Destrucción del Templo de Jerusalén. Francesco Hayez, 1867 |
El Evangelio de este domingo (Lc. 25, 5-19) puede alarmarnos y atemorizarnos. Cuando lo leemos rápidamente podemos pensar: esto es lo que está sucediendo. En cierto modo, es lógico pensarlo pues, informativos en televisión, noticias en radio, prensa y redes sociales nos hablan constantemente de terremotos, huracanes, incendios, guerras, violencia en las calles y en las propias casas, invasiones de algas o insectos... Por otro lado vemos el odio reinante en el mundo, sin irnos lejos, echamos la vista a nuestro alrededor y comprobamos la existencia de familias enfrentadas (empezando por las nuestras), miembros de grupos parroquiales que luchan por tener un poder incongruente, políticos que lejos de ayudar al ciudadano su lucha diaria es su bien personal, países que se enfrentan por tener más que otros... Al final todo se reduce a lo mismo: Dinero y poder, el gran destructor de la humanidad que genera soberbia, envidia y rencor.
De una manera u otra, todo el que quiera sobresalir y que los demás le "adoren", son falsos profetas que vienen a decirnos con otras palabras "yo soy". Algunos incluso osan a predecir acontecimientos, unos inventados, otros del lado del diablo, y al final ninguno es cierto, pues Cristo es la única Verdad.
No nos agobiemos con la destrucción del Templo de Jerusalén, pues el hecho ya se produjo en el año 70 d.C. No nos preocupemos por lo malo que está por venir, que no nos importe el cuándo, sino estar preparados siempre, porque no sabemos el día ni la hora. Cabe la posibilidad que nos dé por pensar que el Templo es la Iglesia. Pero a la Iglesia le pueden salir grietas, puede sufrir desprendimientos de
elementos decorativos, ventanas, roturas de gárgolas, de techumbre... Puede tener alguna rehabilitación u obras para su mejor conservación... pero jamás se caerá, pues pese a estar formada por hombres, los pilares, la base donde está cimentada, es Cristo, su creador. Y por mucho que se intente la Verdad siempre vence a la mentira, la Luz siempre prevalecerá ante las tinieblas, el Amor siempre estará por encima del odio. Como dijo el Papa Juan Pablo II: Dios, siempre puede más.
Es cierto que la Palabra de Dios es dura y nos puede llegar a asustar. Sin embargo, leamos atentamente porque Jesús nos dice que se alzará pueblo sobre pueblo, reino contra reino... y esto servirá de ocasión para dar testimonio. Es decir, no tengamos miedo de dar ejemplo con nuestro día a día, que Dios sea lo primero y lo último. En la actualidad los católicos estamos mal vistos, y la sociedad cada vez nos pone más difícil seguir a Cristo libremente, por eso tenemos una oportunidad de oro para gritar a los cuatro vientos, que somos de Dios.
Después de la parte más inquietante del Evangelio, viene la parte dulce y confortadora, en la que el Señor nos recomienda que no preparemos nuestra defensa, pues a ninguno de los que estén con Él, el adversario podrá hacer nada.
Por eso pedimos el discernimiento que necesitamos para distinguir a los falsos profetas que quieren hacerse con nuestras almas. Por eso oremos a Dios para que no nos apartemos de Él, que nos mire con su infinita Misericordia y no nos deje caer en el abismo.
Oremos; oremos porque con nuestra perseverancia salvaremos nuestras almas.
El Señor nos bendiga.
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