Sagrada Familia.
Gérard Edelinck. 1704. Biblioteca
Nacional de España. |
Padre, Hijo y Espíritu Santo: Un solo Dios en Tres Personas.
Jesús, María y José, reflejo de la Trinidad Beatísima en la
tierra: Una Familia en Tres Personas.
Los Mandamientos antes del primero dedicado a la Familia son
Tres, porque el Tres es el número de la perfección. Hay que amar a Dios sobre
todas las cosas, no mencionar el Nombre de Dios en vano, y santificar las
fiestas, pero después de esto, lo más importante es honrar a tu padre y a tu
madre. Después de Dios que debe ser lo primordial en nuestras vidas, está la
Familia.
La Sagrada Familia, a quien hoy dedicamos el día, es ejemplo
para nosotros de amor, humildad, obediencia, unidad… ejemplo de Familia.
La sociedad actual, con su verborrea barata, tiene
totalmente devaluada a la Familia y, siendo ésta el centro neurálgico,
desatendido y sin cimentación, hace que la propia sociedad se devalúe. Es la
pescadilla que se muerde la cola. ¿Cuántas veces hemos dicho u oído que el
mundo de hoy está muy mal? ¿No será que la Familia como tal es casi inexistente?
Muchos piensan e incluso llegan a asemejar el término familia con algo antiguo
o de beatos, y no contentos con eso, utilizan los vocablos en sentido
despectivos.
La Familia no es cosas de viejos, no es cosa de otra época
pasada. La Familia es, debe y tiene que ser actualidad constante.
Independientemente del estatus social, cultura, edad… el centro del mundo
radica en los padres y los hijos, con amor mutuo, respeto, obediencia, ayudas,
desprendimiento, servicio, humildad… Si esto existiera en cada familia del
mundo, éste sería distinto y, ni que decir tiene, que mejor.
Padres que se pelean entre sí llegando incluso a cometer
asesinatos, hijos que insultan a sus padres o los mata porque “les molestan”,
gritos, iras… Si esto sucede en miles de familias, ¿cómo vamos a pretender la
paz universal? Si somos incapaces de tener la paz en casa, no podremos jamás
conseguir algo superior. Por tanto, hemos de trabajar y cuidar lo que tenemos,
porque la Familia es lo más sagrado. ¿El problema? Que no aceptamos a Dios en
nuestras vidas y si lo hacemos, es de palabra y para aparentar externamente lo
que no tenemos de verdad, pero no de obras. Y para que exista una Familia de
verdad, con todo lo que conlleva, es imprescindible la presencia en medio de
ella de Dios.
Todo tiene sentido aunque nos cueste reconocerlo. Sin Dios
no podemos nada, con Él todo lo podemos. Si Dios no está con nosotros, estará
el enemigo. A él le gusta crear polémica, enfados, y se alegra con nuestro
pecado. En cambio Dios quiere amor, unidad, y se entristece con nuestro pecado.
Por tanto, si dejamos fuera de la Familia a Dios, el que une en el Amor, nunca
podremos tener esa ansiada Paz. Y si no la tenemos nosotros, no podemos
llevarla a los demás. Y si no la llevamos a los demás, y los demás están como
nosotros, es cuando surge el caos en el que estamos inmersos. Porque desde el
origen, y podemos leerlo en las primeras palabras del libro del Génesis: “La
tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de
Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn. 1, 2). Es decir, hasta que Dios no
puso orden en la Creación, todo era caos, oscuridad, y así será nuestra Familia
si no dejamos que sea Dios el que ponga orden, nos una y nos traiga su Paz.
Dios envió a la tierra a su Hijo, el Rey de reyes, el más
Grande, y nació en un establo. El rostro visible de Dios invisible nace de la
forma más pobre y humilde, rodeado de animales y estiércol para traernos su
Paz, su Amor. Y su vida será siempre de servicio y entrega por ti, por mí, por
todas las personas sin excepción. Y nosotros, ¿qué hacemos? Buscamos riquezas,
queremos llevar siempre la razón, nos creemos mejores que los demás…
María y José ayudaron a Jesús a ir creciendo, ellos sólo
querían lo mejor para Él, y le dieron todo lo que estaba en su manos. Con ellos
fue descubriendo quien era desde su parte humana, ya que Él lo sabía todo como
Dios. Y así los padres hacen con nosotros, y nosotros como padres hacer con
nuestros hijos. Pero nosotros como hijos debemos ser obedientes a nuestros padres,
y nuestros hijos deben serlo con nosotros, pero siempre desde el amor, no se
trata de imponer nuestra ley, sino de que sea Dios el que esté entre nosotros y
una la relación padres-hijos, como hizo con María, José y Jesús.
En la actualidad las personas nos “estorbamos” unos a otros;
y me explico. Nos hemos vuelto sumamente egoístas por la falta de amor. ¿Qué me
he quedado embarazada y no me apetece ahora tener un hijo porque soy joven y
tengo que “vivir la vida”? Pues mato al bebé, le quito la vida a él, y lo camuflo con la palabra aborto
o lo que es peor, interrupción del embarazo. ¿Qué tengo un familiar con una
enfermedad o es disminuido físico, necesita tiempo para atenderlo y me lo tengo
que quitar de mi disfrute personal? Pues lo mato, le quito la vida a él y lo camuflo con el vocablo
eutanasia, porque “se merece una muerte digna”. Jesús y María acompañaron a San José cuidándolo y atendiéndolo, hasta que Dios se lo llevó. María veía cómo su Hijo sufrió
la pasión y muerte, y estuvo a su lado acompañándolo hasta el final. ¿Quiénes
somos nosotros para privar de la vida a nuestros familiares? Quizás algún día
nos maten porque nosotros seamos los que “molestamos”. ¿Qué poder tenemos nosotros
para no llevar a cabo el plan de salvación de Dios? Las cosas pasan por un fin
que no sabemos ni entendemos, pero vienen de Dios y por tanto, debemos fiarnos
de nuestro Padre porque será lo mejor y lo más perfecto que nos pueda pasar. No
es fácil, pero en el esfuerzo es donde nos fortalecemos todos, en eso cosiste
la unidad fraternal.
Ojalá nos dejemos llevar del modelo por excelencia que nos
dio y sigue dando la Sagrada Familia, y lo sepamos llevar a la práctica como
padres y como hijos.
El Señor nos bendiga.