Oratorio de la Santa Cueva. Capilla Baja. Cádiz. 📷 Autor. |
La ciudad de Cádiz esconde muchas
joyas y, una de ellas, es el Oratorio de la Santa Cueva. Un lugar que podemos
decir, pasa inadvertido al viandante, pues su arquitectura civil, tan sólo rota
por un retablo hornacina con una copia
de una pintura de Nuestra Señora del
Refugio (el original, después de muchos años expuesta en este lugar, se
conserva en el interior del edificio), obra de Franz Riedmayer (1796) y dos vitrinas de
exvotos, apenas dejan imaginar la maravilla que encontraremos si nos
adentramos. Tanto si vivís en Cádiz como si vais de visita, no dudéis en
contactar con ArtGest, y podréis conocer de su mano el asombroso, misterioso e
impactante templo.
No me voy a exceder en su
descripción, pero sí quiero destacar que dicho oratorio tiene dos capillas,
denominadas baja y alta. La Capilla Baja es un espacio sobrio, sin decoración
alguna, sombrío a excepción de una luz cenital que entra por la linterna en el presbiterio, lugar que alberga el único
elemento escultórico: El Calvario, obra
de Juan Gandulfo y Jácome Vaccaro. Es un espacio creado para la meditación
sobre la Pasión de Cristo. La Capilla
Alta, ricamente decorada, está dedicada al Santísimo Sacramento. Una lectura
rápida nos hace ver que, primero hay que descender a nuestro interior más
profundo, desprendernos de todo, orar, meditar, ayunar, hacer sacrificios,
purificar el alma y, una vez que tenemos el corazón bien dispuesto, podemos
elevarnos y recibir a Jesús Sacramentado.
La sociedad ha dejado de lado y
olvidado a Dios, la Luz del mundo. Si el mundo queda sin luz, permanece en las
tinieblas más oscuras. Por eso Dios, en su infinita bondad y misericordia,
después de múltiples pequeñas advertencias, quiere y desea ardientemente que
volvamos a Él. Nosotros somos incapaces de acudir a Dios porque estamos en un
profundo pozo del que no nos interesa salir. El coronavirus, pese a que pueda
parecer lo contrario, es otra cuerda más que el Señor nos lanza para que nos
agarremos a ella y podamos subir a la superficie, ver la luz, contemplar las
verdaderas maravillas, y respirar el aire que nos renueva el alma, la brisa
Divina.
Estoy convencido de que este
virus que arrasa el mundo, nos ha llegado en Cuaresma y nos ha hecho estar
confinados en casa para que podamos vivirla de corazón. Nos obliga a ayunar de
muchas cosas, nos intenta unir a todos, y nos lo pone en bandeja para que
oremos y nos convirtamos. El que no está enfermo, conoce a alguien contagiado,
o vive con la terrible incertidumbre de contagiarse e incluso perder la vida en
ello; es decir, todos de una manera u otra, estamos sufriendo. Sin embargo, en
el sufrimiento y en el ofrecimiento de esa angustia y dolor, es donde está
nuestra salvación personal y la de los demás.
Nuestra casa se ha convertido en
nuestra particular Santa Cueva y estamos pasando unos días en la Capilla Baja.
Aprovechemos este regalo, sí, este regalo que Dios nos hace. Así como un padre
corrige a su hijo cuando lo hace mal, Dios nos está corrigiendo a todos a la
vez. Ojo, no es un castigo, repito, es una corrección y una oportunidad preciosa para humillarnos, reconocer nuestras
faltas, pedir perdón a Dios y a quien hicimos daño, y así poder ascender a
nuestra particular Capilla Alta.
Muchos aprovechamos estos días
para expresar nuestras inquietudes, subir a Internet fotos, oraciones, videos
con el fin de intentar evangelizar en nuestras posibilidades. Es una ocasión
como nunca tuvimos para orar y hacer orar a los demás, al menos meditar, llevar
la Palabra a otros, apoyar y ayudar al que lo necesite. Es hora de que el
corazón hable por nuestras bocas, y no proclamar teorías sabidas que no llegan
al interior de quienes nos escuchan o leen. En este sentido, queridos hermanos
sacerdotes, aprovechad la magnífica coyuntura que se nos brinda para alentar a los fieles, ayudar a la
conversión de otros, atraer nuevas ovejas perdidas al rebaño de Cristo. La
inmensa mayoría, ante nuestra imposibilidad de asistir a las Eucaristías, las
publican en directo por diversas redes sociales y televisión para que podamos
estar presentes. De igual forma, son miles de sacerdotes en todo el mundo que
bendicen con el Señor a las distintas ciudades. Quizás estas publicaciones sean
visionadas por muchas personas de las que asisten a misa normalmente, tanto de
diario como la dominical. ¿No es una oportunidad de oro? Eso sí, todos corremos
el riego, sacerdote y fieles, que lo que publiquemos sea buscando nuestra
gloria y no la de Dios. Es muy tentador usar esta circunstancia que vivimos,
para lucrarnos y lucirnos nosotros mismos y no ayudar al prójimo, pero como
toda tentación, si la consentimos, no hará más que hundirnos más personalmente,
pese a que otros nos digan “qué bonito” o “qué bien los has hecho”. Recordemos
todos, que las personas miramos mucho las apariencias, pero Dios mira nuestro
corazón. Lo importante es que sirva a los demás, no que nos sirva a nosotros
mismos. No alimentemos más nuestro ego o no seremos capaces de creer aunque
viviéramos la Parusía y contempláramos el Divino Rostro de Cristo.
Aprovechemos que estamos en
nuestras capillas bajas, meditemos la Pasión del Señor que estamos a punto de
celebrar, ofrezcamos nuestros sacrificios y ayunos (aunque sean obligados) y,
por supuesto, oremos por nosotros, nuestra conversión y la de los demás. El
poder de la oración es tan grande que ni imaginamos cuán inmenso es. Y pidamos
a María y a San José, que intercedan por nosotros para que, este cáliz que
hemos de beber, esta cruz que debemos llevar si es voluntad de Padre, lo
aceptemos y la llevemos lo mejor posible pues, como bien decía Santa Teresa, “la
Cruz abrazada, es la Cruz menos pesada”.
El Señor nos bendiga.
2 comentarios:
🙏 Gracias
Gracias a ti, Anita, por visitar mi pequeño espacio, leer y comentar. Dios te bendiga.
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