A mediados del siglo XVII cuando Miguel de Maraña es
nombrado Hermano Mayor de la Santa Caridad proyecta concluir las obras de la
iglesia de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla. Sería el propio Maraña
el encargado de diseñar el proyecto iconográfico para la decoración del templo,
un programa que se basaba en la salvación del alma a través de la caridad
haciendo honores a la Hermandad de la que formaba parte. Para ello contó con
los mejores artistas del momento: Bernardo Simón de Pineda, Pedro Roldan, Bartolomé Esteban Murillo y Juan de Valdés
Leal, conocido fundamentalmente por los dos «jeroglíficos de las postrimerías»
y que, precisamente vamos a tratar viendo uno de los dos lienzos que pintó con
este motivo, para la iglesia del Hospital de la Caridad, siguiendo las órdenes
de su promotor, el mencionado Miguel de Mañara.
«In ictu oculi» (En
un abrir y cerrar de ojos).
Localizado en el sotocoro de la iglesia, frente al otro de
los dos lienzos de Valdés Leal, «Finis gloriae mundi» (El final de las glorias
mundanas), que contemplamos al entrar.
En él vemos que el artista representa la muerte llevando
debajo su brazo izquierdo un ataúd con un sudario mientras en la mano porta la
característica guadaña. Con su mano derecha apaga una vela indicando la rapidez
con la que llega la muerte y apaga la vida humana. Sobre ella podemos leer el
texto que da nombre a la obra, extraído de la I Epístola de San Pablo a los
Corintios. El pie izquierdo del esqueleto se apoya sobre un globo terráqueo,
pues la voluntad de la muerte gobierna el mundo sin excepciones.
Los objetos de la parte inferior, representan la vanidad de
los placeres y las glorias terrenales, que tampoco escapan a la muerte. Ni las
glorias eclesiásticas escapan a la muerte -el báculo, la mitra y el capelo
cardenalicio- ni las glorias de los reyes -la corona, el cetro o el toisón-
afectando a todo el mundo por igual. Ni sabiduría –libros- ni riquezas permiten
escapar a los hombres de la muerte. Tampoco la valentía en las guerras –espada
y armadura-.
Efectivamente, la vida se va en un abrir y cerrar de ojos.
Siempre nos van a quedar cosas por hacer, tiempo que compartir con personas…
pero, y siguiendo este lienzo que nos narra las vanidades humanas, ¿por qué nos
empeñamos en ellas? Desafortunadamente todos conocemos a personas que sólo buscan
tener riquezas, ostentación, e incluso aparentar lo que no son o lo que no
debieran ser, pues en esta última acepción podemos encontrarnos con algunos que
deben dar justamente, el ejemplo contrario.
El Papa Francisco decía que quería ver pastores con olor a
oveja. Sin embargo, muchas veces vemos pastores que huelen a oro, marcas o
perfumes caros. Parece ser que las ovejas se cuidan solas.
Con esto no estoy tirando piedras contra mi propio tejado:
la Iglesia. La intención es una pequeña llamada de atención para abrir los ojos
de ciertos sacerdotes que no parecen ir en el camino que Dios marca. Pues
leemos en Mateo 6, 24: “Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a
uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir
a la vez a Dios y a las riquezas”. Realmente ningún cristiano deberíamos ser
así, máxime si hablamos de uno que debe estar al cuidado de las almas que tiene
a su cargo. Repito y quiero que quede bien claro; no juzgo ni es el motivo de
estas palabras, al revés, la finalidad es hacer despertar de un sueño de
tinieblas que aparenta ser de luces.
Si nuestra vida se centra en dinero, riquezas, marcas,
hacernos con patrimonio que no nos pertenece… ¿hacia dónde se inclinará nuestra
balanza? Esto nos pasa a laicos, sacerdotes, obispos, cardenales… ¿Cuánto más
oro llevemos encima más poder tenemos? ¿Para qué? ¿No estamos todos predicando
que la finalidad de esta vida es obrar lo mejor posible y ganarnos el Paraíso? Quizás
buscamos un atesoramiento en la tierra que echará por la borda, el verdadero
tesoro que tendremos en el cielo. ¿Buscamos un entierro donde nuestro ataúd de
caoba sea tirado por unos elegantes caballos árabes? Al final nuestras riquezas
efímeras quedarán aquí, nuestro cuerpo será pasto de insectos, y nadie se
acordará de nosotros.
Sigamos el ejemplo de Cristo, que es el que nos proponer Miguel
de Mañara en la iglesia del Hospital de la Santa Caridad de Sevilla. Menos ostentación,
lujos y riquezas absurdas. Más Caridad y ayuda al que lo necesita, que los
tenemos muy olvidados.
Empezamos agosto y la Iglesia dedica este mes al Corazón Inmaculado de María.
Acudamos a él y, sobre todo al Padre, pues su fiesta será el primer domingo o
el día 7. Él es nuestro creador, y le estamos muy desagradecidos. Que no nos
olvidemos de nuestro Padre Eterno, la Primera Persona de la Santísima Trinidad.
Él sí nos cuida como sus hijos. Que las vanidades no nos cieguen y tratémoslo como
lo que es, nuestro Padre.
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