sábado, 20 de diciembre de 2025

Navidad: Volver al pesebre


Cuando era pequeño me encantaba la Navidad. Fui creciendo, y seguía gustándome, pero ya empezaba a entender algunas cosas y la inocencia iba desapareciendo.

Con los años, más que dejar de gustarme. Y cada diciembre se me hace un poco más cuesta arriba: La vida ha cambiado mucho. Siento la falta de esos seres queridos que traspasaron su línea de meta, otras personas que quiero se fueron, otras se borraron sin ruido, otras con mucho ruido,… supongo que es ley de vida. Pero lo que veo con más claridad es la incongruencia con la que somos capaces de vivir estos días.

Hay partes de mi antiguo yo que ya no existen. Otras están desapareciendo. Y, sin embargo, siento que emerge alguien más auténtico. Ni mejor ni peor: distinto. Quizás por eso repito tanto una frase que me acompaña últimamente: “Todo es mentira”. No como un lamento, sino como una constatación de que lo esencial se ha ido cubriendo de capas.

Las ciudades se llenan de luces con ánimo de alegrar e incitar a comprar. En unas más que en otras, porque hay localidades que más que alegrar, entristecen mucho, pero eso es otra historia que no viene al caso.

Los escaparates de las tiendas se llenan de color y de artículos con ornamentación “navideña”: luces, elementos alusivos al frío, nieve falsa, algún elfo o Papa Noel; colores rojos, verdes y dorados, cajas envueltas en papel de regalo con lazos gigantescos, dulces típicos de la fecha, guirnaldas, renos, balcones con reyes magos colgando, osos, bastoncitos de caramelos… y un sinfín de objetos que nos avisan, cada año más temprano, que se acercan unas fiestas que hay que celebrar. Como si la estética bastara para sustituir el sentido.

La hostelería prepara las despensas para las comilonas, las copas fluyen entre el gentío que se aglomera en la calle para beber y “pasarlo bien”, o esa es la intención. Y mientras tanto, repetimos mensajes vacíos, reenviamos felicitaciones impersonales y nos ponemos la mejor máscara para cumplir con el guion.

Hay un mensaje entre los cristianos que se nos olvida: Recordar que Jesús nació para traernos la salvación que se culminará con su Pasión, Muerte y Resurrección en la cruz.

No celebramos el cumpleaños de Cristo. Conmemoramos su nacimiento. Es una fiesta teológica, no exactamente biográfica, pues ni siquiera es probable que naciera el 25 de diciembre. Quizás la fecha más aproximada sería entre septiembre y octubre. La simbología de poner esa fecha para celebrar la Navidad, es porque en el solsticio los días empiezan a ser más largos, y nosotros celebramos que la Luz resplandece entre las tinieblas, es decir, Cristo es la Luz que nace para alumbrar el mundo, oscuro por estar en pecado.

Cristo, el mismo Dios, según cuentan los evangelios, nace, y su Madre lo envuelve en pañales y es acostado en un pesebre. Es decir, el Rey de reyes, pudiendo nacer donde quisiera, en el mejor palacio, con las mayores comodidades, nace de la forma más humilde y pobre: rodeado de animales, entre paja, excrementos y un cajón que hace de cuna. Sus primeros visitantes no fueron familiares y amigos, sino unos pastores que vivían por allí cerca y, más tarde, unos magos de oriente. Ignoramos cuántos eran éstos, si eran reyes, o de qué lugar de oriente procedían.

Sólo y desnudo, únicamente acompañado por su Madre y su padre en esta tierra. Así, de la misma forma murió. Desnudo y con su Madre al lado.

Adoración de los pastores. Hacia 1650. Murillo.

Si vemos diferentes representaciones de su natividad, basadas en su inmensa mayoría en los evangelios sinópticos, vemos reflejada esa pobreza. En obras por ejemplo, de Murillo o Caravaggio, podemos observar cómo esa escasez material se aprecia incluso en los pastores que van a adorarlo: ropa con remiendos o pies sucios por no disponer de calzado. Pero lo que suele ser un denominador común, es que la Luz procede del Niño.

Caravaggio lo muestra con crudeza. Murillo, con dulzura. Pero ambos coinciden en lo esencial: la encarnación ocurre en lo real, no en lo maquillado.

Adoración de los pastores. 1609. Caravaggio.

Estos artistas nos hacen ver que Dios entra en la realidad de cada uno de nosotros tal cual somos de verdad. Sin tapujos.

Así es nuestro interior. Sucio y roto por el pecado. Sin embargo, acudimos a Él porque es el único que puede sanar ese interior. Lo externo, es lo de menos. Jesús mismo nos lo dejó claro con su vida ejemplar.

Y nosotros, ¿qué hacemos? Comemos estos días mayoritariamente de forma más “especial” hasta reventar, porque es Navidad. Hacemos regalos estos días, con incontables compras, a veces innecesarias, porque es Navidad. Nos reunimos con amigos o familiares porque queremos, pero también porque toca, por interés, porque es Navidad. El resto del año nos podemos olvidar de todo eso, pero estos días… ponemos nuestra mejor máscara, las sonrisas más falsas, el amor camuflado de regalos (porque compramos así el amor).

Engalanamos todo de forma exagerada, ¿para qué? Mucha simbología, pero ¿para qué? Si en realidad es mentira, no lo sentimos, no lo vivimos, no lo practicamos ni en estos días de obligado cumplimiento.

Ostentación, cuanta más mejor, frente a la pobreza del pesebre.

Regalos, cuantos más mejor, frente al Amor con mayúsculas.

Máscaras encaladas en nuestro ser, frente a la Verdad personificada.

¿Qué estamos haciendo? Justamente lo contrario a lo que Jesús nos enseñó.

Que sí, que muchos dirán que hay que estar alegres porque Cristo nace en nuestros corazones y bla, bla, bla… verborrea barata que se contradice con nuestros comportamientos. Porque Cristo nace en nuestro corazón cualquier día del año. Es más, normalmente, cuando menos lo esperamos, aparece Él. Precisamente en estas fechas es más difícil, no que venga, sino que lo dejemos entrar, porque estamos llenos de materialismo, consumismo, apariencias y vanidades.

“Por sus obras los conoceréis”.

No vale con decir palabras bonitas, pero incongruentes y carentes de sentimientos.

No vale con decir que creemos en Dios, porque quizás, quien más crea en Dios, es el mismo Satanás.

Hay que poner en práctica (yo el primero) lo que Él nos enseñó. Y eso no significa ir con ropas raídas por la calle y con cara de pena. NO. Precisamente seríamos igual de incongruentes que ir con la cara alegre y con las mejores galas sin saber lo que estamos viviendo. Se trata de coherencia. De preguntarnos si lo que hacemos refleja lo que decimos. De reconocer que Cristo (si uno cree en Él) no nace en el ruido, sino en el silencio. No en la abundancia, sino en la humildad. No en la apariencia, sino en la verdad.

Pero es más fácil y cómodo dejarnos llevar por el mensaje cultural y consumista, ya que nos atrae más.

Y en medio de ese circo, hemos coronado como rey de la Navidad a un personaje que no tiene nada que ver con ella. Santa Claus.

San Nicolás existió, pero no como lo conocemos o la idea que tenemos de él. Fue un obispo griego del siglo IV que vivió en Turquía. Ni en Finlandia, ni en el Polo Norte, ni rodeado de renos. San Nicolás, se convirtió en Santa Claus. Unos dicen que procede de una celebración de Sinterklaas, en Bélgica y Países bajos en el siglo XVI. Otros de la deformación de pronunciar San Nicolás. Pero el que conocemos actualmente, que también llamamos Papa Noel, es el invento comercial de una empresa de frío (Lomen Company) que, para hacer su publicidad, le interesó decir que viene del Polo Norte. Posteriormente Coca Cola se hace con los derechos del personaje, lo puso barrigudo, y lo vistió de rojo, no porque simbolice el amor, sino porque es el color de la marca. 

Hoy, Santa Claus es más importante que el pesebre. Más aceptado. Más cómodo. Más rentable. Él se ha convertido en más protagonista que el mismo Dios. Y eso lo dice todo.

Todo esto nos va envolviendo, igual que los villancicos que proceden de Estados Unidos, y olvidamos el verdadero mensaje y sentido de lo que celebramos. Repito, lo camuflamos con palabras bonitas de cara al exterior, pero lo vivimos en modo despilfarro, algunos de maneras más exageradas que otros, dando qué hablar, provocando juicios, y a veces incluso escandalizando con nuestro mal ejemplo. Todo por sobresalir y ser más que los demás.

La tradición de poner y vivir el Belén se está perdiendo. No ha desaparecido, pero es evidente su decadencia. Nos avergonzamos porque es políticamente incorrecto, porque vivimos en una sociedad laica, aunque también, supuestamente libre, al menos hasta la fecha. Es decir, de alguna manera, nos avergonzamos de Cristo porque no está moda, y nosotros vivimos del postureo vacío.

Vamos dejando de decir “feliz Navidad” y lo sustituimos por “felices fiestas”, por temor a que pueda incomodar.

Hay una frase que pienso a menudo; vale para todo y, por supuesto, para este caso también, y os la comparto: El miedo nos priva de la libertad.

Desde mi punto de vista (habrá quien opine lo contrario y las dos deben ser posturas respetables), la sociedad corre detrás de modas que nos llevan a las prisas, a lo efímero, a lo material, a lo irreal, a hacernos daño, a buscar nuestro interés personal… y no sabemos ni queremos aprender a amar, ni a sentir de verdad. Cristo no vino para decirnos que la felicidad está en lo material. De hecho, nos dijo que no podíamos adorar a Dios y al dinero. En estos días, hacemos mal uso de todo, porque nos desbordamos con todo, pero todo lo material. Y si nos da por querer, sólo queremos estos días. ¿De verdad? Amar no es un acto puntual. Amar es un hábito cotidiano, un trabajo constante. Una forma de estar en el mundo. Si únicamente lo ejercemos en diciembre, también es mentira.

Esto me da para escribir un pequeño libro, pero no te cansaré pues, además, también cuento con un condicionante: cada vez se lee menos.

No. No soy “anti-Navidad”. Me gusta la Navidad. Pero no puedo vivirla desde la obligación ni desde el decorado. Si Dios no impone nada y nos hizo libres, hasta para cumplir sus mandamientos, ¿por qué nos vemos obligados a entrar por un aro, ancho y atractivo, pero que algunas personas vemos totalmente vacío?

Quizás esté equivocado. Quizás no vea con claridad. Pero sí sé una cosa: Hemos ido alejando la Navidad del lugar donde Dios eligió nacer. Pero aún podemos dejar de mirar hacia otro lado y reconocer, en nuestro interior, en qué la estamos convirtiendo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo,amigo Rafa