Hoy
hemos celebrado la festividad de la Conversión de San Pablo.
La
obra que vamos a ver a continuación es “La conversión de San
Pablo” (1600-1601) de Caravaggio, que se encuentra en la Capilla
Cerasi, en la iglesia de Santa María del Popolo, en Roma. Como ya
sabemos, esta es la segunda versión que hizo de esta escena, y es la
más conocida de las dos.
Este
lienzo nos puede ayudar en nuestra vida personal y de relación con
Dios.
Para
ello acudimos a la lectura de los Hechos de los Apóstoles, 9, 1-22.
Lo primero que nos puede llamar la atención es que parece estar en
un lugar cerrado, como en un establo, cuando el texto nos dice que
Saulo iba de camino a Damasco. Un enorme y pesado caballo se
encuentra en el centro dela escena y, parece pisar y que va a
aplastar a un soldado que se haya tumbado en el suelo con los brazos
abierto y con los ojos cerrados.
Leyendo
la lectura, reconocemos a Pablo que acaba de caer del caballo porque
“una luz que
venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor”. La
oscuridad en la que representa el episodio el autor, se contrarresta
con la luz que inunda la figura tumbada de Pablo. Esa luz se refleja
en el caballo y en el tercer personaje del cuadro que es el
sirviente, aunque, en este caso, sólo podemos intuir levemente su
cabeza y las piernas. El protagonista es Pablo envuelto por la Luz
divina.
En la primera versión que
Caravaggio hizo de la Conversión de San Pablo, aparece Cristo y un
ángel que bajan del cielo. Sin embargo, en este caso vemos que la
Luz es Cristo. Los ojos de Pablo están cerrados y, sin embargo la
expresión no es de miedo. Todo lo contrario, es de paz, de
tranquilidad, y sus brazos extendidos son elevados al cielo,
mostrando el momento de éxtasis del santo. La Luz de Cristo está
convirtiendo a esa persona que lo seguía y mataba a los cristianos.
Y es que para Dios, nada hay imposible.
Nosotros podemos ser como Saluo.
Aparentemente, y digo bien, aparentemente estamos al lado de Dios, o
nos sentimos así porque vamos a misa y podemos incluso pertenecer a
un grupo de nuestra parroquia. Pero la pregunta es. ¿Somos
verdaderos evangelizadores? ¿Predicamos con nuestro ejemplo?
¿Predicamos lo que sentimos o somos meras fachadas? Quizás todos -y
cuando digo todos me refiero a clero, religiosos y laicos-
necesitamos que Dios llegue con su Luz, nos tire de nuestro caballo,
que no es otra cosa que nuestra vida y rutina diaria, nos dé una
sacudida y nos convierta; porque en ocasiones, sin darnos cuenta o
consciente de nuestros actos, hacemos justo lo contrario de lo que
Dios nos pide. Puede que sea el momento en que, en lugar de pedirle a
Dios que nos ayude en tal proyecto, o que tal cosa nos salga bien, le
digamos con fe y sin miedos: ¿Señor, qué quieres que haga? ¿Qué
puedo hacer para mejorar mi vida personal y cómo puedo ayudar a los
demás? ¿De qué manera puedo colaborar a construir tu Reino?
Para empezar, podemos seguir las
palabras que el mismo Pablo nos dejó después de su conversión: ¡Ay
de mí si no evangelizara! (1 Co 9,16)
El Señor os bendiga.
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