lunes, 31 de octubre de 2022

Incongruencias



¿Recuerdas el miedo que pasamos con el tema de la Covid-19? Sí, Esa criatura microscópica que hacía que las personas enfermaran y que muchas murieran por su causa. Hoy prácticamente ya no nos acordamos de él y de aquella situación, sin embargo, sigue ahí.

Pues en este día, 31 de octubre de 2022, seguimos empeñados en dar culto al miedo y a la muerte, pero divirtiéndonos con ella. En efecto, muchos celebran Halloween, la mayoría desconociendo el tema, únicamente dejándose llevar por una "moda" impuesta, y se lo pasan bien dando miedo miedo a otras personas, disfrazándose de brujas, de zombis, de esqueletos que representan perdonas fallecidas...

¿Acaso no deberíamos celebrar la vida en lugar de la muerte? Nos obcecamos en las cosas malas, en hacer mal, en la muerte, como si todo acabara con ella y, sin darnos cuenta, entramos en una dinámica carnavalera de malignidad, desenfreno, hechicería y burla. Aparentemente son unos días donde hasta los niños juegan a ser druidas y muertos vivientes, todo rodeado de tinieblas, sangre, putrefacción. Pero solo es eso, apariencia. Detrás hay una simbología escondida y camuflada que nos adentra en la más profunda oscuridad de la que somos partícipes y cómplices. Suena fuerte y parece que no es para tanto pero créeme, es así.

Cristo, es la Resurrección y la Vida. A Él es al que debemos imitar y seguir su ejemplo; pero preferimos dar culto a lo satánico. Sí, a lo satánico. A pesar de que deberíamos haber tenido un escarmiento con lo mal que lo hemos pasado, se nos ha olvidado pronto, quizás demasiado, y en lugar de celebrar la alegría de las personas que han alcanzado la santidad, y de orar por aquellas que aún no lo han hecho, elegimos festejar la muerte y la brujería como algo entretenido donde gastar nuestro preciado tiempo.

No confundamos lo que conoceos actualmente por Halloween, con All hallow's eve, es decir, vísperas de todos los santos.

Y si te dieran a elegir, ¿con qué opinión te quedas? ¿El miedo a la muerte y el culto al mal, o la alegría de la resurrección?

El Señor os bendiga.

sábado, 11 de junio de 2022

Santísima Trinidad

Santísima Trinidad.
Ático del retablo del Dulce Nombre. 1611-1612.
Iglesia de San Mateo. Tarifa (Cádiz).


Estamos en el domingo siguiente a Pentecostés y celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad.

Muchas personas lo haréis, pero otras muchas, quizás cada vez menos, no. Me estoy refiriendo a la oración. Una oración que, como hemos dicho en más de una ocasión, al igual que la Eucaristía, se empezará diciendo “En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Cuando hablamos de oración, podemos pensar en pedir y, aquellos que sean más agradecidos, se acordarán de dar gracias. Hay más tipos de oraciones como la de bendición, alabanza, intercesión… pero básicamente se engloban en estos dos tipos que hemos mencionado: petición y acción de gracias.

Digo esto porque puede que nos encontremos en algún momento con un problema, una situación especial que no sepamos resolver, una enfermedad… y nos acordemos que hay un Dios a quien acudir, incluso muchos lleguen a pedirle como último recurso, aunque no crean (o eso dicen).

Hay varias cosas que considero que debemos tener en cuenta:

En primer lugar, hay que tener confianza en Dios, creer en Él y saber esperar. Recordad que en más de una ocasión podemos leer cosas como: “Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados”. O “Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción”. Es decir, la fe es la que nos sanará, ya sea el cuerpo o el alma.

En segundo lugar, hay veces que pedimos, pedimos y pedimos…, pero a lo mejor lo hacemos mal. Fijaos lo que nos dice aquí Jesús: “En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa”. (Jn. 16,23-24). Es decir, quizás no lo estemos pidiendo al Padre, y/o no lo hagamos en nombre de Jesús.

Por otro lado, Jesús también nos enseñó el “Padrenuestro” para orar y dirigirnos al Padre; esto conlleva que debemos aceptar o que Él quiera, aunque sea contrario a lo que queremos nosotros, porque además, es una de las peticiones que le hacemos en esta oración: "Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo".

Ahora tengamos en cuenta la siguiente cita: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Paráclito no vendría a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré". (Jn. 16.,7). El Paráclito es el Espíritu Santo, y paráclito significa abogado, defensor, el que intercede. Es la Persona de la Santísima Trinidad que vino a nosotros el pasado domingo.

Jesús es la Persona que más podemos conocer pero; como bien nos dice Él mismo, el que lo ha visto a Él, ha visto al Padre. Y, tal y como hemos visto, siempre nos remite al Padre.

Él se fue para poder enviarnos al Espíritu Santo porque, a través de su Espíritu, podemos entender cosas que sin Él no podríamos; podemos tener unos dones que sin Él no los tendríamos; podemos orar de una forma que sin Él seríamos incapaces. Porque el Espíritu Santo es el que nos mueve a orar, el que nos ayuda y enseña a orar, el que intercede por nosotros.

Pero llegados a este punto, vuelvo al inicio. De poco sirve una oración sin fe y sin confianza, que es la que nos mantiene siempre en la esperanza; porque es como decir palabras vacías que no van a ningún sitio. Por tanto, repite siempre: “Jesús, en ti confío” y Dios Trinidad, te ayudará siempre, en su tiempo y momento, pero nunca te abandonará.

En este día de la Santísima Trinidad, puede ser un buen momento para pedir al Espíritu Santo que nos ayude y anime a orar al Padre en el nombre de Jesús.

 

El Señor nos bendiga.

 

 

 


domingo, 12 de septiembre de 2021

María. El Nombre de la Reina

Existen muchas versiones sobre el origen del nombre de María. El significado por el que normalmente lo identificamos es con el vocablo hebreo Miryam, que se podría traducir como excelsa. 

Sin embargo, para celebrar este solemne día, quisera hacer alusión a un dato extraído del libro “El secreto admirable del Santísimo Rosario”, de San Luis María Grignion de Montfort, en el que cuenta que la Virgen se le apareció a Santa Matilde, portando sobre el pecho el saludo del ángel escrito en letras de oro, y le dijo: “El nombre de María, que significa Señora de la luz, indica que Dios me colmó de sabiduría y luz, como astros brillantes, para iluminar los cielos y la tierra”.

... María, Señora de la Luz...

Muchas son las advocaciones de la Virgen, pero Ella siempre es la misma, María. Además para nosotros es nuestra Señora de la Luz; la que llevó en su seno a la Luz por excelencia, la Reina de las reinas, la más pura y bella de todas las criaturas, la que vence al demonio con su humildad, la que ilumina nuestras vidas, la que nos ama como sus hijos que somos, nuestra intercesora ante Dios; no en vano, y como reza el himno que le cantamos, le pedimos: Madre de la Luz, piedad.

Pero... ¿te has parado a pensar que Ella quiere escucharte? Habla con María. Como Madre nos quiere pero... Y nosotros como hijos, ¿la amamos? 

A veces pensamos que para ser grandes se nos tiene que ver bien, aunque estemos vacios por dentro. ¡Qué enorme error! . María es la más grande siendo la más humilde. ¿Cuando vamos a seguir su ejemplo?


domingo, 28 de marzo de 2021

viernes, 19 de marzo de 2021

La devoción a San José

 

San José y el Niño. 
Francisco Font y Pons. Principios del siglo XX
Iglesia San Mateo. Tarifa (Cádiz)

Cuando pensamos en San José ya sabemos identificar su iconografía debido a las incontables ocasiones en que hemos visto imágenes de él. Sin embargo, puede ser que no sepamos la razón de dichas representaciones y, sobre todo, cómo fue surgiendo su devoción.

Lo primero que debemos saber es que ha sido representado a lo largo de la Historia del Arte desde el paleocristiano. También es verdad que son escasas en origen y siempre estaba junto a la Virgen o el Niño, principalmente en escenas pertenecientes a la infancia de Jesús, tal y como relatan los Evangelios Canónicos de San Mateo y, especialmente, de San Lucas. Pero surgen los primeros problemas, y es que debido al polémico dogma de fe que suponía la virginidad de María para los primeros cristianos, a veces no aparecía la figura de San José en la escena, sobre todo por los más doctos en temas bíblicos, y por tanto llegó a incluso a retrasarse su papel como esposo de María, con el fin de evitar confusiones.

 Su presencia parece aumentar durante el arte bizantino, momento en que proliferan los textos apócrifos como el “Protoevangelio de Santiago” o la “Historia de José el carpintero”, en los que se cuenta parte de la vida del padre putativo de Jesús.

 En la Edad Media se va introduciendo de manera mayoritaria como un varón anciano, manera que no tuviera un papel protagonista y pudiera reforzarse el carácter virginal de María, evitando así, que personas poco formadas dudasen de ese carácter incorrupto de la Virgen. Sin embargo, teólogos medievales tan importantes como Beda el Venerable, Santo Tomás de Aquino y en particular en el siglo XI San Bernardo de Claraval defienden su persona. De todas formas, la devoción a San José es escasa hasta la difusión de la devotio moderna. Empieza a despuntar el papel de San José debido a la importancia que se le da a los episodios de la infancia de Jesús. La devoción se extiende entre las órdenes religiosas, de las que destacamos a los franciscanos con el primer Belén en Greccio de San Francisco.

 A finales de la Edad Media, durante el gótico, Jean Gerson (1363-1429), agustino francés llamado Doctor christianissimus, autor de un poema titulado “Josephina”, que tuvo gran difusión e importancia y en el que se descubrían los enormes valores que poseía la figura de San José y que hasta entonces no se habían tenido en cuenta, pone de manifiesto su papel más participativo, aunque no deja de formar parte de las escenas de la infancia de Jesús. Como consecuencia, lo empezamos a ver en momentos de la vida cotidiana preparando la comida.

 Pero llega un momento que podemos considerar un punto de inflexión en la historia, pues entre 1545 y 1563 se celebra el Concilio de Trento, que marcó el inicio de la Contrarreforma. En él se defendieron muchos aspectos de la fe católica que los protestantes negaban, como el valor sacro que tenían las reliquias. En cierto modo esto impulsó la devoción hacia San José, ya que había sido el primer hombre en tocar a Cristo. En este contexto destaca, además de los mencionados franciscanos, el papel de la Compañía de Jesús, que defendió con empeño el culto a los santos, a los que se oponían los protestantes y, de manera particular la figura a San José, dedicándole una capilla en todas las iglesias que la Orden tenía en España.

 Pero sería fray Bernardino de Laredo quien realizaría el primer escrito en castellano sobre el Patriarca. Su obra principal es la “Subida al Monte Sión” (Sevilla 1535) y junto a ella se publicó el también llamado “Josephina”; un pequeño tratado sobre las glorias y patrocinio de San José, que tanto influiría en Santa Teresa, fundadora de la Orden de los Carmelitas Descalzos, que lo convirtió en el Patrón de su Orden y le dedicó doce de los diecisiete conventos que fundó, entre ellos su primera casa, San José de Ávila. La devoción a San José se estaba consolidando con el impulso de Santa Teresa, y se empieza a ver de forma tanto individual como con el Niño, ya sea en brazos o bien caminando a su lado cogidos de la mano. Éstos serán los dos tipos iconográficos más representados a partir de ahora, junto con el de la Sagrada Familia, en los que la imagen de San José tendrá un papel protagonista.

 Si tendemos a pedir a los santos que intercedan por nosotros ante Dios, ¿cómo podíamos olvidar a San José, su padre y tutor terrenal, el esposo de María?

Silencio, obediencia y humildad, son tres características que destacamos de él.

Ni una palabra de José encontraremos en los evangelios. Fiel, obediente y siervo de Dios. Siempre en segundo o incluso tercer plano, cediendo protagonismo a Jesús y María, pero ahí estaba él, detrás, pilar fundamental en su familia.

Aprendamos de San José y pidámosles que nos ayude a ser humildes y fieles a Cristo.

 

Feliz día de San José.

El Señor nos bendiga. 

domingo, 28 de febrero de 2021

¿Estrellas?


 

En esta semana he tenido una experiencia de las que podemos catalogar de “rutinarias”, pero desde el primer momento me hizo pensar y… aquí estoy, escribiendo sobre ella.

Un día muy desapacible, de fuerte viento y cielo encapotado. Salía del supermercado y en la puerta de repente veo a una persona muy próxima a mí, con un abrigo acolchado tipo plumífero muy fino, con el cuello levantado para cubrirse del frio y humedad, una mascarilla higiénica y un gorro de lana hasta las cejas que impedía, a primera vista, reconocerla. Busqué entre las capas de ropa su mirada para identificarla, y así fue. Era una persona muy conocida en la localidad, drogadicta, siempre hace algún comentario e incluso graciosos, con mucho arte. Aquel día no iba a ser distinto. Cuando cruzamos miradas, yo le sonreí,  aunque he de suponer que poco se me vería a través de la mascarilla. El caso es que me dijo: “El mundo es un pañuelo, caballero”. Sin más le contesté haciéndole un signo de aprobación a su comentario levantando el pulgar: “Así es”; y seguí mi camino. A escaso metros tenía el coche y al abrir la puerta, aquella persona desde su sitió siguió hablando, esta vez en voz alta, seguramente que con la intención de que la oyese. “Unos nacen con estrellas, y otros «estrellaitos»”.

En cuanto subí al coche, esa frase no hacía más que bombardearme. ¡Qué pena que las personas caigan en ese pozo enrevesado de la droga! Pero no sólo eso, ¡qué pena y qué desagradecimos somos las personas!

En efecto, a unas personas Dios les concede tener una familia, casa, necesidades cubiertas, trabajo, amigos, educación… bienestar. A otras les concede pobreza, enfermedades, guerras, violencia, soledad…

Pienso que los que tenemos el regalo de pertenecer al primer grupo, no damos a Dios las gracias suficientes. Al revés, nos quejamos de todo y nos creemos con más derechos que nadie. Muchos llegan a creerse superiores al resto pensando que con dinero se compra todo, olvidándose de amar, de ser un poco humildes, y de que todos somos iguales. Unos con más bienes que otros, pero iguales. Iguales nacimos, e iguales morimos.

Puede ser una buena ocasión para que todos meditemos sobre esto. Dar gracias a Dios por todo lo que nos da, y pedirle más por los demás y menos por nosotros mismos. Muchas veces, con tal de llamar la atención del resto, porque somos todos muy soberbios, nos quejamos y gritamos a los cuatro vientos que “nos duele mucho la cabeza”. Siempre hay quien está peor que nosotros, pero infinitamente peor. ¡Lástima que la venda egocéntrica que portamos nos impida ver más allá de nuestro ombligo!

Al inicio decía que había vivido algo que podíamos catalogar de “rutinario”. Hemos convertido las desgracias de los demás en rutina, ya nada nos conmueve. El hambre, la droga, la enfermedad, la violencia, la sociedad que se empobrece. Las muertes por guerras, pandemia, atentados… ya no nos escandaliza. Nos da igual 5 que 150. El enemigo está consiguiendo que las personas seamos simples números unos para otros.

Recordemos que Cristo vino al mundo, y nos preparamos en estos días de Cuaresma para vivirlo intensamente, con el único fin de salvarnos y redimirnos a todos. Cristo no viene a salvar a los que viven bien únicamente, o a los que van a misa únicamente, o a los que rezan mucho únicamente. Cristo va a entregar su VIDA por todos los que quieran salvarse. Pobres, ricos, sanos, enfermos… y aunque, como decía antes, sigue habiendo quien piensa que con dinero se compra todo, a Dios precisamente no se le compra, y menos con unas simples monedas. Quizá en nuestra idea humana de ver las cosas, pensamos que muchos nos salvaremos porque Dios es bueno y yo “ni mato, ni robo” (que está por ver porque hay muchas formas de matar y de robar). Pero no pensamos como Dios, ni sabemos los planes de Dios, y mucho menos podemos comprar a Dios; y esa persona a la que despreciamos porque consideramos “inferior” a nosotros, puede que ya tenga su sitio guardado en el Cielo, mientras que nosotros tendremos que luchar por un huequito en el purgatorio porque somos incapaces de AMAR, que es la única pregunta del examen final de nuestras vidas. ¿Has amado de verdad a los demás?

Ojalá y en el tiempo que resta de Cuaresma, sepamos valorar lo que tenemos, agradecerle a Dios por todo y, sobre todo, recapacitemos y examinemos nuestro compromiso de Amor con Dios y con los demás.

El Señor nos bendiga.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Sagrada Familia

Sagrada Familia.

Gérard Edelinck. 1704. Biblioteca Nacional de España.


Padre, Hijo y Espíritu Santo: Un solo Dios en Tres Personas.

Jesús, María y José, reflejo de la Trinidad Beatísima en la tierra: Una Familia en Tres Personas.

Los Mandamientos antes del primero dedicado a la Familia son Tres, porque el Tres es el número de la perfección. Hay que amar a Dios sobre todas las cosas, no mencionar el Nombre de Dios en vano, y santificar las fiestas, pero después de esto, lo más importante es honrar a tu padre y a tu madre. Después de Dios que debe ser lo primordial en nuestras vidas, está la Familia.

La Sagrada Familia, a quien hoy dedicamos el día, es ejemplo para nosotros de amor, humildad, obediencia, unidad… ejemplo de Familia.

La sociedad actual, con su verborrea barata, tiene totalmente devaluada a la Familia y, siendo ésta el centro neurálgico, desatendido y sin cimentación, hace que la propia sociedad se devalúe. Es la pescadilla que se muerde la cola. ¿Cuántas veces hemos dicho u oído que el mundo de hoy está muy mal? ¿No será que la Familia como tal es casi inexistente? Muchos piensan e incluso llegan a asemejar el término familia con algo antiguo o de beatos, y no contentos con eso, utilizan los vocablos en sentido despectivos.

La Familia no es cosas de viejos, no es cosa de otra época pasada. La Familia es, debe y tiene que ser actualidad constante. Independientemente del estatus social, cultura, edad… el centro del mundo radica en los padres y los hijos, con amor mutuo, respeto, obediencia, ayudas, desprendimiento, servicio, humildad… Si esto existiera en cada familia del mundo, éste sería distinto y, ni que decir tiene, que mejor.

Padres que se pelean entre sí llegando incluso a cometer asesinatos, hijos que insultan a sus padres o los mata porque “les molestan”, gritos, iras… Si esto sucede en miles de familias, ¿cómo vamos a pretender la paz universal? Si somos incapaces de tener la paz en casa, no podremos jamás conseguir algo superior. Por tanto, hemos de trabajar y cuidar lo que tenemos, porque la Familia es lo más sagrado. ¿El problema? Que no aceptamos a Dios en nuestras vidas y si lo hacemos, es de palabra y para aparentar externamente lo que no tenemos de verdad, pero no de obras. Y para que exista una Familia de verdad, con todo lo que conlleva, es imprescindible la presencia en medio de ella de Dios.

Todo tiene sentido aunque nos cueste reconocerlo. Sin Dios no podemos nada, con Él todo lo podemos. Si Dios no está con nosotros, estará el enemigo. A él le gusta crear polémica, enfados, y se alegra con nuestro pecado. En cambio Dios quiere amor, unidad, y se entristece con nuestro pecado. Por tanto, si dejamos fuera de la Familia a Dios, el que une en el Amor, nunca podremos tener esa ansiada Paz. Y si no la tenemos nosotros, no podemos llevarla a los demás. Y si no la llevamos a los demás, y los demás están como nosotros, es cuando surge el caos en el que estamos inmersos. Porque desde el origen, y podemos leerlo en las primeras palabras del libro del Génesis: “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn. 1, 2). Es decir, hasta que Dios no puso orden en la Creación, todo era caos, oscuridad, y así será nuestra Familia si no dejamos que sea Dios el que ponga orden, nos una y nos traiga su Paz.

Dios envió a la tierra a su Hijo, el Rey de reyes, el más Grande, y nació en un establo. El rostro visible de Dios invisible nace de la forma más pobre y humilde, rodeado de animales y estiércol para traernos su Paz, su Amor. Y su vida será siempre de servicio y entrega por ti, por mí, por todas las personas sin excepción. Y nosotros, ¿qué hacemos? Buscamos riquezas, queremos llevar siempre la razón, nos creemos mejores que los demás…

María y José ayudaron a Jesús a ir creciendo, ellos sólo querían lo mejor para Él, y le dieron todo lo que estaba en su manos. Con ellos fue descubriendo quien era desde su parte humana, ya que Él lo sabía todo como Dios. Y así los padres hacen con nosotros, y nosotros como padres hacer con nuestros hijos. Pero nosotros como hijos debemos ser obedientes a nuestros padres, y nuestros hijos deben serlo con nosotros, pero siempre desde el amor, no se trata de imponer nuestra ley, sino de que sea Dios el que esté entre nosotros y una la relación padres-hijos, como hizo con María, José y Jesús.

En la actualidad las personas nos “estorbamos” unos a otros; y me explico. Nos hemos vuelto sumamente egoístas por la falta de amor. ¿Qué me he quedado embarazada y no me apetece ahora tener un hijo porque soy joven y tengo que “vivir la vida”? Pues mato al bebé, le quito la vida a él, y lo camuflo con la palabra aborto o lo que es peor, interrupción del embarazo. ¿Qué tengo un familiar con una enfermedad o es disminuido físico, necesita tiempo para atenderlo y me lo tengo que quitar de mi disfrute personal? Pues lo mato, le quito la vida a él y lo camuflo con el vocablo eutanasia, porque “se merece una muerte digna”. Jesús y María acompañaron a San José cuidándolo y atendiéndolo, hasta que Dios se lo llevó. María veía cómo su Hijo sufrió la pasión y muerte, y estuvo a su lado acompañándolo hasta el final. ¿Quiénes somos nosotros para privar de la vida a nuestros familiares? Quizás algún día nos maten porque nosotros seamos los que “molestamos”. ¿Qué poder tenemos nosotros para no llevar a cabo el plan de salvación de Dios? Las cosas pasan por un fin que no sabemos ni entendemos, pero vienen de Dios y por tanto, debemos fiarnos de nuestro Padre porque será lo mejor y lo más perfecto que nos pueda pasar. No es fácil, pero en el esfuerzo es donde nos fortalecemos todos, en eso cosiste la unidad fraternal.

Ojalá nos dejemos llevar del modelo por excelencia que nos dio y sigue dando la Sagrada Familia, y lo sepamos llevar a la práctica como padres y como hijos.

El Señor nos bendiga.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Adviento. El tiempo de la Esperanza


 

María, el primer adviento. ¿Quién mejor que Ella para guiarnos correctamente por este tiempo litúrgico que iniciamos? Un tiempo de alegría, de gozo, de entusiasmo. Un tiempo de Esperanza.

Si nos fijamos en el adviento de María, lo primero que hace es escuchar, prestar atención a la Palabra de Dios a través del mensaje de Gabriel. No se revela, ni tiene que insistirle el Ángel para que le haga caso, no. María deja lo que estaba haciendo para atender a Dios, para comprometerse con Él, para convertirse en su esclava, en su Madre. Primer dato a tener en cuenta y llevarlo a la práctica: Escuchar la voz del Señor y convertirnos a Él.

María no se queda a esperar el momento del parto. María acude a casa de su prima Isabel, de edad avanzada y embarazada de seis meses, por lo que necesitaría ayuda. Segundo dato a tener en cuenta: Pese a nuestras obligaciones, debemos servir a los demás, porque servir es también dejar de lado nuestro egoísmo, dejar de mirar nuestro arañazo, para darnos cuenta que en frente tenemos a alguien con heridas que sangran verdaderamente.

María está en la dulce espera, no en vano no sólo será madre de un bebé, será la Madre del Hijo de Dios. Tercer dato a tener en cuenta: María es la Esperanza, nuestra Esperanza. En estos duros tiempos que estamos viviendo, necesitamos esa Esperanza que nos proporciona un rayo de luz que ilumine el oscuro camino, el salvavidas que nos saca a flote, la mano de la Virgen que nos conduce a Jesús.

La dulce Esperanza de María… así debería ser la nuestra. No podemos estar contrariados porque vamos a celebrar unas fiestas con aforo limitado, ni porque no vamos a tomarnos doce uvas corriendo para irnos de fiesta, ni siquiera porque puede que este año los reyes magos no puedan pasar por culpa de un confinamiento perimetral. Aunque pudiéramos celebrarlo como siempre, eso no es Navidad. El principal motivo de las fiestas, la razón de la dulce espera del adviento es el Nacimiento de Dios, el que nos va a traer la Salvación a todos. Esa es nuestra verdadera Esperanza, porque eso es lo que tenemos y debemos esperar.

La Cuaresma y Semana Santa de este año 2020 fue difícil pero a la vez una bendición. Una prueba de las buenas, de las que se crece cuando se superan bien. Pero no hemos aprendido nada. Sin embargo, Dios nos brinda una nueva oportunidad de aprender con estas fiestas. Quizás debemos dejar de lado nuestros materialismos mundanos para acercarnos más a la Salvación del mundo.

¿Os parece difícil? Me remito al inicio de este escrito: María, el primer adviento. ¿Quién mejor que Ella para guiarnos por el camino correcto? Acudamos a Ella y que nunca, nunca, nos falte la Esperanza.

El Señor nos bendiga.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Jesucristo. Rey del Universo


 Hoy celebramos una fiesta, quizás, difícil de entender; y con ella cerramos un año litúrgico ya que el domingo que viene iniciaremos el Adviento y, por tanto, un nuevo ciclo, un nuevo año.

Jesucristo, Rey del universo…

Durante una Consagración Eucarística pude acercarme a entender vagamente en mi pequeñez humana,  aquello que dijo Jesús a Pilato, que estamos ahítos de escuchar, pero no prestamos la atención suficiente: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36). Mirarme con los ojos del alma y hacerlo a mi alrededor y ver claramente que somos verdaderamente indignos hasta de hablar con Dios. Todos los pecadores reunidos, pecando incluso en el momento en que Cristo se hace presente en el Pan, y Él, el Rey, se humilla una y otra vez, y otra, y otra… y se ofrece en sacrificio por nosotros. Él, la perfección perfecta, Dios. Y veo nuestra soberbia, nuestra prepotencia, nuestros lujos, nuestro poder mundano absurdo e inválido ante el Rey. Y Cristo, viene a crucificarse para darnos otra oportunidad y regalarnos la salvación. Manos, bocas, cabezas y corazones pecadores, hacedores de mal que consagran y que recibimos su Cuerpo Santísimo.

Jesucristo, Rey del universo…

Su Reino no es de este mundo. Su reino no es de soberbios, ni envidiosos, ni asesinos de armas ni de lenguas. Su Reino es de Humildad, de Amor, de Misericordia. Si no fuera por Él, por la delicadeza y paciencia que tiene con nosotros, estaríamos desde ya ardiendo en el infierno para siempre. Pero Él viene a sanar nuestras almas, a salvarnos del abismo de las tinieblas. “A pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres” (Fil. 2, 6 – 7).

Jesucristo, Rey del universo…

¿Cuántas veces hemos oído que el Reino lo empezamos a construimos aquí? En efecto. Hemos de dejar de pensar como seres de este mundo, en la medida de nuestras posibilidades. El Reino no es un palacio infinito donde estaremos de banquete eterno. El Reino es Amor, y en este mundo es donde tenemos que comenzar a amar de verdad, a ser humildes, a dejar los lujos materiales de lado que no nos llevan a ningún sitio. Ni los faraones llevaron sus tesoros a la vida eterna, quedaron en esta vida material, donde abunda el pecado y las jugosas y atractivas propuestas de Satanás que, lejos de hacernos bien, nos alejan del Rey de reyes.

Jesucristo, Rey del universo…

El único Rey verdadero. El que rechazó su corona de oro y piedras preciosas por unas espinas que se le clavan en su Santísima cabeza. El que rechazó su trono dorado y mullido a cambio de un frío y duro madero donde es clavado su Sacratísimo Cuerpo con los brazos abiertos para acogernos SIEMPRE que queramos. El que rechazó un cetro, símbolo de autoridad, a cambio de una caña que sirve para burla nuestra de su Divina Persona. El que rechazó la espada del poder imperial por unos clavos y una lanzada en su costado, del que manará su Preciosísima Sangre.

Jesucristo, Rey del universo…

El Evangelio de hoy nos pone las claves para seguir el camino correcto, y más que nunca en estos tiempos difíciles que el mundo entero está padeciendo. Sí, Cristo se humilla y quiere que nos humillemos y tratemos a los demás con verdadero Amor. Es difícil, no somos perfectos ni dioses, pero Él está a nuestro lado todos los días hasta el fin del mundo, para ayudarnos a conseguirlo. Él es consciente de nuestra debilidad desde antes de crearnos; contaba con ello, Él es el único que no se sorprende ni se escandaliza de nuestros vergonzosos actos.  Y no debemos olvidar algo que nos recuerda Jesús al final de su Palabra en este día, y es que el infierno existe, pero lo mejor de todo, es que el cielo también, y Él está deseando hacernos partícipes de su Reino. Si la queremos, es nuestra heredad, porque por su Pasión, Muerte y Resurrección, nos ha abierto las Puertas.

Jesucristo, Rey del universo…

Verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor, paz. Este es el Reino de Cristo. ¿A qué esperamos entonces para seguir construyéndolo y participar de él?

El Señor nos bendiga.

domingo, 16 de agosto de 2020

Caricias desde el Cielo

 


Hay una serie de fechas en el calendario que, para los cristianos, están grabadas y tienen un carácter especial como el día de Navidad, Jueves y Viernes Santo, la Resurrección del Señor, el día de nuestra onomástica o Santo al que le tenemos devoción...

Cuando nace o fallece alguna persona, a mí personalmente me gusta buscar esa relación con la fecha en la que se produce dicho momento con el fin de ver mejor la mano de Dios. Ayer fue uno de esos instantes, triste por un lado, pero lleno de Esperanza y consuelo por otro.

Tal día como ayer, hace años, fallecía el abuelo de mi ahijado y pensé algo similar a lo que, a continuación, voy a exponer. Justamente ayer, partía también al Padre el hermano de un amigo y maestro, como me gusta llamarlo pues me ayudó a iniciarme en mi vida profesional y siempre ha estado ahí para echarme un cable cuando lo he necesitado.

Su hermano, un alma pura, entró ayer por la puerta grande del Cielo, de la mano de la Santísima Virgen en el día de su Asunción. Ella fue elevada a la Gloria para reencontrarse con su Hijo amado, el mismo Dios. Ninguna muerte es fácil de llevar para los que seguimos peregrinando en este mundo, pero todos tenemos que pasar por ese tránsito y, ¿qué mejor manera de hacerlo que de la mano de nuestra Madre? Ayer Ella, en su Asunción, tuvo ese detalle mostrando el camino y llevando a este hermano, a este hijo de la mano a la presencia del Padre. Sí, es para nosotros y, sobre todo para su familia, una dolorosa despedida, sin embargo fue una dulce caricia desde el Cielo que lo recibía en sus los brazos amorosos.

No fue una vida fácil ni para él ni para sus padres y hermanos que se volcaron y sacrificaron siempre, día tras día, para que jamás le faltase atención, amor, y los cuidados especiales que necesitó. No todos somos capaces de estar al pie del cañón toda una vida, pero como suelo decir, Dios entrega las batallas más duras a sus mejores soldados. Por eso, todos deben quedar satisfechos, pues la batalla diaria durante años, ha finalizado con la satisfacción del deber cumplido con creces.

Ahora él, que goza ya del rostro divino de Dios, es el que ayudará a su familia a superar su pérdida física, no la espiritual -puesto que vive-, y es él mismo el que, siguiendo el camino que le mostró María, les envía constantemente caricias desde el Cielo que poco a poco los confortarán.

No quiero desde aquí consolar únicamente con estas humildes palabras, pues entiendo por experiencia, que en estos momentos no hay consuelo y que hay que pasar este duro y doloroso duelo. Sin embargo es mi forma de mostrar nuestro pequeño apoyo, nuestra ayuda, nuestra presencia y oración, para que sea el impulso que necesitan para seguir juntos en este valle de lagrimas. Es un simple abrazo que, aunque no llegue a cubrir ni una milésima parte de lo que se necesita ahora, está cargado de sinceridad y cariño a toda la familia.

¡Qué nunca nos falte la ESPERANZA del reencuentro!

Descansa en la paz que sólo Dios puede dar, Miguel.