Hoy la historia se repite, igual
que hace más de 2000 años. El Hijo de Dios entra aclamado como el Rey de reyes
en nuestras vidas, después de que hayamos pasado por el desierto árido de la
cuaresma. ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del
Señor! ¡Hosanna en las alturas!
Este año Dios quiere que vivamos
una verdadera Semana Santa. Y no me refiero a que la parte cofrade no sea de
verdad ni sentida, todo lo contrario. Cuando digo una Semana Santa verdadera,
como es lógico, quiero decir unos días de oración, recogimiento, sin nada
exterior que pueda distraernos y podamos meditar sinceramente, desde lo más
profundo de nuestro interior, en nuestra intimidad, los misterios de la Pasión,
Muerte y la anhelada Gloriosa Resurrección del Señor. A los cofrades nos
entristece enormemente no poder vivir estos días como más nos gusta; es nuestra
semana grande, la que ansiosos esperamos todo el año. Sin embargo Dios nos pide
algo más y quizás, no terminamos de verlo o no queremos asumirlo.
Este año no habrá templos llenos
de niños, pero su alegría seguirá invadiendo nuestros hogares. No veremos nazarenos
con sus capirotes despuntando entre el tumulto en la calle, pero nuestra
Estación de Penitencia será más auténtica, personal y vamos a elevarla ¡al
cielo! No se oirán bandas de música, pero así podremos escuchar atentamente lo
que el Señor nos quiere decir. No veremos capataces trajeados llamando a
costaleros y cargadores, pero todos nos pondremos bajo las trabajaderas y
obedeceremos a la llamada del Capataz de nuestras vidas. No presenciaremos a
los cuerpos de acólitos anunciando con sus ciriales que llega Cristo o su
bendita Madre, porque Ellos ya están entre nosotros, por eso no estamos solos. No escucharemos a la algarabía infantil
portando y agitando palmas y olivos, porque esa alegría debe estar en nuestro
corazón, si nos hemos convertido. No podremos deleitarnos con un paso de
misterio o la hermosa trasera de un palio que se aleja, ¿habrá cosa más bonita?;
pero nos deleitaremos con la Palabra de Dios que alimenta nuestra alma y eso,
más que algo bonito, es lo más útil y
maravilloso que nos pueda suceder, hablar con el mismo Dios.
Recuerda que Cristo estuvo 40
días en el desierto, nosotros… no sé cuántos días en nuestros hogares. Él no se
quejó, nosotros no paramos de hacerlo. Él no tuvo techo, comida, ni agua;
nosotros sí. Nosotros estamos de cuarentena obligada por un virus, Él estuvo de
auténtica Cuaresma por voluntad propia, preparándose para lo que le venía
encima. Así que, engalana tu casa para la ocasión y que los niños colaboren con
sus dibujos y manualidades, que el Rey va a llamar a tu puerta y te quiere
ayudar. Viene para sanar tu alma, tus preocupaciones, tus dolores, salvarte a
cambio de su vida. Cambiará tu lamento en baile, tu luto en alegría (Salmo 30,
11). Nos resucitará como Él, pero para eso, tenemos que pasar nuestra pasión personal y crecer en la CARIDAD.
En este contexto de actualidad, todo acabará y volveremos a la vida del día a día, pero
tenemos que terminar de pasar este período de prueba, de cruz vírica y
confinamiento.
No
seamos necios y aprovechemos este tiempo, que es un regalo de Dios. Abridle
vuestro corazón sin miedo al qué dirán, sin miedo a aceptar su voluntad, sin
miedo a equivocarnos, porque es cuando más seguro estaremos, a su lado. Ten FE como tuvo María. ¡Conviértete!
Ánimo a todos los enfermos, a las familias de los fallecidos por causa del Covid-19, y a mis queridos hermanos cofrades por esta Semana Santa tan peculiar. Que a todos, pese a la amargura que podamos llevar por dentro, nunca nos falte la ESPERANZA.
Ánimo a todos los enfermos, a las familias de los fallecidos por causa del Covid-19, y a mis queridos hermanos cofrades por esta Semana Santa tan peculiar. Que a todos, pese a la amargura que podamos llevar por dentro, nunca nos falte la ESPERANZA.
Que todo sea para la Gloria de Dios y
bien de nuestras almas.
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