brotó
Sangre y Agua, ser rajado por una lanza. La Sangre que nos salva, que nos libera, que nos
protege del mal. Y el Agua que nos limpia, nos purifica, nos convierte. Jesús entrega
su vida por tu salvación, por la mía, por la de esa persona que nos hace la
existencia amarga y nos pone zancadillas siempre que puede… En Jesús podemos
ver el mejor ejemplo de entrega sincera
a los demás. ¡Sigámoslo!
Pero si ayer celebrábamos la
festividad del Corazón de Jesús, hoy, sábado, día de la Virgen , celebramos la
festividad del Inmaculado Corazón de María. En esta jornada nos narra el
Evangelio, un episodio archiconocido. “El Niño perdido y hallado en el templo”.
Pero nos quedamos, precisamente hoy, con un par de cositas de manera muy
especial:
“Hijo,
¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”.
“Su madre
conservaba todo esto en su corazón”
En el primer punto a destacar,
leemos las palabras que María dijo a su Hijo Jesús, cuando lo encontró en el
templo hablando a los doctores. Jesús estaba haciendo lo que tenía que hacer,
la voluntad del Padre. Nosotros, no siempre hacemos la voluntad del Padre.
Desobedecemos, nos apartamos de Dios y, por tanto, andamos perdidos de verdad.
Escucha entonces atento la voz de María que te dice. Que me dice. Que nos dice
a cada uno de nosotros: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu Padre
y yo te buscábamos angustiados”. Recapacitemos sobre esto, así veremos cuál
escasa es nuestra fidelidad.
Pasemos al segundo punto. Cuando
María ve nuestra desobediencia, y qué mal nos portamos. Cuando ve que Dios nos
abre su Corazón, nos tiende continuamente su Misericordia y no acudimos a ella.
Cuando ve que Ella intercede por nosotros y no ve “mejoría” en nuestro
comportamiento. Cuando ve que tenemos la salvación a nuestro alcance con sólo
desearla, y no la tomamos…. Seguro que guarda ese dolor intenso de madre en su
corazón.
¿Qué estamos haciendo? Que en estas
dos jornadas, en las que hemos celebrado la festividad de los dos Corazones,
nos haga pararnos a pensar, a meditar, a recapacitar, a orar sobre nuestra
conducta, y seamos lo suficientemente humildes para reconocer nuestras faltas,
pongamos remedio, y nos acerquemos cada día más, a los Corazones amorosos de
Jesús y María.
2 comentarios:
Rafa Estupendo el post que nos has dejado muy buena reflexión.
Saludos desde…
Abstracción textos y Reflexión
Muchas gracias José Ramón.
Un abrazo!.
Rafa.
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