jueves, 17 de diciembre de 2015

ESPERANZA



AVE MARÍA. GRATIA PLENA
Con estas palabras saludó Gabriel a María. Hoy nos puede parecer ya normal, o incluso rutinario. Pero si te pasara a ti, ¿qué harías?, ¿qué pensarías?, ¿qué le dirías?

La FE es lo que hizo a María decir lo que dijo y, sobretodo, actuar como actuó.
María, una joven de pueblo, casi analfabeta, pobre... sería la Reina y Señora de todo lo creado. La Madre de Dios. Tan humilde, y sin embargo, Él se fijó en Ella entre todas sus criaturas. Por eso fue la elegida. Ya lo dijo Ella misma en el Magnificat: [...] porque ha mirado la humillación de su esclava. [...] enaltece a los humildes (Lc.1, 46-55)

En la Encarnación, María acepta ser la Madre de Dios. No iba a ser fácil, pero asume las consecuencias. Se le venían encima multitud de episodios en su vida: el primero es dar a Luz a Hijo en un establo. ¡Qué pena para una madre! ¡Cuánto más para que nazca el mismo Dios! Pero luego vendrán otros, como huir a Egipto, la pérdida de su Hijo en el templo, despedirse de Él cuando empezó su “vida pública”, encontrarse con su Hijo cuando cargaba con aquel madero, verlo morir colgado de ese madero que llevaba, tenerlo en sus brazos sin vida... y otro tanto que seguro vivió, pero que no sabemos. Por eso Ella guardaba todas las cosas, meditándolas en su corazón (Lc. 2, 19)
Si por Adán vino el pecado, por su desobediencia; por Cristo vendrá la Salvación, por su obediencia. Cristo es el nuevo Adán. De igual manera, si Eva cree y obedece a la serpiente (demonio, ángel caído); María creerá y obedecerá a Gabriel (ángel de Dios). No es de extrañar (aunque sólo sea a modo de curiosidad) que el saludo del ángel sea lo contrario a Eva, es decir, Ave.

María, la criatura humana que ha tenido más fe. Según san Agustín, Ella concibió primero en su corazón (por la fe) y luego en su vientre. Todo es fe y confianza en Dios. María es el ejemplo de ejemplos para nosotros. Dicho así, parece sencillo, pero ¡qué difícil nos resulta!. Nuestra fe es pobre, a veces inexistente.
María, como Madre que sería de Él, es la primera que lo espera. Espera con alegría la revelación del Hijo de Dios. Eso es el Adviento. ¿Lo vivimos nosotros así? ¿Sabemos lo que Dios quiere revelarnos?

Todos los años oímos cosas como: “Dios quiere venir a nuestros corazones”. “Que el Niño que va a nacer habite en nosotros”... Pero ¿somos conscientes de lo que decimos, leemos o escuchamos?
Acudamos a María, que es ESPERANZA. Ella espera en Él. Nosotros como Israel, debemos esperar en Él. Como decía antes, la Virgen es el ejemplo de ejemplos. Ella, como primer Adviento, puede enseñarnos mucho, puede enseñarnos todo. En este día tan especial para Ella, hagamos por acompañarla, pero aprovechemos también para preguntarle.

Madre, ¿cómo tenemos que esperar a tu Hijo? ¿cómo debe ser nuestra Esperanza? ¿cómo debe ser nuestro Adviento?


Santa María, Esperanza y Reina nuestra, ruega por nosotros.

sábado, 13 de junio de 2015

Inmaculado Corazón de María

El sábado después de la fiesta del Corpus Christi, celebramos la festividad del Inmaculado Corazón de María.

Para llegar a Dios, debemos ir de la mano de María. Ahí entra en acción su Corazón Inmaculado que, con amor intenso nos guía, nos acoge, nos lleva hasta Dios.

María nos invita a confiar en su Corazón de Madre, a que nos dejemos hacer por su Amor. Ella no nos va a fallar, siempre nos llevará por el camino correcto, pues Ella, preservada de todo pecado desde su concepción, sabe cuál es la Voluntad del Padre.

Antes decía que para llegar a Dios, debemos ir de la mano de María. Fijémonos que, Ella tuvo en su vientre bendito al Corazón de Jesús desde que se produjo la Encarnación. Ella sintió en su interior, cómo se iba formando y creciendo el Corazón de Dios, el Amor de los amores por excelencia. Por tanto, nadie como Ella para alcanzar nuestra meta.

Su Corazón, rodeado de rosas, simboliza su pureza. Pero el puñal que tiene clavado, simboliza el dolor que siente cuando herimos a su Hijo por medio del pecado.

María, al pie de la Cruz, recibió de Cristo, su Hijo, la misión de ser nuestra Madre. Y una madre, protege a sus hijos hasta con su sangre, si fuese necesario. “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre” (Jn. 19,26) Jesús, con estas palabras, nos confirma la maternidad espiritual de María.
¿Cómo no nos va a ayudar? ¿Cómo no nos va a guiar hacia Él?

Confiemos en María, en su Corazón Inmaculado. Entreguémonos a él. Seamos como esos niños que, humildes acuden a su madre para que les proteja de los peligros.



 Inmaculado Corazón de María, sé la salvación mía.



viernes, 12 de junio de 2015

Festividad del Corazón de Jesús


Estamos en junio, mes que, como todos sabemos, la Iglesia dedica al Sagrado Corazón de Jesús.
Desde los orígenes del cristianismo, ha existido esta devoción; pues meditar el costado abierto de Jesús, de donde brotó sangre y agua al ser atravesado por la lanza, cuando, ya muerto, estaba colgado en aquel madero que le llevó a salvarnos, dio lugar al nacimiento de la Iglesia.

Muchos decimos que somos devotos del Corazón de Jesús. Sin embargo, ese AMOR de Cristo por nosotros, ¿es correspondido?. Si somos seguidores de Jesús, si somos cristianos, lo primero que debemos hacer es amarlo sobre todas las cosas, y amar al prójimo como a nosotros mismos. ¿Lo hacemos?. De ser así, ¿por qué esos rencores? ¿por qué esos odios? ¿por qué levantamos falsos testimonios sobre los demás? ¿por qué damos lugar a lo que, el Papa Francisco califica muy acertadamente como “chismes”? ¿por qué envidiamos a los demás? ¿por qué somos tan soberbios y prepotentes si debemos amar a los demás como a nosotros? Sí, es complicado, lo sé. A todos nos han hecho daño en algún momento. Pero, ¿no le hicieron daño a Jesús? ¿a caso no seguimos nosotros haciéndoselo?.

La característica principal del Corazón de Jesús, es su Divina Misericordia. ¿Practicamos la misericordia y la caridad con los demás?.

Analizadas estas pequeñas preguntas volvamos a pensar fríamente. ¿Somos auténticos devotos del Sagrado Corazón de Jesús?. ¿O es una mera fachada para aparentar que “somos buenos y un ejemplo para los demás”?

Este mes, es un buen momento para pararnos a meditar en nuestro día a día. ¿Qué haría Jesús en esta situación? ¿Qué respondería Jesús ante esta pregunta? ¿Cómo actuaría Jesús ante las mentiras y calumnias que estoy escuchando?... Intentemos entrar en su Corazón, que Él está deseoso de que lo amemos, de ayudarnos, de acogernos... Pensemos que lo negamos, lo olvidamos, lo ofendemos, lo herimos, lo maltratamos... y sin embargo, Él siempre está ahí para acogernos cuando más lo necesitamos. ¿Hacemos eso con los demás?

Que la llama ardiente de su Amor nos abra nuestro corazón duro, y nos infunda su Espíritu Santo para que podamos amarle y amar a los demás. Al fin y al cabo, y ciertamente, es lo único importante que debemos hacer en nuestra vida. Tan sencillo y, complicado a la vez, como eso. Pero alegrémonos. Contamos con su ayuda, con la de María Santísima, con la de los santos y ángeles de Dios, que están dispuestos a luchar por nosotros, siempre y cuando, queramos de verdad su apoyo.


Ánimo a todos.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
El Señor os bendiga.



domingo, 7 de junio de 2015

Corpus Cristi 2015



Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. 

Jesús dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.” (Jn. 6,54).

La Eucaristía -que significa acción de gracias- es el Sacramento por el cual, Cristo, bajo las especies del pan y del vino, se hace presente. De esa forma, se queda con nosotros después de su Ascensión al cielo, hasta su segunda venida. Es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad Sacramentado.
¿Creemos que Cristo está real, verdadera y sustancialmente en la Eucaristía, juntamente con su Alma y Divinidad? Después de comulgar, ¿nos quedamos un rato a solas con Él para hablarle de nuestras cosas? ¿Somos conscientes del milagro que acontece en el altar en el momento de la Consagración? ¿Vemos en el Sagrario, en la Sagrada Forma, en la Custodia a Dios?

Pienso que es tan grande lo que nos dejó, que no somos capaces de entenderlo y, por consiguiente, asimilarlo. Por eso debemos pedirle a Dios que nos dé fe, sino la tenemos; y nos aumente la poca fe que podamos tener.

De nada servirá que hagamos genuflexiones bien marcadas si sólo lo hacemos por aparentar algo que no sentimos o creemos. Simplemente, no tiene sentido. Es preferible ser consecuentes con lo que predicamos, y amar a los demás. Porque, “en verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt. 25,40). Es decir, la fe se demuestra con obras, sino... no hay fe.

En este domingo, festividad del Corpus Christi, Dios va a pasear por las calles. Sí. Dios. No es una procesión más. Es la procesión de las procesiones. Normalmente espera en el Sagrario a que vayamos a verlo. Sin embargo, hoy, es el mismo Cristo, el que quiere acercarse a escuchar y atender tus problemas, tus preocupaciones, tu enfermedad, tus alegrías... tu vida. Hoy, triunfante pero humilde (esa es la grandeza de Dios), una vez más, pese a que lo hayamos despreciado, quiere estar un poco más cerca de ti para decirte: “Ánimo, sigue adelante, Yo estoy a tu lado, pídeme ayuda si la necesitas, comparte tus cosas Conmigo. Salgo a tu encuentro para ofrecerte mis brazos que te acogen, mis hombros que te consuelan, mis manos que te sanan, y mi Corazón que te Ama. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Yo, soy tu amigo, el que jamás te va a fallar. Confía en mi.”

Que sepamos ver en ese trozo de pan, al que es el Pan de Vida que alimenta nuestras almas. Él es el Señor.


Dios os bendiga.

miércoles, 15 de abril de 2015

De las tinieblas a la Luz



Hoy quiero dejar un breve comentario al Evangelio del día, que está tomado de Juan 3, 16-21

Si encendemos una vela en una habitación oscura, el objeto que esté más cerca de la luz se iluminará. A medida que alejamos ese objeto de la luz, cada vez se verá menos hasta que se pierda en la oscuridad.

Esto mismo es lo que nos dice Jesús en el Evangelio: “Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.” Es decir, que nos alejamos de Dios por temor a ser juzgados por nuestras malas acciones. Sin embargo, también nos dice algo muy claro: “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” Es tan grande el Amor que nos tiene que, además de que, para nosotros es imposible entenderlo, nos entrega a su Hijo para que tengamos vida eterna.

El que cree en Él, no será juzgado” Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto creer en Dios? Si creyéramos de verdad, seríamos incapaces de hacerle daño. Sin embargo, aunque creamos plenamente en Él, somos imperfectos y cometemos errores. Pero esos errores Dios nos los perdona en su infinita bondad y misericordia, por Amor. A veces hemos oído decir “yo perdono pero no olvido” ¿Qué perdón es ese? El perdón verdadero, el que viene de Dios, es un perdón sincero, que olvida hasta el peor de los pecados, si de verdad estamos arrepentidos.

¡Cuánto nos falta por aprender!

El ejemplo que damos los que nos consideramos Iglesia, quizás no sea el mejor, pero por nuestra imperfección. Debemos cambiar, y debemos hacerlo YA. Nuestra debilidad es la grieta por donde entra, de forma escurridiza, el enemigo. Y esa grieta cada vez es más grande. Pero por esa grieta no entra luz, sino que una negrura, un abismo, una tiniebla que se va haciendo cada vez más espesa. No nos ayudamos unos a otros. Lejos de ello, nos criticamos a las espaldas y vamos destruyendo y matando con la palabra. Y en nuestra ceguera, pensamos que estamos en la Verdad. Esto nos pasa, porque en la oscuridad no sabemos diferenciar una cosa de otra, porque todo está enmarañado, todo está confuso, todo está en el poder del enemigo, todo gira en torno a una mentira. Eso quiere decir, que no sabemos si verdaderamente estamos equivocados. Pero si alguien nos intenta corregir, desde la luz, para acercarnos a ella, seguimos empecinados que los que están en el lado oscuro, son los demás. ¿Cuándo nos vamos a dejar quitar la venda que nos puso el enemigo, sin que nos diésemos cuenta, cuando entramos en su territorio?

La Luz nos llena de gozo y nos acercar a Dios y a los demás.
La oscuridad, la tiniebla, por contra; nos aleja de todo. Manifiesta en nosotros angustia, envidia, ansias de poder, deseo de dominar a todos, egoísmos... esto nos lleva a la muerte. Pero no nos desalentemos. ¡Jesús ha resucitado! y viene para transformar nuestro luto en alegría, nuestra tristeza en gozo, nuestra muerte en VIDA.

Desde nuestra libertad solo nos queda elegir. Depende de nosotros. ¿Prefieres luz o tiniebla? ¿Muerte o Vida?

El Señor os bendiga.

domingo, 25 de enero de 2015

Saulo


Hoy hemos celebrado la festividad de la Conversión de San Pablo.

La obra que vamos a ver a continuación es “La conversión de San Pablo” (1600-1601) de Caravaggio, que se encuentra en la Capilla Cerasi, en la iglesia de Santa María del Popolo, en Roma. Como ya sabemos, esta es la segunda versión que hizo de esta escena, y es la más conocida de las dos.

Este lienzo nos puede ayudar en nuestra vida personal y de relación con Dios.

Para ello acudimos a la lectura de los Hechos de los Apóstoles, 9, 1-22. Lo primero que nos puede llamar la atención es que parece estar en un lugar cerrado, como en un establo, cuando el texto nos dice que Saulo iba de camino a Damasco. Un enorme y pesado caballo se encuentra en el centro dela escena y, parece pisar y que va a aplastar a un soldado que se haya tumbado en el suelo con los brazos abierto y con los ojos cerrados.
Leyendo la lectura, reconocemos a Pablo que acaba de caer del caballo porque “una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor”. La oscuridad en la que representa el episodio el autor, se contrarresta con la luz que inunda la figura tumbada de Pablo. Esa luz se refleja en el caballo y en el tercer personaje del cuadro que es el sirviente, aunque, en este caso, sólo podemos intuir levemente su cabeza y las piernas. El protagonista es Pablo envuelto por la Luz divina.
En la primera versión que Caravaggio hizo de la Conversión de San Pablo, aparece Cristo y un ángel que bajan del cielo. Sin embargo, en este caso vemos que la Luz es Cristo. Los ojos de Pablo están cerrados y, sin embargo la expresión no es de miedo. Todo lo contrario, es de paz, de tranquilidad, y sus brazos extendidos son elevados al cielo, mostrando el momento de éxtasis del santo. La Luz de Cristo está convirtiendo a esa persona que lo seguía y mataba a los cristianos. Y es que para Dios, nada hay imposible.
Nosotros podemos ser como Saluo. Aparentemente, y digo bien, aparentemente estamos al lado de Dios, o nos sentimos así porque vamos a misa y podemos incluso pertenecer a un grupo de nuestra parroquia. Pero la pregunta es. ¿Somos verdaderos evangelizadores? ¿Predicamos con nuestro ejemplo? ¿Predicamos lo que sentimos o somos meras fachadas? Quizás todos -y cuando digo todos me refiero a clero, religiosos y laicos- necesitamos que Dios llegue con su Luz, nos tire de nuestro caballo, que no es otra cosa que nuestra vida y rutina diaria, nos dé una sacudida y nos convierta; porque en ocasiones, sin darnos cuenta o consciente de nuestros actos, hacemos justo lo contrario de lo que Dios nos pide. Puede que sea el momento en que, en lugar de pedirle a Dios que nos ayude en tal proyecto, o que tal cosa nos salga bien, le digamos con fe y sin miedos: ¿Señor, qué quieres que haga? ¿Qué puedo hacer para mejorar mi vida personal y cómo puedo ayudar a los demás? ¿De qué manera puedo colaborar a construir tu Reino?
Para empezar, podemos seguir las palabras que el mismo Pablo nos dejó después de su conversión: ¡Ay de mí si no evangelizara! (1 Co 9,16)

El Señor os bendiga.

sábado, 1 de noviembre de 2014

La Santidad



La santidad. Cuando leemos o escuchamos este vocablo, seguramente, en nuestra mente se representa a una serie de “privilegiados” que fueron elegidos para ser santos. Sin embargo, no nos paramos a pensar que todos somos elegidos para tal fin, porque todos somos hijos de Dios y coherederos de su Reino. Eso es, lo que Dios querría de todos nosotros, que todos fuésemos santos.
Pero; ¿qué es la santidad?. Creo que podría explicarlo de una forma sencilla, pero a la vez difícil (no imposible) de conseguir, y ahora diré porqué. La santidad es dejar humildemente que el Espíritu Santo actúe en nosotros. Esto significa que debemos estar cerca de Dios para que Él haga su obra. Esto significa que debemos vivir al máximo virtudes como la fe, la humildad y la caridad. La fe, que nos hace creer ciertamente en Dios. La humildad que nos hace desprendernos de nuestro ego y hacer que sea Dios el que lleve nuestra vida. La caridad, porque el que no obra con amor no conoce a Dios, ya que Dios es AMOR. Esto requiere sacrificios, servicio a Dios y a los demás, dejar de hacer algo que nos guste para ayudar al prójimo... por eso decía antes que es difícil, pero no imposible. Y es que el hombre y la mujer, está unido a su ego y su soberbia desde que fueron vencidos por el demonio casi al principio de la Creación.

Aparentemente podemos decirnos a nosotros mismos cosas similares a: “Yo hago esto porque es lo que Dios me pide”. Pero debemos pedir al Espíritu Santo que, entre otros dones y carismas, nos dé el discernimiento que necesitamos para tomar las decisiones acertadas. Recordemos que, para alcanzar la santidad, debemos dejar humildemente, que el Espíritu Santo actúe en nosotros. Si en lugar de esto, actuamos por nosotros mismos, buscando otras falsas glorias que no sea la de Dios, es imposible que alcancemos la santidad.

Dios nos dejó diez mandamientos. Parecen muchos, pero luego nos lo resumió en dos. Amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos. ¿De verdad amamos a Dios como a nosotros mismos? ¿Le dedicamos tiempo? ¿Y a los demás? ¿Queremos y buscamos para ellos lo mismo que queremos y buscamos para nosotros? Debería ser así, pero que cada uno se responda para sí, a estas preguntas de forma sincera. Porque a los demás podemos engañarlos, pero para Dios nada hay oculto. “Casualmente”, el Papa Francisco dijo este 31 de octubre en su homilía en Santa Marta: “Es tan feo ser un cristiano hipócrita. Tan feo. ¡Que Dios nos salve de esto!”; criticando el comportamiento de aquellos que, como los fariseos del evangelio, viven apegados a la ley y alejados del amor y la justicia. ¿Somos como los fariseos? ¿Somos hipócritas?

Antiguamente se podía pensar que la santidad era cosa de sacerdotes, monjas y religiosos. Sin embargo, el Concilio Vaticano II, con el Espíritu Santo a la cabeza, dio a los laicos el lugar que tenían que tener como miembros de la Iglesia, es decir, tanto el sacerdote, como el laico son iguales, en cuanto a ser hijos de Dios se refiere. Por tanto, la santidad no es cosa de unos pocos, es cosa de todos, pero solos no podemos. “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn. 15,5), sin embargo, “todo es posible al que cree” (Mc. 9,23). Tenemos que darnos cuenta de una vez, que debemos hacer la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios no es otra que nuestra santificación.

Muchas otras citas bíblicas podemos encontrar relacionadas con la santidad: Mt. 5,48; 1 Co. 1,2; etc. Y estas no deben mas que, alentarnos a alcanzarla. Para ello debemos aceptar todo lo que nos venga, ya sean problemas, enfermedades, sufrimientos... todo lo que no nos gusta, pueden ayudarnos a llegar a nuestro objetivo. Incluso la noche oscura. Muchos santos reconocidos por la Iglesia han pasado por este estado, en el que el demonio, sobretodo, ataca a la fe. Podemos tener grandes dudas de fe y pensar cosas del estilo: Estoy desperdiciando mi vida ayudando a otros; me estoy esforzando en tal cosa y seguro que después de la muerte no hay nada... Sin embargo, ahí el Señor nos está purgando y estamos ganando en virtudes y en santidad. Hay que tener en cuenta que toda santidad no se consigue a través del sufrimiento; pero también es cierto que nuestra cruz llegará más tarde o temprano y, debemos saber afrontarla con la ayuda de Dios.

En este día de todos los santos, recordamos a todas esas personas que alcanzaron su santidad, aunque no estén en los altares terrenales. A ellos debemos acudir también, pues son intercesores nuestros. Con algunos podemos hasta tener “confianza” porque puede ser un abuelo, un hermano, un amigo, un padre... Que ellos nos ayuden a alcanzar la nuestra y gocemos un día todos juntos de la Gloria de Dios, contemplando su Divino Rostro.

El Señor os bendiga.

martes, 28 de octubre de 2014

EVANGELIZ-ARTE

Con esta entrada he querido empezar una sección de este blog, que he llamado "EVANGELIZ-ARTE"
¿Qué mejor que volver con la parábola del hijo pródigo?

Muchos son los comentarios y las posibles interpretaciones que podemos hacer de esta parábola, conocida por todos de sobra, y que por esa razón no trascribiré (Lc. 15, 11-32)

En realidad, cuando vemos una pintura que represente dicha escena, en la mayoría de los casos se plasma, no los inicio, ni el desarrollo de la historia, sino el final. Y es que en él se encuentra el verdadero sentido de la misma. Podemos calificarla, o titularla con el sobrenombre de: El perdón, o la Misericordia.

Si nos basamos en el texto sagrado, el hijo vuelve a la casa del padre, después de haber malvivido, de haber desperdiciado toda su herencia, de haber tenido malas experiencias en la ausencia del que lo creó. Y regresa sucio, con las ropas raídas, sin ningún bien con los que partió... pero lo hace de forma humilde, arrepentido, consciente de lo mal que lo ha hecho. No se ve merecedor de su regreso, sin embargo, necesita del padre, y no sólo por sus bienes materiales, sino por su amor, su comprensión, sus sabios consejos, sus abrazos...


En este primer cuadro, obra de Bartolomé Esteban Murillo, apreciamos la grandeza del padre que, con su abrazo amoroso, acoge a su hijo entre sus brazos. El hijo, arrepentido, le pide perdón de rodillas. Sus ropas son ya casi inexistentes, solo trozos de tela tapan su cuerpo herido y sucio, como vemos con más detalle en la planta de su pie izquierdo. Por la izquierda, un joven chiquillo entra en la escena con el ternero cebado que el padre ha pedido matar para celebrar la vuelta de su amado hijo, que creyó un día, haber perdido para siempre. Por la derecha, un sirviente porta una bandeja con ropajes lujosos, listo para vestirlo.
El perro, símbolo de fidelidad, salta de alegría junto al joven por su retorno.
Hay otros elementos a comentar de esta pintura, pero que vamos a obviar en este caso.

Pasaremos a comentar un poco otra obra. Obra que, por otra parte, es archiconocida y de la que la mayoría de los lectores, sabrán de ella. Es una pintura que, al principio me parecía triste, quizás por los tonos, la oscuridad aparente; pero que, a medida que la fui viendo, analizando, estudiando... cambió por completo. Mi visión cambió y pasé a verla llena de alegría, de misericordia y de realidad del mundo. Es “El retorno del hijo pródigo”, de Rembrandt, del año 1662. Esta obra está llena de detalles y curiosidades que, más que analizar, mencionaremos únicamente, para no hacer pesada la lectura de este pequeño escrito.


Para empezar la luz se centra en el abrazo del padre y del hijo pródigo; pero también en el rostro del hijo mayor; que son los verdaderos protagonistas de la historia.
Los pesados y ricos ropajes del padre, chocan con la pobreza del hijo que acaba de volver.
Es interesante recalcar la dulzura del rostro del padre, que por cierto, Rembrandt lo retrató como si de un ciego se tratara, cosa que hacía en algunas ocasiones en sus obras. Abraza y acoge a su hijo. ¿Cómo la hace? Vamos al detalle más conocido de esta pintura. Con su mano izquierda, grande, abierta, robusta... como de un hombre, acoge y, parece que incluso presiona con su dedo pulgar. Con esa mano varonil sostiene con firmeza a su hijo, al que cubre casi con totalidad su hombro. Por contra, con su mano derecha, más fina, más suave, con sus dedos prácticamente cerrados, más que sostener se apoya en su hijo, acoge de forma dulce, tierna. En el padre vemos, para resumir, la fortaleza, robustez de un padre que sostiene a un hijo casi moribundo; pero a la vez vemos a una madre que lo acoge, acaricia, arrulla con la dulzura que sólo una madre sabe hacer.
El hijo apoya su cabeza en el vientre del padre. Como si estuviera volviendo al seno materno. Es por ello quizás, que Rembrandt lo retrató como un rostro fetal. Sus ropas son sucias, gastadas, con la cintura ceñida, donde lleva una espada. Su pie izquierdo descalzo, está sucio; el derecho porta una sandalia rota, mostrándonos de esta manera, el viaje humillante y horroroso que ha tenido en su ausencia.

Por último, el personaje de la derecha con el rostro iluminado, como comentábamos anteriormente, es el hijo mayor. En él vemos la dureza con que mira a su hermano menor. Una mirada fría, llena de envidia, de odio, de celos, de juicio... que nada tiene que ver con la dulzura del padre; al igual que su postura, que es distante, recta y rígida. Sus manos están unidas y entrelazadas, y las del padre extendidas y acogedoras.

Y ¿cómo veríamos la escena del hijo pródigo hoy día? Hay una ilustración que todos conocemos, que desconozco su autoría y que pienso que refleja perfectamente esa vuelta nuestra de cada una al Padre. Es la que vemos a continuación. 


Aunque aun tengamos en las manos las herramientas con la que hacemos daño y pecamos, como le sucede al hijo de la pintura de Rembrandt, representados en esa espada, o en esos clavos o martillos, aunque nuestra arma sea la palabra o el pensamiento; Dios nos espera para acogernos y llevarnos a su Reino de Amor y Misericordia.

El Señor os bendiga.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Festividad Nuestra Señora de los Dolores


Estaba la Madre dolorosa
llorando junto a la cruz
de la que pendía su hijo. 

Su alma quejumbrosa, 
apesadumbrada y gimiente, 
atravesada por una espada. 

¡Qué triste y afligida
estaba la bendita Madre
del hijo unigénito! 

Se lamentaba y afligía
y temblaba viendo sufrir 
a su divino hijo. 

¿Qué hombre no lloraría
viendo a la Madre de Cristo
en tan gran suplicio? 
¿Quién no se entristecería
al contemplar a la querida Madre 
sufriendo con su hijo? 

Por los pecados de su pueblo
vio a Jesús en el tormento
y sometido a azotes. 

Ella vio a su dulce hijo
entregar el espirítu
y morir desamparado. 

¡Madre, fuente de amor, 
hazme sentir todo tu dolor
para que llore contigo! 

Haz que arda mi corazón
en el amor a Cristo Señor, 
para que así le complazca. 

¡Santa María, hazlo así! 
Graba las heridas del Crucificado
profundamente en mi corazón. 

Comparte conmigo las penas
de tu hijo herido, que se ha dignado
a sufrir la pasión por mi. 

Haz que llore contigo, 
que sufra con el Crucificado
mientras viva. 

Deseo permanecer contigo, 
cerca de la cruz, 
y compartir tu dolor. 

Virgen excelsa entre las virgenes, 
no seas amarga conmigo, 
haz que contigo me lamente. 

Haz que soporte la muerte de Cristo, 
haz que comparta su pasión
y contemple sus heridas. 

Haz que sus heridas me hieran, 
embriagado por esta cruz 
y por el amor de tu hijo. 

Inflamado y ardiendo, 
que sea por ti defendido, oh Virgen, 
el día del Juicio. 

Haz que sea protegido por la cruz, 
fortificado por la muerte de Cristo, 
fortalecido por la gracia. 

Cuando muera mi cuerpo
haz que se conceda a mi alma
la gloria del paraíso. 


Amén. 

domingo, 3 de agosto de 2014

Padre Eterno


Estudiando la iconografía del Padre Eterno (tema que no voy a tratar aquí, en este momento), me hizo pensar mucho en la Santísima Trinidad, pero cada vez que pienso en ella, siempre llego a la misma conclusión: El gran desconocido es la Persona del Padre, no la del Espíritu Santo. El Espíritu, aunque suene a tópico, está siempre con nosotros. Nos inspira pensamientos y sentimientos conformes con los de Cristo. Nos ayuda a discernir el camino a seguir. Nos regala los dones y carismas que necesitamos... Quizás pensemos que todo esto es nuestro, que tenemos cierta habilidad para tal cosa, o tal "gracia" para tal otra, o que somos muy buenos en algo. Pero todo eso son regalos del Espíritu Santo que está con nosotros y no se ausentará jamás.
De Cristo conocemos toda su vida, no hay más que acudir a los Evangelios.
Y del Padre... ¿qué sabemos?. Todos le atribuimos a Él la creación del mundo. Pero; la creación del mundo ¿no sería mejor atribuirla a la Trinidad? Cuando hablamos de Dios, no sólo es el Padre.

Vayamos al primer libro de la Biblia, en el capitulo 1 y versículos 1 y 2. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" (Gn.1, 1-2) Es decir, el Espíritu está ahí desde el origen. 
Ahora vamos a Juan. "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn. 1,1) Es decir, que el Hijo estaba ahí desde el origen.
Pero volvemos al Génesis y leemos: "Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra." (Gn. 1,26) Vemos que Dios dice "Hagamos". Es como si se produjera un pequeño diálogo entre las Personas de la Trinidad a la hora de crear el mundo. 
Pero si sólo la creara el Padre, es lo único o lo poco que podemos saber; pese a que Cristo vino a la tierra a mostrarnos al Padre, a ser la cabeza visible del Dios invisible. No obstante, si nos peguntaran por la Primera Persona de la Trinidad, diríamos que es el creador del mundo y... poco más sabríamos decir.


Tenemos fiestas dedicadas al Hijo, como Cristo Rey, o Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Fiestas del Espíritu Santo tenemos Pentecostés. Pero no tenemos fiesta dedicada expresamente al Padre. 



El Padre transmitió varios mensajes a Sor Eugenia  Elisabetta Ravasio, pero en uno de ellos nos dice:

Nuestro Dios Eterno Padre quiere que se le haga una fiesta que sea el PRIMER DOMINGO DE AGOSTO..."Si escogéis un día de la semana, prefiero que sea el día 7 de este mismo mes"


Es por eso que, aunque hoy no es día 7, es el primer domingo de agosto y queremos, con ello, dar culto al Padre.

¿Y qué mejor oración ofrecer al Padre que ésta?

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.


Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.