La vida no cesa de ponernos a prueba: enfermedades, pérdidas, rupturas, conflictos, carencias… Cada uno las afronta como puede, pero es en esos momentos de dificultad donde más necesitamos la fe. Porque en los días buenos, todos podemos creer. Pero en la adversidad, la fe se vuelve más exigente, más real.
He aprendido que debemos ser buenos, sí, pero no ingenuos. Ayudar está bien, pero permitir que se aprovechen de nosotros no es amor: es egoísmo disfrazado. El amor verdadero respeta, no exige ni manipula.
La vida se complica porque nosotros la complicamos. Por muy virtuosos que nos creamos, todos caemos en el egoísmo, la envidia, la soberbia. Y aun así, seguimos intentando servir, porque sentimos que es lo correcto. Pero cuidado: si esperamos algo a cambio, si buscamos reconocimiento, entonces el ego se cuela y nos destruye.
Nos falta caridad. Caridad verdadera. Esa que no espera nada, que nace del amor puro.
Cada prueba es una oportunidad para crecer. Y si no aprendemos la lección, la vida nos la repetirá, con otros rostros, otros escenarios, pero el mismo fondo. A veces, decir “no” también es hacer lo correcto. No siempre se puede, y eso también hay que aprenderlo.
Incluso a Jesús le pidieron cosas que no hizo, porque no era el momento, porque no era la voluntad del Padre. Y eso no lo hizo menos santo. Al contrario: lo hizo obediente, sabio, firme.
Ser santos no es ser perfectos. Es aprender, caer, levantarse, y seguir caminando. Es aceptar, resistir, confiar. Es pedir discernimiento para saber cuándo actuar, qué hacer, qué dejar de hacer. Y sobre todo, ser nosotros mismos, con autenticidad.
La experiencia y los tropiezos nos enseñan. Hasta el más santo cayó. Pero lo importante siempre fue levantarse. Ahí está la clave: levantarse y esquivar la piedra la próxima vez.
Amar, pedir perdón, perdonar, hablar con asertividad. Difícil, sí. Pero no imposible.
¿Te atreves a ser santo?
Pídeselo a Dios. Porque sin Él, nada podemos. Pero con Él, todo es posible.
Aunque nunca lleguemos a los altares terrenales, que un día podamos estar en los altares celestiales.
Ese es el verdadero motivo de esta festividad.


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