Detalle de La Visión de San Antonio de Padua. 1656. Murillo. Capilla Bautismal de la Catedral de Sevilla. |
Aunque pueda parecer algo complicada o enrevesada, resulta muy interesante la enseñanza que nos trae el Señor a través de su Palabra (Lc. 20, 27-40) en este domingo. Y es que, estando en el mes en que la Iglesia dedica a los difuntos, nos llega la resurrección vestida de verde Esperanza.
Antes de seguir, hay que hacer un apunte relativo a los saduceos, aquellos que se acercan a Jesús con ánimo de burlarse de Él, y es que eran una élite aristocrática de latifundios y comerciantes, que no creían en la resurrección. Para ellos el reino mesiánico era el que vivía, rodeados de bienestar. Creían que Dios retribuía a los que seguían la ley con riquezas, y castigaba con pobrezas a los que obraban mal.
Dicho esto, es lógico que se acerquen a intentar ridiculizarlo cuestionando la resurrección con casos ficticios. Sin embargo Jesús, paciente y amable, les explica que la vida terrena no tiene nada que ver con la verdadera vida. Continúa demostrándole que ya en tiempos de Moisés se habla de la resurrección, haciendo alusión al episodio de las Sagradas Escrituras de "la zarza ardiendo". Y concluye magistralmente diciéndoles: No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven.
Sin embargo podemos ser como los saduceos y pensar qué sentido tiene el matrimonio después de la muerte. Es lógico en cierta medida, pues pensamos como humanos. En el matrimonio ambos cónyuges se unen por amor, intentan hacerse feliz el uno al otro, se complementan, e incluso se acercan mutuamente a Dios, que es el que está, o debe estar en el centro de sus vidas. Hombre y mujer se casan, forman una familia, tienen hijos y se integran en la sociedad. Estos son los fines del matrimonio en esta vida terrenal y el propósito de Dios para con ellos. Sin embargo, aquellos que sean dignos de tener parte en aquel mundo, es decir, aquellos que en función de la vida que hayan tenido, puedan gozar del Paraíso después de su muerte, ya no podrán morir, ya no podrán cometer pecados y serán como ángeles. Ese nexo de matrimonio que nosotros tenemos aquí, será distinto, pero no quiere decir que se destruya al morir, todo lo contrario, será pleno, pues no será una unión únicamente conyugal, personal y sexual. A pesar de que, según Jesús, el matrimonio será irrelevante, la unión será completa, pues se gozará de la autentica Común-Unión de los santos.
Que el Señor, a través de su Madre, la que siempre intercede por nosotros ante Él, nos ayude a creer en la resurrección, y a entender que la felicidad que podamos tener en esta vida, por mucho que pensemos a veces que ya no podemos ser más feliz porque tengamos nuestras necesidades cubiertas, amor... sólo será una mínima e inapreciable parte, si la comparamos con la Vida que tendremos a su lado y en compañía de los santos y ángeles de Dios. Que nunca perdamos la Esperanza de la resurrección y el reencuentro con nuestro Creador.
El Señor nos bendiga.
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