Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia. Francisco Villegas. Hacia 1621. Vejer de la Frontera. |
Hay quien piensa que la Palabra
de Dios es algo de antiguos, que ya "no se lleva". ¡Qué equivocados están. La
Palabra de Dios siempre estará de actualidad, porque Cristo no habló únicamente
para las personas de su tiempo; sino para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Han pasado más de
2000 años y sin embargo parece que Jesús nos está hablando hoy mismo, de hecho,
es lo que está sucediendo. Él nos habla y nos advierte de algo que pasó en su
momento, pasó posteriormente, sucede hoy, y seguirá pasando hasta el fin del
mundo.
El primer pecado del hombre, el
que conocemos como pecado original, no fue otro que el de soberbia. Sabemos
que para cada pecado capital, hay una virtud que debemos trabajar para
vencerlo. Y así, contra la soberbia, ese el deseo de superioridad y de alto honor y gloria que en numerosas
ocasiones tenemos, debemos hacerle frente con la humildad, que es reconocer que
de nosotros mismos solo tenemos la nada y el pecado.
En la lectura del Evangelio de
este domingo (Lc 18, 9-14), el Señor nos explica, a través de una parábola, el
quehacer de un fariseo y de un publicano. El final, a modo de resumen, es
magistral: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será
enaltecido. Esto, como decía antes, sigue sucediendo hoy día.
¡Cuántas personas “trabajan” en
nuestras parroquias con el único fin de una recompensa, buscando su vanagloria!
Muchos se hacen llamar jefes de grupos, pensando que su deber es mandar,
amedrentar a los demás, e imponer su propia ley. Su principal misión debiera ser
la de servir, no la de ser servidos.
No podemos hacer las cosas por el
simple hecho de lucirnos, y mucho menos dentro de una comunidad parroquial. Eso
da mal ejemplo y hace juzgar a otros. Tenemos que trabajar para la gloria
de Dios y, por supuesto, para ayudar y compartir con los que tenemos al lado.
Hemos de buscar y luchar por nuestra salvación, y cuando digo nuestra, me refiero
globalmente, es decir, la nuestra y la del resto de almas. Darnos golpes de
pecho, aparentar y creernos que somos superiores a otros, no tiene sentido,
nos aparta de Dios, y nos hunde espiritualmente. Pensémoslo fríamente: ¿De qué
nos vale? ¿Sirve para algo que enumeremos a Dios todo el cumpli-miento que
tenemos para con Él, si no lo hacemos con el fin que debiéramos y no nos mostramos
pecadores?
Poner nuestros dones al servicio
de todo el que lo necesite, eso nos eleva el alma y nos anima a seguir en el
camino.
Reconocer nuestros errores,
nuestras faltas. Reconocer que somos pecadores. Reconocer que sin Dios no
podemos hacer nada. Esa es la humildad que debemos aprender y poner en práctica,
teniendo como figura central a María, la ESCLAVA del Señor. Esa es la humildad
que debemos aprender del propio Señor, que dio su vida para salvarnos a todos
sin excepción, siendo Dios.
Recapacitemos lo que Jesús nos
dice hoy y, pidámosle que sepamos cumplir siempre su voluntad.
El Señor nos bendiga.
El Señor nos bendiga.
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