Y si te dieran a elegir, ¿con qué opinión te quedas? ¿El miedo a la muerte y el culto al mal, o la alegría de la resurrección?
El Señor os bendiga.
Y si te dieran a elegir, ¿con qué opinión te quedas? ¿El miedo a la muerte y el culto al mal, o la alegría de la resurrección?
El Señor os bendiga.
Santísima Trinidad. Ático del retablo del Dulce Nombre. 1611-1612. Iglesia de San Mateo. Tarifa (Cádiz). |
Estamos en el domingo siguiente a
Pentecostés y celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad.
Muchas personas lo haréis, pero
otras muchas, quizás cada vez menos, no. Me estoy refiriendo a la oración. Una
oración que, como hemos dicho en más de una ocasión, al igual que la
Eucaristía, se empezará diciendo “En el nombre del Padre, del Hijo, y del
Espíritu Santo”.
Cuando hablamos de oración,
podemos pensar en pedir y, aquellos que sean más agradecidos, se acordarán de
dar gracias. Hay más tipos de oraciones como la de bendición, alabanza,
intercesión… pero básicamente se engloban en estos dos tipos que hemos mencionado:
petición y acción de gracias.
Digo esto porque puede que nos
encontremos en algún momento con un problema, una situación especial que no sepamos
resolver, una enfermedad… y nos acordemos que hay un Dios a quien acudir, incluso
muchos lleguen a pedirle como último recurso, aunque no crean (o eso dicen).
Hay varias cosas que considero
que debemos tener en cuenta:
En primer lugar, hay que tener
confianza en Dios, creer en Él y saber esperar. Recordad que en más de una
ocasión podemos leer cosas como: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al
paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados”. O “Hija, tu fe te ha sanado;
vete en paz y queda sana de tu aflicción”. Es decir, la fe es la que nos
sanará, ya sea el cuerpo o el alma.
En segundo lugar, hay veces que
pedimos, pedimos y pedimos…, pero a lo mejor lo hacemos mal. Fijaos lo que nos
dice aquí Jesús: “En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi
nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y
recibiréis, para que vuestra alegría sea completa”. (Jn. 16,23-24). Es decir, quizás
no lo estemos pidiendo al Padre, y/o no lo hagamos en nombre de Jesús.
Por otro lado, Jesús también nos
enseñó el “Padrenuestro” para orar y dirigirnos al Padre; esto conlleva que
debemos aceptar o que Él quiera, aunque sea contrario a lo que queremos nosotros, porque además, es una de las peticiones que le
hacemos en esta oración: "Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo".
Ahora tengamos en cuenta la
siguiente cita: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Paráclito
no vendría a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré". (Jn. 16.,7). El Paráclito
es el Espíritu Santo, y paráclito significa abogado, defensor, el que
intercede. Es la Persona de la Santísima Trinidad que vino a nosotros el pasado
domingo.
Jesús es la Persona que más
podemos conocer pero; como bien nos dice Él mismo, el que lo ha visto a Él, ha
visto al Padre. Y, tal y como hemos visto, siempre nos remite al Padre.
Él se fue para poder enviarnos al
Espíritu Santo porque, a través de su Espíritu, podemos entender cosas que sin
Él no podríamos; podemos tener unos dones que sin Él no los tendríamos; podemos
orar de una forma que sin Él seríamos incapaces. Porque el Espíritu Santo es
el que nos mueve a orar, el que nos ayuda y enseña a orar, el que intercede por
nosotros.
Pero llegados a este punto,
vuelvo al inicio. De poco sirve una oración sin fe y sin confianza, que es la
que nos mantiene siempre en la esperanza; porque es como decir palabras vacías que no van
a ningún sitio. Por tanto, repite siempre: “Jesús, en ti confío” y Dios Trinidad, te
ayudará siempre, en su tiempo y momento, pero nunca te abandonará.
En este día de la Santísima
Trinidad, puede ser un buen momento para pedir al Espíritu Santo que nos ayude
y anime a orar al Padre en el nombre de Jesús.
El Señor nos bendiga.
Existen muchas versiones sobre el origen del nombre de María. El significado por el que normalmente lo identificamos es con el vocablo hebreo Miryam, que se podría traducir como excelsa.
Sin embargo, para celebrar este solemne día, quisera hacer alusión a un dato extraído del libro “El secreto admirable del Santísimo Rosario”, de San Luis María Grignion de Montfort, en el que cuenta que la Virgen se le apareció a Santa Matilde, portando sobre el pecho el saludo del ángel escrito en letras de oro, y le dijo: “El nombre de María, que significa Señora de la luz, indica que Dios me colmó de sabiduría y luz, como astros brillantes, para iluminar los cielos y la tierra”.
... María, Señora de la Luz...
Muchas son las advocaciones de la Virgen, pero Ella siempre es la misma, María. Además para nosotros es nuestra Señora de la Luz; la que llevó en su seno a la Luz por excelencia, la Reina de las reinas, la más pura y bella de todas las criaturas, la que vence al demonio con su humildad, la que ilumina nuestras vidas, la que nos ama como sus hijos que somos, nuestra intercesora ante Dios; no en vano, y como reza el himno que le cantamos, le pedimos: Madre de la Luz, piedad.
Pero... ¿te has parado a pensar que Ella quiere escucharte? Habla con María. Como Madre nos quiere pero... Y nosotros como hijos, ¿la amamos?
A veces pensamos que para ser grandes se nos tiene que ver bien, aunque estemos vacios por dentro. ¡Qué enorme error! . María es la más grande siendo la más humilde. ¿Cuando vamos a seguir su ejemplo?
San José y el Niño.
Francisco Font y Pons. Principios del siglo XX
Iglesia San Mateo. Tarifa (Cádiz)
Cuando pensamos en San José ya sabemos
identificar su iconografía debido a las incontables ocasiones en que hemos
visto imágenes de él. Sin embargo, puede ser que no sepamos la razón de dichas
representaciones y, sobre todo, cómo fue surgiendo su devoción.
Lo primero que debemos saber es que ha sido representado a lo largo de la Historia del Arte desde el paleocristiano. También es verdad que son escasas en origen y siempre estaba junto a la Virgen o el Niño, principalmente en escenas pertenecientes a la infancia de Jesús, tal y como relatan los Evangelios Canónicos de San Mateo y, especialmente, de San Lucas. Pero surgen los primeros problemas, y es que debido al polémico dogma de fe que suponía la virginidad de María para los primeros cristianos, a veces no aparecía la figura de San José en la escena, sobre todo por los más doctos en temas bíblicos, y por tanto llegó a incluso a retrasarse su papel como esposo de María, con el fin de evitar confusiones.
Silencio, obediencia y humildad, son tres
características que destacamos de él.
Ni una palabra de José encontraremos en los
evangelios. Fiel, obediente y siervo de Dios. Siempre en segundo o incluso tercer
plano, cediendo protagonismo a Jesús y María, pero ahí estaba él, detrás, pilar
fundamental en su familia.
Aprendamos de San José y pidámosles que nos
ayude a ser humildes y fieles a Cristo.
Feliz día de San José.
El Señor nos bendiga.
En esta semana he tenido una experiencia de las que podemos
catalogar de “rutinarias”, pero desde el primer momento me hizo pensar y… aquí
estoy, escribiendo sobre ella.
Un día muy desapacible, de fuerte viento y cielo encapotado.
Salía del supermercado y en la puerta de repente veo a una persona muy próxima
a mí, con un abrigo acolchado tipo plumífero muy fino, con el cuello levantado
para cubrirse del frio y humedad, una mascarilla higiénica y un gorro de lana
hasta las cejas que impedía, a primera vista, reconocerla. Busqué entre las
capas de ropa su mirada para identificarla, y así fue. Era una persona muy
conocida en la localidad, drogadicta, siempre hace algún comentario e incluso
graciosos, con mucho arte. Aquel día no iba a ser distinto. Cuando cruzamos
miradas, yo le sonreí, aunque he de
suponer que poco se me vería a través de la mascarilla. El caso es que me dijo:
“El mundo es un pañuelo, caballero”. Sin más le contesté haciéndole un signo de
aprobación a su comentario levantando el pulgar: “Así es”; y seguí mi camino. A
escaso metros tenía el coche y al abrir la puerta, aquella persona desde su
sitió siguió hablando, esta vez en voz alta, seguramente que con la intención
de que la oyese. “Unos nacen con estrellas, y otros «estrellaitos»”.
En cuanto subí al coche, esa frase no hacía más que
bombardearme. ¡Qué pena que las personas caigan en ese pozo enrevesado de la
droga! Pero no sólo eso, ¡qué pena y qué desagradecimos somos las personas!
En efecto, a unas personas Dios les concede tener una familia,
casa, necesidades cubiertas, trabajo, amigos, educación… bienestar. A otras les
concede pobreza, enfermedades, guerras, violencia, soledad…
Pienso que los que tenemos el regalo de pertenecer al primer
grupo, no damos a Dios las gracias suficientes. Al revés, nos quejamos de todo
y nos creemos con más derechos que nadie. Muchos llegan a creerse superiores al
resto pensando que con dinero se compra todo, olvidándose de amar, de ser un
poco humildes, y de que todos somos iguales. Unos con más bienes que otros,
pero iguales. Iguales nacimos, e iguales morimos.
Puede ser una buena ocasión para que todos meditemos sobre
esto. Dar gracias a Dios por todo lo que nos da, y pedirle más por los demás y
menos por nosotros mismos. Muchas veces, con tal de llamar la atención del
resto, porque somos todos muy soberbios, nos quejamos y gritamos a los cuatro
vientos que “nos duele mucho la cabeza”. Siempre hay quien está peor que nosotros,
pero infinitamente peor. ¡Lástima que la venda egocéntrica que portamos nos
impida ver más allá de nuestro ombligo!
Al inicio decía que había vivido algo que podíamos catalogar
de “rutinario”. Hemos convertido las desgracias de los demás en rutina, ya nada
nos conmueve. El hambre, la droga, la enfermedad, la violencia, la sociedad que
se empobrece. Las muertes por guerras, pandemia, atentados… ya no nos
escandaliza. Nos da igual 5 que 150. El enemigo está consiguiendo que las
personas seamos simples números unos para otros.
Recordemos que Cristo vino al mundo, y nos preparamos en
estos días de Cuaresma para vivirlo intensamente, con el único fin de salvarnos
y redimirnos a todos. Cristo no viene a salvar a los que viven bien únicamente,
o a los que van a misa únicamente, o a los que rezan mucho únicamente. Cristo
va a entregar su VIDA por todos los que quieran salvarse. Pobres, ricos, sanos,
enfermos… y aunque, como decía antes, sigue habiendo quien piensa que con
dinero se compra todo, a Dios precisamente no se le compra, y menos con unas
simples monedas. Quizá en nuestra idea humana de ver las cosas, pensamos que
muchos nos salvaremos porque Dios es bueno y yo “ni mato, ni robo” (que está
por ver porque hay muchas formas de matar y de robar). Pero no pensamos como
Dios, ni sabemos los planes de Dios, y mucho menos podemos comprar a Dios; y
esa persona a la que despreciamos porque consideramos “inferior” a nosotros,
puede que ya tenga su sitio guardado en el Cielo, mientras que nosotros
tendremos que luchar por un huequito en el purgatorio porque somos incapaces de
AMAR, que es la única pregunta del examen final de nuestras vidas. ¿Has amado
de verdad a los demás?
Ojalá y en el tiempo que resta de Cuaresma, sepamos valorar
lo que tenemos, agradecerle a Dios por todo y, sobre todo, recapacitemos y
examinemos nuestro compromiso de Amor con Dios y con los demás.
El Señor nos bendiga.
Gérard Edelinck. 1704. Biblioteca
Nacional de España. |
Jesús, María y José, reflejo de la Trinidad Beatísima en la
tierra: Una Familia en Tres Personas.
Los Mandamientos antes del primero dedicado a la Familia son
Tres, porque el Tres es el número de la perfección. Hay que amar a Dios sobre
todas las cosas, no mencionar el Nombre de Dios en vano, y santificar las
fiestas, pero después de esto, lo más importante es honrar a tu padre y a tu
madre. Después de Dios que debe ser lo primordial en nuestras vidas, está la
Familia.
La Sagrada Familia, a quien hoy dedicamos el día, es ejemplo
para nosotros de amor, humildad, obediencia, unidad… ejemplo de Familia.
La sociedad actual, con su verborrea barata, tiene
totalmente devaluada a la Familia y, siendo ésta el centro neurálgico,
desatendido y sin cimentación, hace que la propia sociedad se devalúe. Es la
pescadilla que se muerde la cola. ¿Cuántas veces hemos dicho u oído que el
mundo de hoy está muy mal? ¿No será que la Familia como tal es casi inexistente?
Muchos piensan e incluso llegan a asemejar el término familia con algo antiguo
o de beatos, y no contentos con eso, utilizan los vocablos en sentido
despectivos.
La Familia no es cosas de viejos, no es cosa de otra época
pasada. La Familia es, debe y tiene que ser actualidad constante.
Independientemente del estatus social, cultura, edad… el centro del mundo
radica en los padres y los hijos, con amor mutuo, respeto, obediencia, ayudas,
desprendimiento, servicio, humildad… Si esto existiera en cada familia del
mundo, éste sería distinto y, ni que decir tiene, que mejor.
Padres que se pelean entre sí llegando incluso a cometer
asesinatos, hijos que insultan a sus padres o los mata porque “les molestan”,
gritos, iras… Si esto sucede en miles de familias, ¿cómo vamos a pretender la
paz universal? Si somos incapaces de tener la paz en casa, no podremos jamás
conseguir algo superior. Por tanto, hemos de trabajar y cuidar lo que tenemos,
porque la Familia es lo más sagrado. ¿El problema? Que no aceptamos a Dios en
nuestras vidas y si lo hacemos, es de palabra y para aparentar externamente lo
que no tenemos de verdad, pero no de obras. Y para que exista una Familia de
verdad, con todo lo que conlleva, es imprescindible la presencia en medio de
ella de Dios.
Todo tiene sentido aunque nos cueste reconocerlo. Sin Dios
no podemos nada, con Él todo lo podemos. Si Dios no está con nosotros, estará
el enemigo. A él le gusta crear polémica, enfados, y se alegra con nuestro
pecado. En cambio Dios quiere amor, unidad, y se entristece con nuestro pecado.
Por tanto, si dejamos fuera de la Familia a Dios, el que une en el Amor, nunca
podremos tener esa ansiada Paz. Y si no la tenemos nosotros, no podemos
llevarla a los demás. Y si no la llevamos a los demás, y los demás están como
nosotros, es cuando surge el caos en el que estamos inmersos. Porque desde el
origen, y podemos leerlo en las primeras palabras del libro del Génesis: “La
tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de
Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn. 1, 2). Es decir, hasta que Dios no
puso orden en la Creación, todo era caos, oscuridad, y así será nuestra Familia
si no dejamos que sea Dios el que ponga orden, nos una y nos traiga su Paz.
Dios envió a la tierra a su Hijo, el Rey de reyes, el más
Grande, y nació en un establo. El rostro visible de Dios invisible nace de la
forma más pobre y humilde, rodeado de animales y estiércol para traernos su
Paz, su Amor. Y su vida será siempre de servicio y entrega por ti, por mí, por
todas las personas sin excepción. Y nosotros, ¿qué hacemos? Buscamos riquezas,
queremos llevar siempre la razón, nos creemos mejores que los demás…
María y José ayudaron a Jesús a ir creciendo, ellos sólo
querían lo mejor para Él, y le dieron todo lo que estaba en su manos. Con ellos
fue descubriendo quien era desde su parte humana, ya que Él lo sabía todo como
Dios. Y así los padres hacen con nosotros, y nosotros como padres hacer con
nuestros hijos. Pero nosotros como hijos debemos ser obedientes a nuestros padres,
y nuestros hijos deben serlo con nosotros, pero siempre desde el amor, no se
trata de imponer nuestra ley, sino de que sea Dios el que esté entre nosotros y
una la relación padres-hijos, como hizo con María, José y Jesús.
En la actualidad las personas nos “estorbamos” unos a otros; y me explico. Nos hemos vuelto sumamente egoístas por la falta de amor. ¿Qué me he quedado embarazada y no me apetece ahora tener un hijo porque soy joven y tengo que “vivir la vida”? Pues mato al bebé, le quito la vida a él, y lo camuflo con la palabra aborto o lo que es peor, interrupción del embarazo. ¿Qué tengo un familiar con una enfermedad o es disminuido físico, necesita tiempo para atenderlo y me lo tengo que quitar de mi disfrute personal? Pues lo mato, le quito la vida a él y lo camuflo con el vocablo eutanasia, porque “se merece una muerte digna”. Jesús y María acompañaron a San José cuidándolo y atendiéndolo, hasta que Dios se lo llevó. María veía cómo su Hijo sufrió la pasión y muerte, y estuvo a su lado acompañándolo hasta el final. ¿Quiénes somos nosotros para privar de la vida a nuestros familiares? Quizás algún día nos maten porque nosotros seamos los que “molestamos”. ¿Qué poder tenemos nosotros para no llevar a cabo el plan de salvación de Dios? Las cosas pasan por un fin que no sabemos ni entendemos, pero vienen de Dios y por tanto, debemos fiarnos de nuestro Padre porque será lo mejor y lo más perfecto que nos pueda pasar. No es fácil, pero en el esfuerzo es donde nos fortalecemos todos, en eso cosiste la unidad fraternal.
Ojalá nos dejemos llevar del modelo por excelencia que nos
dio y sigue dando la Sagrada Familia, y lo sepamos llevar a la práctica como
padres y como hijos.
El Señor nos bendiga.
María, el primer
adviento. ¿Quién mejor que Ella para guiarnos correctamente por este tiempo litúrgico que
iniciamos? Un tiempo de alegría, de gozo, de entusiasmo. Un tiempo de
Esperanza.
Si nos fijamos en el
adviento de María, lo primero que hace es escuchar, prestar atención a la
Palabra de Dios a través del mensaje de Gabriel. No se revela, ni tiene que
insistirle el Ángel para que le haga caso, no. María deja lo que estaba
haciendo para atender a Dios, para comprometerse con Él, para convertirse en su
esclava, en su Madre. Primer dato a tener en cuenta y llevarlo a la práctica:
Escuchar la voz del Señor y convertirnos a Él.
María no se queda a
esperar el momento del parto. María acude a casa de su prima Isabel, de edad
avanzada y embarazada de seis meses, por lo que necesitaría ayuda. Segundo dato
a tener en cuenta: Pese a nuestras obligaciones, debemos servir a los demás,
porque servir es también dejar de lado nuestro egoísmo, dejar de mirar nuestro
arañazo, para darnos cuenta que en frente tenemos a alguien con heridas que
sangran verdaderamente.
María está en la dulce
espera, no en vano no sólo será madre de un bebé, será la Madre del Hijo de
Dios. Tercer dato a tener en cuenta: María es la Esperanza, nuestra Esperanza.
En estos duros tiempos que estamos viviendo, necesitamos esa Esperanza que nos
proporciona un rayo de luz que ilumine el oscuro camino, el salvavidas que nos
saca a flote, la mano de la Virgen que nos conduce a Jesús.
La dulce Esperanza de
María… así debería ser la nuestra. No podemos estar contrariados porque vamos a
celebrar unas fiestas con aforo limitado, ni porque no vamos a tomarnos doce
uvas corriendo para irnos de fiesta, ni siquiera porque puede que este año los
reyes magos no puedan pasar por culpa de un confinamiento perimetral. Aunque
pudiéramos celebrarlo como siempre, eso no es Navidad. El principal motivo de
las fiestas, la razón de la dulce espera del adviento es el Nacimiento de Dios,
el que nos va a traer la Salvación a todos. Esa es nuestra verdadera Esperanza,
porque eso es lo que tenemos y debemos esperar.
La Cuaresma y Semana
Santa de este año 2020 fue difícil pero a la vez una bendición. Una prueba de
las buenas, de las que se crece cuando se superan bien. Pero no hemos aprendido
nada. Sin embargo, Dios nos brinda una nueva oportunidad de aprender con estas
fiestas. Quizás debemos dejar de lado nuestros materialismos mundanos para
acercarnos más a la Salvación del mundo.
¿Os parece difícil? Me
remito al inicio de este escrito: María, el primer adviento. ¿Quién mejor que
Ella para guiarnos por el camino correcto? Acudamos a Ella y que nunca, nunca,
nos falte la Esperanza.
El Señor nos bendiga.
Jesucristo, Rey del universo…
Durante una Consagración Eucarística pude acercarme a entender
vagamente en mi pequeñez humana, aquello
que dijo Jesús a Pilato, que estamos ahítos de escuchar, pero no prestamos la
atención suficiente: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36). Mirarme con
los ojos del alma y hacerlo a mi alrededor y ver claramente que somos
verdaderamente indignos hasta de hablar con Dios. Todos los pecadores reunidos,
pecando incluso en el momento en que Cristo se hace presente en el Pan, y Él,
el Rey, se humilla una y otra vez, y otra, y otra… y se ofrece en sacrificio
por nosotros. Él, la perfección perfecta, Dios. Y veo nuestra soberbia, nuestra
prepotencia, nuestros lujos, nuestro poder mundano absurdo e inválido ante el
Rey. Y Cristo, viene a crucificarse para darnos otra oportunidad y regalarnos
la salvación. Manos, bocas, cabezas y corazones pecadores, hacedores de mal que
consagran y que recibimos su Cuerpo Santísimo.
Jesucristo, Rey del universo…
Su Reino no es de este mundo. Su reino no es de soberbios,
ni envidiosos, ni asesinos de armas ni de lenguas. Su Reino es de Humildad, de
Amor, de Misericordia. Si no fuera por Él, por la delicadeza y paciencia que
tiene con nosotros, estaríamos desde ya ardiendo en el infierno para siempre.
Pero Él viene a sanar nuestras almas, a salvarnos del abismo de las tinieblas. “A
pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se
vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres”
(Fil. 2, 6 – 7).
Jesucristo, Rey del universo…
¿Cuántas veces hemos oído que el Reino lo empezamos a construimos
aquí? En efecto. Hemos de dejar de pensar como seres de este mundo, en la
medida de nuestras posibilidades. El Reino no es un palacio infinito donde
estaremos de banquete eterno. El Reino es Amor, y en este mundo es donde
tenemos que comenzar a amar de verdad, a ser humildes, a dejar los lujos
materiales de lado que no nos llevan a ningún sitio. Ni los faraones llevaron
sus tesoros a la vida eterna, quedaron en esta vida material, donde abunda el
pecado y las jugosas y atractivas propuestas de Satanás que, lejos de hacernos
bien, nos alejan del Rey de reyes.
Jesucristo, Rey del universo…
El único Rey verdadero. El que rechazó su corona de oro y
piedras preciosas por unas espinas que se le clavan en su Santísima cabeza. El
que rechazó su trono dorado y mullido a cambio de un frío y duro madero donde
es clavado su Sacratísimo Cuerpo con los brazos abiertos para acogernos SIEMPRE
que queramos. El que rechazó un cetro, símbolo de autoridad, a cambio de una caña
que sirve para burla nuestra de su Divina Persona. El que rechazó la espada del
poder imperial por unos clavos y una lanzada en su costado, del que manará su
Preciosísima Sangre.
Jesucristo, Rey del universo…
El Evangelio de hoy nos pone las claves para seguir el
camino correcto, y más que nunca en estos tiempos difíciles que el mundo entero
está padeciendo. Sí, Cristo se humilla y quiere que nos humillemos y tratemos a
los demás con verdadero Amor. Es difícil, no somos perfectos ni dioses, pero Él
está a nuestro lado todos los días hasta el fin del mundo, para ayudarnos a
conseguirlo. Él es consciente de nuestra debilidad desde antes de crearnos;
contaba con ello, Él es el único que no se sorprende ni se escandaliza de
nuestros vergonzosos actos. Y no debemos
olvidar algo que nos recuerda Jesús al final de su Palabra en este día, y es
que el infierno existe, pero lo mejor de todo, es que el cielo también, y Él
está deseando hacernos partícipes de su Reino. Si la queremos, es nuestra
heredad, porque por su Pasión, Muerte y Resurrección, nos ha abierto las
Puertas.
Jesucristo, Rey del universo…
Verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor, paz. Este es
el Reino de Cristo. ¿A qué esperamos entonces para seguir construyéndolo y participar
de él?
El Señor nos bendiga.