Hay una serie de fechas en el calendario que, para los cristianos, están grabadas y tienen un carácter especial como el día de Navidad, Jueves y Viernes Santo, la Resurrección del Señor, el día de nuestra onomástica o Santo al que le tenemos devoción...
Cuando nace o fallece alguna persona, a mí personalmente me gusta buscar esa relación con la fecha en la que se produce dicho momento con el fin de ver mejor la mano de Dios. Ayer fue uno de esos instantes, triste por un lado, pero lleno de Esperanza y consuelo por otro.
Tal día como ayer, hace años, fallecía el abuelo de mi ahijado y pensé algo similar a lo que, a continuación, voy a exponer. Justamente ayer, partía también al Padre el hermano de un amigo y maestro, como me gusta llamarlo pues me ayudó a iniciarme en mi vida profesional y siempre ha estado ahí para echarme un cable cuando lo he necesitado.
Su hermano, un alma pura, entró ayer por la puerta grande del Cielo, de la mano de la Santísima Virgen en el día de su Asunción. Ella fue elevada a la Gloria para reencontrarse con su Hijo amado, el mismo Dios. Ninguna muerte es fácil de llevar para los que seguimos peregrinando en este mundo, pero todos tenemos que pasar por ese tránsito y, ¿qué mejor manera de hacerlo que de la mano de nuestra Madre? Ayer Ella, en su Asunción, tuvo ese detalle mostrando el camino y llevando a este hermano, a este hijo de la mano a la presencia del Padre. Sí, es para nosotros y, sobre todo para su familia, una dolorosa despedida, sin embargo fue una dulce caricia desde el Cielo que lo recibía en sus los brazos amorosos.
No fue una vida fácil ni para él ni para sus padres y hermanos que se volcaron y sacrificaron siempre, día tras día, para que jamás le faltase atención, amor, y los cuidados especiales que necesitó. No todos somos capaces de estar al pie del cañón toda una vida, pero como suelo decir, Dios entrega las batallas más duras a sus mejores soldados. Por eso, todos deben quedar satisfechos, pues la batalla diaria durante años, ha finalizado con la satisfacción del deber cumplido con creces.
Ahora él, que goza ya del rostro divino de Dios, es el que ayudará a su familia a superar su pérdida física, no la espiritual -puesto que vive-, y es él mismo el que, siguiendo el camino que le mostró María, les envía constantemente caricias desde el Cielo que poco a poco los confortarán.
No quiero desde aquí consolar únicamente con estas humildes palabras, pues entiendo por experiencia, que en estos momentos no hay consuelo y que hay que pasar este duro y doloroso duelo. Sin embargo es mi forma de mostrar nuestro pequeño apoyo, nuestra ayuda, nuestra presencia y oración, para que sea el impulso que necesitan para seguir juntos en este valle de lagrimas. Es un simple abrazo que, aunque no llegue a cubrir ni una milésima parte de lo que se necesita ahora, está cargado de sinceridad y cariño a toda la familia.
¡Qué nunca nos falte la ESPERANZA del reencuentro!
Descansa en la paz que sólo Dios puede dar, Miguel.
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