jueves, 19 de junio de 2025

Corpus Christi 2025

Muchas personas buscan ser amadas, comprendidas, aceptadas e incluso deseadas.

Puede que hayan encontrado a esa persona que tenga y le dé lo que ansiaban: Amor. Pero también debemos darlo a los demás. 

¿Y Dios? ¿Cómo es nuestra relación con Él? ¿Hacemos por conocerle? 

Pienso que a veces nos comportamos con Dios, de la misma forma que hacemos con los demás. 

Somos tan egoístas que sólo acudimos a Él cuando necesitamos o buscamos algo. Si nos lo concede, pensamos que era si obligación y pocas veces agradecemos, dejándole cual pañuelo de papel usado. Si no nos lo concede, ya nos olvidamos hasta que nos volvamos a encontrar agobiados. 

Y Él... espera pacientemente en su infinita humildad y bondad, por si un día queremos volver. Día tras día. 

El amor a Dios, de la misma forma que deberíamos amar a los demás y, sobre todo a aquellos que tenemos más cerca como familia directa o pareja, debe ser sincero, profundo y transformador. Porque ese tipo de amor no requiere máscaras, falsedades, autoengaños y autosabotajes. Nos obliga a mostrar nuestras vulnerabilidades, tal cómo somos, con nuestras luces y sombras. Y eso... puede resultarnos incómodo, e incluso a veces, aterrador. 

Quizás algunos hemos ido construyendo una identidad basada en el miedo, estamos continuamente protegiéndonos, y huyendo porque no queremos volver a sufrir. ¡Ay, las heridas del alma que nos destrozaron en cada momento de nuestras vidas! Y huimos, buscamos refugio en el trabajo, ocio, amigos si los hay, e incluso en relaciones superficiales que nos pueden dar momentos de alegría o placer, pero no nos llenan, solo cubren vacíos temporales. Y aun así, lo preferimos, aunque en el fondo sigamos buscando eso que anhelamos.

Buscamos aprobación, huimos del qué dirán, nos sentimos observados, nos disfrazamos ocultando nuestra esencia a los demás, seguimos encerrados tras nuestro muro infranqueable, cada uno el suyo, porque todos al final, en mayor o menor medida, tememos o hemos podido temer el rechazo o cualquier otra herida. Pensamos que es mejor continuar así a experimentar el amor de verdad.

Aprendimos en la vida a reprimir nuestras emociones más auténticas, nuestras necesidades, y van pasando los días, semanas, meses, años... la vida entera, y no nos sentimos bien, o no tan bien como desearíamos, pero nos decimos a nosotros mismos que nos compensa. Incluso nos decimos cosas como "ahora no, quizás en un futuro". ¡Cómo si aquí estuviésemos a estar eternamente! y dejamos pasar esas oportunidades que se nos presentan de amar y ser amados.

La cuestión es que tenemos que conocernos y querernos a nosotros para poder amar a los demás. Eso, estoy aprendiendo, no es egoísmo. Es admitir cómo somos, reconociendo nuestras virtudes, y aceptando nuestras carencias, intentando superarlas y mejorarlas. Nadie nos puede salvar, más que nosotros mismos con la ayuda de Dios. El amor no es encontrar una persona que nos complete, es compartir con la otra persona nuestras luces y sombras, ayudándonos y cediendo mutuamente. El amor no sólo se encuentra, también se construye día a día. No es llenar vacíos mutuos, es un crecimiento de los dos, sintiéndose libre y a la vez siendo leales. No es poseer, no es miedo a perder independencia o libertad, ni a estar solos, no es buscar ser validados. Tampoco es dependencia y mucho menos interés de ningún tipo, repito, de ningún tipo. Es eliminar las capas que hemos ido creando y que nos han impedido ser nosotros mismos. No es encontrar a la persona perfecta, es encontrar a la persona con la que puedas evolucionar y descubrirnos con paciencia, sabiendo esperar, apoyando, aportando y siempre respetando, nunca eliminando más que lo que nos perjudica.

Eso no quiere decir que todo sea bonito, también hay encontronazos, dolor, y redirección que escuece, pero todo es para nuestro crecimiento. No es una lucha constante por trasformar al otro, es aceptación, porque cada uno necesita sus tiempos, tiene libertad, y por supuesto, su forma de ser, lo que nos hace únicos.

A veces, ante distintas situaciones, no necesitamos correr, necesitamos rezar y que Dios nos dirija.

Y ahí está el centro de todo: Dios. Volvemos a Dios y comprobamos que nos comportamos con Él de la misma forma.

Sin embargo, Él nos conoce mejor que nosotros, sabe nuestro pasado, presente y futuro. Si debemos confiar en nuestra pareja, o familia, cuánto más debemos hacerlo en Dios.

Pero no, lo tenemos olvidado, huimos de Él porque nos puede pedir un compromiso que no queremos dar, lo rechazamos, lo abandonamos... pero cuando nos vemos ahogados es cuando lanzamos un grito al cielo y decimos que Él no está. Pero Él está porque es fiel, porque respeta al máximo, porque nos acompaña siempre (a pesar de que nosotros a Él, no), porque nos ama de verdad de la forma más sincera, dulce, grandiosa, paternal y fraternal que podamos imaginar.

Vivimos en la sociedad de la inmediatez y eso, de la misma manera que hacemos con las personas, sobre todo con las que amamos, le pedimos a Dios que sea con nosotros. Queremos milagros ya. Pero como no lo tratamos, no lo conocemos y, por tanto, ignoramos o se nos olvida que sus tiempos no son nuestros tiempos. Esos tiempos de Dios que se nos hacen eternos, porque las pruebas son eso, pruebas que debemos superar para seguir creciendo. 

Este domingo Él saldrá a la calle. Sí, con su Cuerpo sacramentado, pero será Él. Podemos decir que es la procesión de las procesiones. El mismo Dios estará presente, pasará delante de nosotros o, en el mejor de los casos, estaremos a su lado.

¿Estamos dispuestos a ir a su encuentro, a acompañarlo, a hablar con Él, a quererlo, a darle gracias y a pedirle ayuda o consejos? ¿Estamos dispuestos a creer en Él, o seremos tan desagradecidos como siempre? ¿Iremos de corazón con el alma puesta en su presencia, o volveremos a intentar lucirnos de forma estúpida, absurda y vacía? ¿Le daremos lo mejor de nosotros mismos, o volveremos a darle, como mucho, migajas que nos sobran? ¿Confiaremos en Él? 

Piensa que normalmente le damos menos de lo que hacemos por los demás y recibimos de ellos, que ya es bien poco. Pero luego le exigiremos.

Aprovechemos este día de tanto AMOR para que Él transforme nuestro corazón endurecido, herido, insensible y convierta nuestro lamento en baile, nuestro luto en alegría, y así podamos dar ese amor a los demás y a Él. Por que Él, es el verdadero, el único Amor entre todos los amores.


El Señor nos bendiga.

No hay comentarios: