sábado, 28 de junio de 2025

Corazones


Jesús:

Estoy sentado ante ti, que estás en el Sagrario. Justo encima está tu imagen mostrándonos tu corazón sangrante. Lo miro. Miro el mío, y no tiene nada que ver, no lo puedo comparar. Sin embargo, Tú, mejor que nadie, conoces cómo es, de la misma forma que sabes cómo es el de los demás.

Cada uno de nosotros te traemos nuestros agobios, problemas, preocupaciones, las gracias por lo que nos das, por los males que permites para el bien de nuestras almas. El problema es que no entendemos eso, porque nuestra mente limitada nos impide ver la razón de tantas cosas que nos pasan.

Danos la fe para creer en Ti, de descansar en ese Corazón que nos ofreces, herido y sanado por tantas traiciones, juicios, rechazos, abandono, ingratitudes... Porque si algo nos pasa y estamos sufriendo, es porque detrás viene algo mejor.

A veces pensamos que somos eternos en esta vida, pero esta vida es pasajera, demasiado pasajera para unos; lenta como el óleo sobre el lienzo, para otras.

Todo tiene su tiempo, tu tiempo perfecto. Y eso es algo que todavía no comprendemos. Queremos todo para ayer porque hoy nos parece tarde. Pero no nos damos cuenta que, a lo mejor eso que queremos no nos viene bien, como un niño que quiere comer caramelos antes de comer y sus padres se lo prohíben. Otras, nos las vas a dar, pero primero quizás, tenemos que sanar heridas, aprender cosas, avanzar... Y se nos olvida que Tú, eres también el Dios del tiempo. 

A veces lo veo claro. Otras me puede mi humanidad imperfecta y te exijo. Toda una osadía por mi parte; pero sé que en ese momento te hablo desde mi dolor, mi herida. Ahí es donde actúas Tú. Con tu abrazo, con tus indicaciones, o simplemente desde el silencio. Porque he aprendido que cuando callas, estás trabajando en algo intangible que me beneficiará. Pero yo me vuelvo más impaciente si cabe.

En ocasiones aparece tu Madre que me dice: Mírame, yo tampoco entendía nada y guardaba todas las cosas en mi corazón.

¡Cuánto no soportaría Ella, siendo Luz!... Pero con su alma llena de Esperanza.

¡Cuántas veces la envías para que pise a la serpiente cuando nos asfixia demasiado!, y no lo vemos.

Jesús, que vuestros Corazones sean nuestro refugio donde podamos descansar en momentos de debilidad y agotamiento espiritual. Qué sepamos ver en ellos el ejemplo que necesitamos en nuestras vidas.


Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.

Inmaculado Corazón de María, sé la salvación del alma mía.


El Señor nos bendiga.

sábado, 21 de junio de 2025

Reflexionando un día cualquiera


 Me he atrevido a compartir una pequeña reflexión tras una experiencia que viví días atrás durante una celebración eucarística, la cual fue ofrecida por una persona que había fallecido.

El caso es que había más fieles de lo acostumbrado. No había que ser un lince para que me diera cuenta de que era una "misa de difuntos", máxime, cuando la mayoría no son asiduos a cultos.

Durante la homilía, los fieles se miraban y "aguantaban el chaparrón" pacientemente, quizás, sin entender muy bien lo que el sacerdote quería exponer.

Se levantaban y sentaban según hacían los que suelen ir a misa. Algo que suele ser normal en estos casos, y algo que entiendo perfectamente.

En la parte más importante, esto es, la Consagración, una persona se levantó y se dirigió hacia los bancos más próximos de los pies del templo para saludar a otra de forma muy efusiva.

Llegado el momento de la Comunión, el sacerdote abandonó el presbiterio para distribuir a Cristo sacramentado. En ese instante, se hizo un revuelo en los primeros bancos, pues muchos se acercaron a dar pésames. Abrazos, besos "sonados", murmullos, movimientos... se sucedían a escasos metros del sacerdote, incluso taponaban la fila de las personas que se acercaban a comulgar. Algunas personas, también en ese momento, salieron del templo.

He de suponer, ante el posible desconocimiento, que ambos grupos de personas, pensaron que la misa había finalizado.

El sacerdote siguió impartiendo la Comunión sin inmutarse. En otros casos, el sacerdote habría mandado callar con una regañina.

¿Cuál de las dos opciones es la más correcta a vuestro parecer? Entiendo que es una situación difícil de manejar.

Dicho esto, en el momento de la Consagración sólo se me venían unas palabras de Cristo mientras lo clavaban en la Cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y es que era justamente eso, en ese mismo instante, y la misma ignorancia.

Siempre hablo de la formación y la información. Muchos juzgan el comportamiento de estas personas, que hacen lo que pueden porque no saben lo que hacen ni dónde están. Sí, nos adelantamos a juzgar antes de tender la mano. Y lo hacemos todos. Yo el primero. Pero aquel día quizás estuviese más empático y pensé que posiblemente no habrían tenido la posibilidad que otros hemos tenido de recibir esa formación. Siempre queremos que se cumplan las normas, pero los que nos consideramos católicos y practicantes, somos los primeros en incumplirlas por diversas razones que no vienen al caso.

Si nos fijamos en quien debe ser nuestro ejemplo, el mismo Cristo, en ciertos momentos renuncia a esas normas para priorizar algo que siempre se nos olvida: acoger con amor. Jesús nunca pidió papeles en regla antes de amar. Su pedagogía fue el encuentro. La ternura.  Véanse los ejemplos de Zaqueo, la samaritana, el ciego Bartimeo… entre otros tantos.

Yo lo tengo muy claro. Puede que mi forma de ver las cosas sea totalmente diferente a la de la gran mayoría, pues por nuestras obras nos damos conocer. Las personas estamos para servir, no para mandar, por muchos cargos que queramos tener. El poder corrompe, y ¡los cargos son sinónimo de responsabilidad, no de poder! 

Lo único que tenemos que hacer es servir y amar. No hay más. Así de sencillo y de difícil a la vez.

En la Iglesia (los católicos) deberíamos ser acogedores, y predicar con nuestro ejemplo de amor, no de prepotencia. Cuando entendamos esto, quizá podamos avanzar como sociedad y como comunidad. Cuando entendamos esto, nuestro actuar servirá de ejemplo a otros, y dejará de ser un teatrillo barato y vacío que ahuyenta, más si cabe, a los alejados.

El Señor nos bendiga

jueves, 19 de junio de 2025

Corpus Christi 2025

Muchas personas buscan ser amadas, comprendidas, aceptadas e incluso deseadas.

Puede que hayan encontrado a esa persona que tenga y le dé lo que ansiaban: Amor. Pero también debemos darlo a los demás. 

¿Y Dios? ¿Cómo es nuestra relación con Él? ¿Hacemos por conocerle? 

Pienso que a veces nos comportamos con Dios, de la misma forma que hacemos con los demás. 

Somos tan egoístas que sólo acudimos a Él cuando necesitamos o buscamos algo. Si nos lo concede, pensamos que era si obligación y pocas veces agradecemos, dejándole cual pañuelo de papel usado. Si no nos lo concede, ya nos olvidamos hasta que nos volvamos a encontrar agobiados. 

Y Él... espera pacientemente en su infinita humildad y bondad, por si un día queremos volver. Día tras día. 

El amor a Dios, de la misma forma que deberíamos amar a los demás y, sobre todo a aquellos que tenemos más cerca como familia directa o pareja, debe ser sincero, profundo y transformador. Porque ese tipo de amor no requiere máscaras, falsedades, autoengaños y autosabotajes. Nos obliga a mostrar nuestras vulnerabilidades, tal cómo somos, con nuestras luces y sombras. Y eso... puede resultarnos incómodo, e incluso a veces, aterrador. 

Quizás algunos hemos ido construyendo una identidad basada en el miedo, estamos continuamente protegiéndonos, y huyendo porque no queremos volver a sufrir. ¡Ay, las heridas del alma que nos destrozaron en cada momento de nuestras vidas! Y huimos, buscamos refugio en el trabajo, ocio, amigos si los hay, e incluso en relaciones superficiales que nos pueden dar momentos de alegría o placer, pero no nos llenan, solo cubren vacíos temporales. Y aun así, lo preferimos, aunque en el fondo sigamos buscando eso que anhelamos.

Buscamos aprobación, huimos del qué dirán, nos sentimos observados, nos disfrazamos ocultando nuestra esencia a los demás, seguimos encerrados tras nuestro muro infranqueable, cada uno el suyo, porque todos al final, en mayor o menor medida, tememos o hemos podido temer el rechazo o cualquier otra herida. Pensamos que es mejor continuar así a experimentar el amor de verdad.

Aprendimos en la vida a reprimir nuestras emociones más auténticas, nuestras necesidades, y van pasando los días, semanas, meses, años... la vida entera, y no nos sentimos bien, o no tan bien como desearíamos, pero nos decimos a nosotros mismos que nos compensa. Incluso nos decimos cosas como "ahora no, quizás en un futuro". ¡Cómo si aquí estuviésemos a estar eternamente! y dejamos pasar esas oportunidades que se nos presentan de amar y ser amados.

La cuestión es que tenemos que conocernos y querernos a nosotros para poder amar a los demás. Eso, estoy aprendiendo, no es egoísmo. Es admitir cómo somos, reconociendo nuestras virtudes, y aceptando nuestras carencias, intentando superarlas y mejorarlas. Nadie nos puede salvar, más que nosotros mismos con la ayuda de Dios. El amor no es encontrar una persona que nos complete, es compartir con la otra persona nuestras luces y sombras, ayudándonos y cediendo mutuamente. El amor no sólo se encuentra, también se construye día a día. No es llenar vacíos mutuos, es un crecimiento de los dos, sintiéndose libre y a la vez siendo leales. No es poseer, no es miedo a perder independencia o libertad, ni a estar solos, no es buscar ser validados. Tampoco es dependencia y mucho menos interés de ningún tipo, repito, de ningún tipo. Es eliminar las capas que hemos ido creando y que nos han impedido ser nosotros mismos. No es encontrar a la persona perfecta, es encontrar a la persona con la que puedas evolucionar y descubrirnos con paciencia, sabiendo esperar, apoyando, aportando y siempre respetando, nunca eliminando más que lo que nos perjudica.

Eso no quiere decir que todo sea bonito, también hay encontronazos, dolor, y redirección que escuece, pero todo es para nuestro crecimiento. No es una lucha constante por trasformar al otro, es aceptación, porque cada uno necesita sus tiempos, tiene libertad, y por supuesto, su forma de ser, lo que nos hace únicos.

A veces, ante distintas situaciones, no necesitamos correr, necesitamos rezar y que Dios nos dirija.

Y ahí está el centro de todo: Dios. Volvemos a Dios y comprobamos que nos comportamos con Él de la misma forma.

Sin embargo, Él nos conoce mejor que nosotros, sabe nuestro pasado, presente y futuro. Si debemos confiar en nuestra pareja, o familia, cuánto más debemos hacerlo en Dios.

Pero no, lo tenemos olvidado, huimos de Él porque nos puede pedir un compromiso que no queremos dar, lo rechazamos, lo abandonamos... pero cuando nos vemos ahogados es cuando lanzamos un grito al cielo y decimos que Él no está. Pero Él está porque es fiel, porque respeta al máximo, porque nos acompaña siempre (a pesar de que nosotros a Él, no), porque nos ama de verdad de la forma más sincera, dulce, grandiosa, paternal y fraternal que podamos imaginar.

Vivimos en la sociedad de la inmediatez y eso, de la misma manera que hacemos con las personas, sobre todo con las que amamos, le pedimos a Dios que sea con nosotros. Queremos milagros ya. Pero como no lo tratamos, no lo conocemos y, por tanto, ignoramos o se nos olvida que sus tiempos no son nuestros tiempos. Esos tiempos de Dios que se nos hacen eternos, porque las pruebas son eso, pruebas que debemos superar para seguir creciendo. 

Este domingo Él saldrá a la calle. Sí, con su Cuerpo sacramentado, pero será Él. Podemos decir que es la procesión de las procesiones. El mismo Dios estará presente, pasará delante de nosotros o, en el mejor de los casos, estaremos a su lado.

¿Estamos dispuestos a ir a su encuentro, a acompañarlo, a hablar con Él, a quererlo, a darle gracias y a pedirle ayuda o consejos? ¿Estamos dispuestos a creer en Él, o seremos tan desagradecidos como siempre? ¿Iremos de corazón con el alma puesta en su presencia, o volveremos a intentar lucirnos de forma estúpida, absurda y vacía? ¿Le daremos lo mejor de nosotros mismos, o volveremos a darle, como mucho, migajas que nos sobran? ¿Confiaremos en Él? 

Piensa que normalmente le damos menos de lo que hacemos por los demás y recibimos de ellos, que ya es bien poco. Pero luego le exigiremos.

Aprovechemos este día de tanto AMOR para que Él transforme nuestro corazón endurecido, herido, insensible y convierta nuestro lamento en baile, nuestro luto en alegría, y así podamos dar ese amor a los demás y a Él. Por que Él, es el verdadero, el único Amor entre todos los amores.


El Señor nos bendiga.