Me he atrevido a compartir una pequeña reflexión tras una experiencia que viví días atrás durante una celebración eucarística, la cual fue ofrecida por una persona que había fallecido.
El caso es que había más fieles
de lo acostumbrado. No había que ser un lince para que me diera cuenta de que
era una "misa de difuntos", máxime, cuando la mayoría no son asiduos
a cultos.
Durante la homilía, los fieles se
miraban y "aguantaban el chaparrón" pacientemente, quizás, sin
entender muy bien lo que el sacerdote quería exponer.
Se levantaban y sentaban según hacían
los que suelen ir a misa. Algo que suele ser normal en estos casos, y algo que
entiendo perfectamente.
En la parte más importante, esto
es, la Consagración, una persona se levantó y se dirigió hacia los bancos más próximos
de los pies del templo para saludar a otra de forma muy efusiva.
Llegado el momento de la
Comunión, el sacerdote abandonó el presbiterio para distribuir a Cristo
sacramentado. En ese instante, se hizo un revuelo en los primeros bancos, pues
muchos se acercaron a dar pésames. Abrazos, besos "sonados",
murmullos, movimientos... se sucedían a escasos metros del sacerdote, incluso
taponaban la fila de las personas que se acercaban a comulgar. Algunas personas,
también en ese momento, salieron del templo.
He de suponer, ante el posible desconocimiento,
que ambos grupos de personas, pensaron que la misa había finalizado.
El sacerdote siguió impartiendo
la Comunión sin inmutarse. En otros casos, el sacerdote habría mandado callar
con una regañina.
¿Cuál de las dos opciones es la
más correcta a vuestro parecer? Entiendo que es una situación difícil de
manejar.
Dicho esto, en el momento de la
Consagración sólo se me venían unas palabras de Cristo mientras lo clavaban en
la Cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y es que
era justamente eso, en ese mismo instante, y la misma ignorancia.
Siempre hablo de la formación y
la información. Muchos juzgan el comportamiento de estas personas, que hacen lo
que pueden porque no saben lo que hacen ni dónde están. Sí, nos adelantamos a
juzgar antes de tender la mano. Y lo hacemos todos. Yo el primero. Pero aquel
día quizás estuviese más empático y pensé que posiblemente no habrían tenido la
posibilidad que otros hemos tenido de recibir esa formación. Siempre queremos
que se cumplan las normas, pero los que nos consideramos católicos y practicantes,
somos los primeros en incumplirlas por diversas razones que no vienen al caso.
Si nos fijamos en quien debe ser
nuestro ejemplo, el mismo Cristo, en ciertos momentos renuncia a esas normas
para priorizar algo que siempre se nos olvida: acoger con amor. Jesús nunca
pidió papeles en regla antes de amar. Su pedagogía fue el encuentro. La
ternura. Véanse los ejemplos de Zaqueo,
la samaritana, el ciego Bartimeo… entre otros tantos.
Yo lo tengo muy claro. Puede que
mi forma de ver las cosas sea totalmente diferente a la de la gran mayoría,
pues por nuestras obras nos damos conocer. Las personas estamos para servir, no
para mandar, por muchos cargos que queramos tener. El poder corrompe, y ¡los
cargos son sinónimo de responsabilidad, no de poder!
Lo único que tenemos que hacer es
servir y amar. No hay más. Así de sencillo y de difícil a la vez.
En la Iglesia (los católicos) deberíamos
ser acogedores, y predicar con nuestro ejemplo de amor, no de prepotencia.
Cuando entendamos esto, quizá podamos avanzar como sociedad y como comunidad.
Cuando entendamos esto, nuestro actuar servirá de ejemplo a otros, y dejará de
ser un teatrillo barato y vacío que ahuyenta, más si cabe, a los alejados.
El Señor nos bendiga
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