Cristo orando en el huerto de los olivos. Andrea Mantegna. 1459. National Gallery, Londres |
Muchas personas se sorprenden, o les llama la atención
cuando otras van a diario por la iglesia para hacer una visita al Señor. ¡Cuánto
más ver que asisten diariamente a la Eucaristía! La oración diaria es lo que
nos mantiene en la fe. La confianza en Dios es lo que hace que, en ocasiones,
no tiremos la toalla, si se me permite la expresión deportiva.
Damos gracias y pedimos a Dios por todo. Es nuestro Padre,
nuestro amigo, nuestro confidente:
Gracias por este problema que se ha solucionado. Gracias
porque tal persona se ha curado de su enfermedad. Gracias porque tengo el
trabajo que necesitaba para mantener a mi familia. Gracias porque he vuelto a
casa sin percances en la carretera. Gracias por un nuevo día. Gracias por ver
en mi enfermedad una forma de alabarte. Gracias…
Te pido por la salud de esta persona que está muy mal y
desanimada. Ayúdame a encontrar un trabajo. Mira lo que me ha hecho tal
persona, dame el discernimiento que necesito para afrontar la situación si
hacer daño. Mi hermano está en el mundo de la droga, si Tú no intervienes,
nosotros no podemos. Danos la paz en el mundo, empezando por nuestras familias...
Aunque damos gracias a Dios, constantemente estamos haciendo
oración de petición, pero oración al fin y al cabo.
El Señor nos dice hoy en el Evangelio (Lc 18,1-8), que si el
juez inicuo y corrupto, terminó por atender la petición de la viuda por su
constancia e insistencia, ¿no va a tender rápidamente Dios las de las personas
que oran y suplican? O dicho de otra forma, ¿No va atender el Padre las
plegarias de sus hijos?
Sin embargo, hemos de recalcar algo importante, y es la
pregunta que nos deja planteada al final de la lectura: Pero, cuando venga el
Hijo del hombre, ¿encontrará esa fe sobre la tierra?» Es decir, hace hincapié
en esa oración constante que debemos hacer, pues ella, como decía al principio,
es la que nos mantiene en la fe, en la esperanza, mostramos nuestra confianza
en Él.
Cristo nos muestra su Palabra con obras, y así debemos
hacerlo nosotros también. Jesús, en todo momento eleva una oración al Padre. En
su Bautismo, en la Transfiguración, cuando los discípulos les pide que les
enseñe a orar y de sus labios brota el “Padrenuestro”, en la crucifixión: Padre,
perdónales porque no saben lo que hacen, incluso en el momento de su muerte: En tus manos, encomiendo mi Espíritu…
Y por supuesto, María es nuestro modelo también. Ella que
oraba incluso antes de que Gabriel le anunciara que sería la Madre de Dios.
Posteriormente siempre hablaba con su Hijo, incluso le pide -como en las bodas
de Caná-, y hace que Cristo adelante su momento taumaturgo, en su oración de
petición llena de amor, esperanza y confianza en Él.
Sea cual sea tu situación, ora. Confía y cree firmemente que
tu oración es escuchada por Dios. Sé constante en tu oración y no desfallezcas.
El Señor nos bendiga.
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