Nuestra Señora de los Dolores Anónimo. Escuela Levantina. 📷 Autor |
Iconográficamente, el
modelo de la Mater Dolorosa se basa en la espiritualidad Servita, orden que
surge en el siglo XIII en Florencia. De ahí se va propagando por todo el mundo,
llegando a España en el siglo XVI. Pero antes podemos encontrar el canto a los
Dolores de María, y así en el siglo XIV aparece el “Stabat Mater”.
La
devoción a la Virgen de los Dolores, como vemos, fue muy grande desde siglos
atrás. En toda España, por ejemplo, se le daba culto el viernes anterior al
Domingo de Ramos. En la actualidad y tras la reforma del Concilio Vaticano II
este día ha pasado a ser conocido como Viernes de Pasión, aunque muchos siguen
denominándolo como Viernes de Dolores, tal y como se hacía antaño, pasando su
festividad al 15 de septiembre, un día después de la festividad de la
Exaltación de la Santa Cruz.
La teología, la
liturgia, la piedad popular y el arte cristiano han centrado con frecuencia su
atención en uno de los episodios más patéticos y entrañables del Evangelio: la
compasión de María manifestada en su dolor, profetizado ya por el anciano
Simeón en la presentación de su Hijo en el Templo que dijo: «Este hijo será para ti misma una espada que
traspasará tú alma» (Lc. 2, 35). Santa
Teresa de Jesús escribió al respecto: “Al
oír las palabras del anciano Simeón, María vio claramente todo el cúmulo de
dolores, tanto interiores como exteriores, que debían sucesivamente atormentar
a Jesús en el decurso de la pasión”.
La espada atravesando
el corazón de la Virgen es símbolo de sus sufrimientos o dolores, de las penas
que María ofrece a Dios unidas a las de Cristo, especialmente durante la
Pasión, en favor de la salvación del género humano. Siete son los dolores de
nuestra Madre, que ordenados cronológicamente son:
1. La
profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús
2. La
huida a Egipto con Jesús y José
3. La
pérdida de Jesús en el templo
4. El
encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario
5. La
crucifixión y la agonía de Jesús
6. La
lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto
7. El
entierro de Jesús y la soledad de María
Y es que, desde el fiat de María, en el momento en que
Gabriel le anuncia que sería la Madre de Dios, Ella asume todo lo que está por
llegar, lo bueno y lo malo, su entrega es total a Dios y, desde ese instante, a
la humanidad por completo. Queda asociada al misterio de su Hijo, no como
corredentora en la misma medida de Jesús, ya que Él es el redentor, pero sí en
el sentido en que Jesús la hace partícipe y finalmente nos la entrega como
Madre, encomendándole la nueva misión, por la que aún sigue trabajando y seguirá
hasta el final de los tiempos.
Quizás viendo este tema
podemos llegar a pensar que María tuvo una vida llena de sufrimientos y, por
tanto, no fue feliz. Todo lo contrario, Ella, la llena de gracia, también fue
plena en felicidad, que no placer. Me explico: En el sufrimiento podemos
encontrar la felicidad. María pudo sufrir la pasión y muerte del Señor, de su
Hijo, su corazón estaría destrozado, tanto, que algunos dicen que el Padre vino
a sostenerla porque no hay cuerpo humano que soportara tal dolor. Sin embargo,
la muerte de Jesús suponía la salvación del mundo entero, de todas las personas
que habían vivido desde la creación del mundo, las que vivían en aquel momento,
las que vivimos ahora, las que vivirán después de nosotros… todas.
Aunque parezca
contradictorio, nosotros también podemos o debemos aprender a ser felices en
nuestros sufrimientos. A nadie le gusta ver, por ejemplo, a un ser querido
enfermo, pasándolo mal; y quizás esta persona se esté purgando de sus pecados,
o está haciendo que otros se purguen, o se convierta o se una más a Dios en sus
dolores personales, o hace que otros lo hagan... La felicidad no está en que todo
vaya bien, sino en el resultado final cuando uno ha dado todo lo mejor de sí
mismo. Pues de la misma manera, la Virgen Santísima, que lo dio todo por su
Hijo, por nosotros, pese a los dolores del alma más grande que cualquier
persona pudo tener jamás, Ella fue feliz por su Amor.
Pero volviendo al tema
que nos ocupa, no olvidemos que es Madre de Jesús y Madre nuestra, por eso
sigue sufriendo dolores en su corazón por tanto pecado, tanto mal que seguimos
haciéndole a Jesús, y por tanto pecado y mal que hacemos condenándonos nosotros
mismos al fuego del infierno. ¿Qué madre no sufre ante la desgracia de un hijo?
Como hizo con Jesús en la Cruz, Ella ofreció al Padre ese holocausto, de la
misma manera, ofrece al Padre los dolores que le producimos sus hijos, pero en
este caso, por hacer el mal. Su amor de Madre, le hace compadecerse de nosotros
y media por nosotros ante Dios.
El dolor de María,
pues, es un dolor de Amor. Si su alma ya era pura desde antes de su concepción
y quedó inmaculada, ese dolor por amor, debió engrandecerla más si cabe.
Ella siempre es nuestro
ejemplo de humildad y fidelidad, pero a veces se nos olvida que también hemos
de tomarla como ejemplo en el sufrimiento y en el amor, porque si el dolor es
por amor, ese dolor terminará convirtiéndose en más amor, y ese amor acercará
nuestra alma un poco más a Dios.
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