Los 10 leprosos. Ilustración de Alexander Bida, publicada en el libro Evangelio de Jesucrito de Edward Eggleston. Nueva York, 1874. |
Somos
desagradecidos. Seguro que muchas veces hemos dejado de agradecer a Dios o a
alguna persona, desde el más mínimo detalle hasta una enorme ayuda o favor.
Cosas cotidianas como levantarnos por la mañana y no dar gracias a Dios por un
nuevo amanecer que nos regala. Un accidente que acaba en un “susto” pudiendo
haber perdido la vida. Bendecir la mesa dando gracias al Padre porque podemos
comer un día más. Podemos vivir en una casa, tenemos coches, ropa para
abrigarnos con el frío, nuevas tecnologías a nuestro alcance. Podemos surtirnos
de una naturaleza que poco a poco, por cierto, estamos destruyendo. ¿No estamos siendo
demasiado desagradecidos?
Somos
desagradecidos. Quizás nuestros padres nos han dado todo lo que estaba en sus
manos para que pudiéramos vivir, crecer, educarnos, estudiar, trabajar, tener
una familia… Y cuando son mayores se convierten en un estorbo para nosotros y
no les prestamos atención.
Somos
desagradecidos. A veces nos aprovechamos de personas que nos prestan su ayuda
una y otra vez y no les decimos ni “GRACIAS”, porque debemos pensar que tenemos
todo el derecho a que nos regalen su tiempo, sus objetos, su dinero, su salud,
su familia, sus amigos, sus vidas… No contentos con eso, si llegados el momento
nos dejan de surtir de ayuda porque ya no tengan más que darnos, les retiramos
hasta el saludo.
Somos
desagradecidos. Hasta para recibir el perdón que suplicamos. Si alguien nos
pide perdón (con o sin razón), pensamos que tenía que hacerlo porque estaba
equivocado, o nos había dañado. Pero, ¿hacemos nosotros lo mismo, o siempre nos
tienen que pedir perdón porque nosotros somos infalibles? Si nos confesamos de
nuestros pecados, ¿agradecemos a Dios ese perdón, y ese Amor que nos regala?
Somos
desagradecidos. Y no se trata de que la otra persona busque un agradecimiento por
su favor. Sin embargo, si no lo agradecemos, causaremos dolor en su interior.
Sí, dolor porque se sentirá utilizada sin más. No basta con decir “gracias”,
hay que estar agradecidos de verdad, y eso ha de notarse. Igualmente, el amor a
los demás y a Dios, nace del agradecimiento, y es lógico; pues en ese agradecer
mutuo, va naciendo un nexo, una relación del que brota un cariño, que se irá
fortaleciendo y transformándose en amor.
Si no has
vivido casos como los expuestos, habrás podido vivir otros muchos desde
cualquiera de las dos posturas.
Ahora,
acudamos al Evangelio de hoy: (Lc. 17, 11-19).
Una vez,
yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a
entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se
pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de
nosotros».
Al verlos,
les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió
que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba
curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de
Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un
samaritano.
Jesús, tomó
la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este
extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Sólo uno de
diez se volvió a darle gracias, y los demás habían sido sanados de la misma
forma.
Jesús no
necesita que le devolvamos favores, ni que le prometamos algo a cambio de un
favor que le pidamos. Jesús no necesita nada de nosotros, pero nosotros lo
necesitamos por completo a Él. Pero nuestra falta de agradecimiento le duele.
Le duele que nueve de diez enfermos de lepra que acaba de curar, no se vuelvan
a darle gracias por regalarle la salud. Y hemos de suponer que habría sanado a
muchas más personas que, en su camino al
monte Calvario cargando con el peso de nuestros pecados, le insultaría,
escupiría y buscarían su crucifixión. Pese a todo, Él nos ama de la misma
manera y murió por todos para salvarnos. Su Amor es tan grande que, además de
que no lo entendamos, Él sufre su Pasión y muere por todos. Por sus amigos, por
sus enemigos, por los que no saben quién es… TODOS. Le duele nuestro
desagradecimiento, pero no cesa de estar a nuestro lado para ayudarnos.
¿Compensamos
o tratamos de devolver un favor? ¿Nos dejamos llevar por un simple “gracias” y
con la “boca pequeña” porque nos cuesta ser humildes?
¿Vamos a misa
para cumplir el precepto o para que desde fuera me vean que “soy buena
persona”? ¿Recordamos que la Eucaristía, precisamente es ACCIÓN DE GRACIAS?
La sociedad
queda reflejada en estos diez leprosos, por tanto, sigamos el ejemplo del agradecido.
Abramos los ojos de nuestro interior y seamos agradecidos con cualquier cosa
que nos percatemos que nos viene de regalo. Y sigamos ayudando a los que nos lo
pidan, aunque no nos lo agradezcan. Que no seamos nosotros quienes decidamos a
quien prestamos ayuda, sino que sea el mismo Dios el que nos lo diga, para que
así hagamos su voluntad, y no la nuestra.
Si has
llegado leyendo hasta aquí, sólo puedo decir: GRACIAS, por tu tiempo.
El Señor nos
bendiga.
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