Muchas son las dificultades por las que pasamos y vivimos día
a día, muchas; pero mencionaré sólo una porque nos afecta a todos.
El coronavirus sigue entre nosotros y parece ser que vino
para quedarse. Miles de personas en el
mundo han muerto y siguen muriendo a causa de esta pandemia. Otras tantas
siguen infectándose y contagiando a otros. Hemos vivido un confinamiento en el
que nos hemos visto coartados de nuestra libertad, la vida nos ha cambiado y ya
nos parece algo extraordinariamente imposible poder abrazar y besar algún día a
nuestros seres queridos. Un microscópico virus maldito ha conseguido, frente a
la “poderosa” ciencia y saber del ser humano, que durante un tiempo (aún no sabemos
cuánto) destrozar uno de los gestos fraternales más grandes, reconfortantes,
hermosos, afectivos y poderosos que tenemos: Un abrazo.
Y muchos piensan o se pueden preguntar: ¿Dónde está Dios? ¡Me
ha abandonado! Parece que se ha olvidado de mí, que rezo y la ayuda no viene
como la quiero o espero. ¿Acaso no ve el sufrimiento que tengo? Si todo lo
puede, ¿por qué permite que pase por este suplicio (el que sea que estemos viviendo)?
Pero aquí está la respuesta de Dios:
Exulta, cielo;
alégrate, tierra; rompan en aclamaciones, montañas, porque el Señor consuela a
su pueblo y se compadece de los desamparados.
Decía Síón: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.
¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí; los que te construyen van más aprisa que los que te destruían, los que te arrasaban se alejan de ti (Is 49, 13-17)
Decía Síón: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”.
¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí; los que te construyen van más aprisa que los que te destruían, los que te arrasaban se alejan de ti (Is 49, 13-17)
Seguramente alguna vez has apuntado algo en la palma de la
mano para que no se te olvidara. Pues imagina un tatuaje, pero no un tatuaje
como los que conocemos, no. Tatuaje quiere decir imborrable, indeleble, así te
lleva en la palma de la mano Dios, grabado a fuego. Con cualquier cosa que haga
te tendrá presente. ¿Cómo se va a olvidar de ti, si eres su perfecta y hermosa
criatura? ¡Si te ha nombrado heredera de su Reino! ¡Él te AMA! Con tus virtudes
y tus defectos, con tu trigo y tu cizaña, con tus fortalezas y debilidades… tal
y como eres, porque así precisamente, es como eres hermosa; luchando para mejorar
cada segundo aunque caigas una y otra vez, a pesar de que pienses que ya no
puedes más, porque en ese esfuerzo es donde te estás santificando. No te
apures, Dios no quiere nada malo para ti, y no te va a exigir algo que no seas
capaz de hacer. Si estás en una difícil prueba, es que puedes con ella y,
aunque no lo veas, Él está a tu lado apoyándote, animándote. ¿Acaso ves al
virus? ¿Acaso ves el viento? ¿Acaso ves como huelen las flores? Y sin embargo,
sabes que están ahí. De igual forma, Dios está ahí.
Confía en Dios. Él te ha hecho la promesa de que nunca se
olvidará de ti y precisamente Él, jamás faltará a su Palabra, porque Él mismo
es la Verdad. Eso sí, no cuando tú quieras o desees sino cuando Él vea que es
el mejor momento, en el tiempo que sea de mayor bendición para ti, porque su
tiempo es perfecto, porque Dios es perfecto, porque su Amor por ti es perfecto.
Si estás pasando por una situación difícil o delicada:
¡Ánimo! ¡Confía! ¡Ora! Y espera en el Señor, porque es el único que nunca te va
a fallar. Cristo tiene grabado tu nombre en las palmas de sus manos, las mismas
que un día permitió que fueran taladradas para regalarte lo más grande: Tu salvación,
el Cielo, su Amor.
El Señor nos bendiga.
2 comentarios:
¡Gracias! Ojalá y así sea 🙏
Gracias a ti.
Y por supuesto que será así; Dios jamás nos abandona.
¡Ánimo!
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