martes, 31 de marzo de 2020

Nuestra Santa Cueva

Oratorio de la Santa Cueva. Capilla Baja.
Cádiz.
📷 Autor.
La ciudad de Cádiz esconde muchas joyas y, una de ellas, es el Oratorio de la Santa Cueva. Un lugar que podemos decir, pasa inadvertido al viandante, pues su arquitectura civil, tan sólo rota por un retablo  hornacina con una copia de una pintura de Nuestra Señora del Refugio (el original, después de muchos años expuesta en este lugar, se conserva en el interior del edificio), obra  de Franz Riedmayer (1796) y dos vitrinas de exvotos, apenas dejan imaginar la maravilla que encontraremos si nos adentramos. Tanto si vivís en Cádiz como si vais de visita, no dudéis en contactar con ArtGest, y podréis conocer de su mano el asombroso, misterioso e impactante templo.

No me voy a exceder en su descripción, pero sí quiero destacar que dicho oratorio tiene dos capillas, denominadas baja y alta. La Capilla Baja es un espacio sobrio, sin decoración alguna, sombrío a excepción de una luz cenital que entra por la linterna  en el presbiterio, lugar que alberga el único elemento escultórico: El Calvario, obra de Juan Gandulfo y Jácome Vaccaro. Es un espacio creado para la meditación sobre la Pasión  de Cristo. La Capilla Alta, ricamente decorada, está dedicada al Santísimo Sacramento. Una lectura rápida nos hace ver que, primero hay que descender a nuestro interior más profundo, desprendernos de todo, orar, meditar, ayunar, hacer sacrificios, purificar el alma y, una vez que tenemos el corazón bien dispuesto, podemos elevarnos y recibir a Jesús Sacramentado.

La sociedad ha dejado de lado y olvidado a Dios, la Luz del mundo. Si el mundo queda sin luz, permanece en las tinieblas más oscuras. Por eso Dios, en su infinita bondad y misericordia, después de múltiples pequeñas advertencias, quiere y desea ardientemente que volvamos a Él. Nosotros somos incapaces de acudir a Dios porque estamos en un profundo pozo del que no nos interesa salir. El coronavirus, pese a que pueda parecer lo contrario, es otra cuerda más que el Señor nos lanza para que nos agarremos a ella y podamos subir a la superficie, ver la luz, contemplar las verdaderas maravillas, y respirar el aire que nos renueva el alma, la brisa Divina.

Estoy convencido de que este virus que arrasa el mundo, nos ha llegado en Cuaresma y nos ha hecho estar confinados en casa para que podamos vivirla de corazón. Nos obliga a ayunar de muchas cosas, nos intenta unir a todos, y nos lo pone en bandeja para que oremos y nos convirtamos. El que no está enfermo, conoce a alguien contagiado, o vive con la terrible incertidumbre de contagiarse e incluso perder la vida en ello; es decir, todos de una manera u otra, estamos sufriendo. Sin embargo, en el sufrimiento y en el ofrecimiento de esa angustia y dolor, es donde está nuestra salvación personal y la de los demás.

Nuestra casa se ha convertido en nuestra particular Santa Cueva y estamos pasando unos días en la Capilla Baja. Aprovechemos este regalo, sí, este regalo que Dios nos hace. Así como un padre corrige a su hijo cuando lo hace mal, Dios nos está corrigiendo a todos a la vez. Ojo, no es un castigo, repito, es una corrección y una oportunidad  preciosa para humillarnos, reconocer nuestras faltas, pedir perdón a Dios y a quien hicimos daño, y así poder ascender a nuestra particular Capilla Alta.

Muchos aprovechamos estos días para expresar nuestras inquietudes, subir a Internet fotos, oraciones, videos con el fin de intentar evangelizar en nuestras posibilidades. Es una ocasión como nunca tuvimos para orar y hacer orar a los demás, al menos meditar, llevar la Palabra a otros, apoyar y ayudar al que lo necesite. Es hora de que el corazón hable por nuestras bocas, y no proclamar teorías sabidas que no llegan al interior de quienes nos escuchan o leen. En este sentido, queridos hermanos sacerdotes, aprovechad la magnífica coyuntura que se nos brinda  para alentar a los fieles, ayudar a la conversión de otros, atraer nuevas ovejas perdidas al rebaño de Cristo. La inmensa mayoría, ante nuestra imposibilidad de asistir a las Eucaristías, las publican en directo por diversas redes sociales y televisión para que podamos estar presentes. De igual forma, son miles de sacerdotes en todo el mundo que bendicen con el Señor a las distintas ciudades. Quizás estas publicaciones sean visionadas por muchas personas de las que asisten a misa normalmente, tanto de diario como la dominical. ¿No es una oportunidad de oro? Eso sí, todos corremos el riego, sacerdote y fieles, que lo que publiquemos sea buscando nuestra gloria y no la de Dios. Es muy tentador usar esta circunstancia que vivimos, para lucrarnos y lucirnos nosotros mismos y no ayudar al prójimo, pero como toda tentación, si la consentimos, no hará más que hundirnos más personalmente, pese a que otros nos digan “qué bonito” o “qué bien los has hecho”. Recordemos todos, que las personas miramos mucho las apariencias, pero Dios mira nuestro corazón. Lo importante es que sirva a los demás, no que nos sirva a nosotros mismos. No alimentemos más nuestro ego o no seremos capaces de creer aunque viviéramos la Parusía y contempláramos el Divino Rostro de Cristo.

Aprovechemos que estamos en nuestras capillas bajas, meditemos la Pasión del Señor que estamos a punto de celebrar, ofrezcamos nuestros sacrificios y ayunos (aunque sean obligados) y, por supuesto, oremos por nosotros, nuestra conversión y la de los demás. El poder de la oración es tan grande que ni imaginamos cuán inmenso es. Y pidamos a María y a San José, que intercedan por nosotros para que, este cáliz que hemos de beber, esta cruz que debemos llevar si es voluntad de Padre, lo aceptemos y la llevemos lo mejor posible pues, como bien decía Santa Teresa, “la Cruz abrazada, es la Cruz menos pesada”.

El Señor nos bendiga.

2 comentarios:

Anita dijo...

🙏 Gracias

Rafa dijo...

Gracias a ti, Anita, por visitar mi pequeño espacio, leer y comentar. Dios te bendiga.