sábado, 8 de abril de 2017

Semana Santa


La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (Mt. 21, 8-9).

Jesús no había entrado en Jerusalén durante su vida pública. ¿Cómo es que el pueblo lo identifica como Mesías? Hay que remontarse a lo que dijo el profeta Zacarías, esto es: ¡Salta de gozo hija de Sión; alégrate Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna” (Zac. 9, 9).

Muchos se habían negado a creer, pero para los que sí creían pudieron reconocer en esa entrada de Jesús, la señal de que Él era el Mesías que esperaban.

Estamos en vísperas del, tan esperado para muchos, Domingo de Ramos. Comenzamos la Semana Santa. En ella, como todos ya sabemos casi de memoria, rememoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Las lecturas de estos días, también nos las sabemos. Pero, ¿las entendemos? ¿las llevamos a la práctica? ¿las vivimos?

Hace días hablaba sobre un tema con una persona y sentí la necesidad de intentar plasmar por escrito lo interpreté. La rutina diaria y las “obligaciones” hicieron que dicho escrito lo apartara momentáneamente. Sin embargo, ayer tuve una conversación similar con otra persona y pude ver que Dios quería que escribiera. Quizás no sirva para nada, quizás no le llegue a nadie. Pero esa necesidad se  transformó en obligación, era como si me estuviese insistiendo y, aquí estoy.

No voy a juzgar a nadie -¡Dios me libre!- todos cometemos errores y, hasta los mismos errores en numerosas ocasiones. Por eso, como siempre, esto va dirigido a todos, incluyendo a un servidor.

El caso es que queremos ser los primeros en todo, mucho reconocimiento y palmaditas (absurdas) en la espalda, primeros puestos, grandes cargos… lo que viene siendo el famoso protagonismo, que todos negamos tener y que al final a todos nos gusta, pues el pecado de la soberbia siempre nos invade. Hablo en general, por supuesto que existen personas humildes y generosas, que detestan esta serie de actos egoístas.

Y mi pregunta es: ¿De qué nos sirve ese protagonismo? ¿Por qué nos empeñamos en tener una vida superficial y un interior podrido? ¿Sepulcros blanqueados?, seguramente sí.

Cuando llega el momento de la verdad, somos incapaces de actuar como predicamos. Todos conocemos personas que considerábamos amigos y, cuando más los necesitas te dan de lado y hasta dejan de saludarte. Otras veces, recibimos “feos” de personas que no pensábamos que nos podrían hacer eso.

Jesús nos dijo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc. 18, 23-24).

Y es así. Todos tenemos que pasar por eso que sufrió Él. El martirio le dolió físicamente, es indudable, murió de semejante tortura. Pero, ¿y su corazón? ¿Qué hay de la traición de Judas, la negación de Pedro, el abandono que sintió por parte de tantos amigos? Al final murió solo, clavado en una cruz, herido de muerte, desnudo, humillado…

Salvando las distancias, todos hemos sentido ese dolor. Ese amigo que te traiciona, que te vuelve la cara, que de repente te hace la vida imposible, te entrega levantando falsos testimonios sobre ti, que no quiere saber nada de ti más que para buscar la forma de hacerte daño, solo porque piensa que puedas hacerle sombra. ¿Dónde está ese amor que predicamos cuando nuestro comportamiento deja tanto que desear?  ¿Cuántas veces hemos negado a algún amigo cuando lo necesita para no comprometernos nosotros con alguna situación?

Y podremos pensar: “sí, pero a Dios lo quiero mucho, lo amo sobre todas las cosas”.

Pues no. No es así. De nuevo hay que acudir a su Palabra: “Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt. 25, 40). Es decir, lo que hacemos a los demás,  se lo hacemos a Cristo, ya sea bueno o malo. Y esto es así. ¿No somos conscientes aun de tanto mal y daño?

¿Cómo actúa Jesús antes esto? Con humildad, ofreciendo su perdón al que se lo pide y, muriendo hasta por su peor enemigo para salvarlo de la condenación eterna.

Ya que conocemos tan bien las lecturas de estos días, podemos profundizar en ellas y preguntarnos, a la vez que las oímos, pero respondiéndonos de verdad, sin engañarnos a nosotros mismos: ¿Con qué personaje de la Pasión de Cristo me identifico? ¿Pedro, Judas, Caifás, Pilato, María Magdalena, Juan…?

Recapacitemos todos sobre esto. ¿Qué mejor momento? Aprovechemos esa catequesis en la calle que son las procesiones, no sólo para disfrutar de ellas (que también), sino para sacarle el máximo jugo a este regalo que nos hace Dios un año más.

El Señor os bendiga.


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