sábado, 21 de junio de 2025

Reflexionando un día cualquiera


 Me he atrevido a compartir una pequeña reflexión tras una experiencia que viví días atrás durante una celebración eucarística, la cual fue ofrecida por una persona que había fallecido.

El caso es que había más fieles de lo acostumbrado. No había que ser un lince para que me diera cuenta de que era una "misa de difuntos", máxime, cuando la mayoría no son asiduos a cultos.

Durante la homilía, los fieles se miraban y "aguantaban el chaparrón" pacientemente, quizás, sin entender muy bien lo que el sacerdote quería exponer.

Se levantaban y sentaban según hacían los que suelen ir a misa. Algo que suele ser normal en estos casos, y algo que entiendo perfectamente.

En la parte más importante, esto es, la Consagración, una persona se levantó y se dirigió hacia los bancos más próximos de los pies del templo para saludar a otra de forma muy efusiva.

Llegado el momento de la Comunión, el sacerdote abandonó el presbiterio para distribuir a Cristo sacramentado. En ese instante, se hizo un revuelo en los primeros bancos, pues muchos se acercaron a dar pésames. Abrazos, besos "sonados", murmullos, movimientos... se sucedían a escasos metros del sacerdote, incluso taponaban la fila de las personas que se acercaban a comulgar. Algunas personas, también en ese momento, salieron del templo.

He de suponer, ante el posible desconocimiento, que ambos grupos de personas, pensaron que la misa había finalizado.

El sacerdote siguió impartiendo la Comunión sin inmutarse. En otros casos, el sacerdote habría mandado callar con una regañina.

¿Cuál de las dos opciones es la más correcta a vuestro parecer? Entiendo que es una situación difícil de manejar.

Dicho esto, en el momento de la Consagración sólo se me venían unas palabras de Cristo mientras lo clavaban en la Cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y es que era justamente eso, en ese mismo instante, y la misma ignorancia.

Siempre hablo de la formación y la información. Muchos juzgan el comportamiento de estas personas, que hacen lo que pueden porque no saben lo que hacen ni dónde están. Sí, nos adelantamos a juzgar antes de tender la mano. Y lo hacemos todos. Yo el primero. Pero aquel día quizás estuviese más empático y pensé que posiblemente no habrían tenido la posibilidad que otros hemos tenido de recibir esa formación. Siempre queremos que se cumplan las normas, pero los que nos consideramos católicos y practicantes, somos los primeros en incumplirlas por diversas razones que no vienen al caso.

Si nos fijamos en quien debe ser nuestro ejemplo, el mismo Cristo, en ciertos momentos renuncia a esas normas para priorizar algo que siempre se nos olvida: acoger con amor. Jesús nunca pidió papeles en regla antes de amar. Su pedagogía fue el encuentro. La ternura.  Véanse los ejemplos de Zaqueo, la samaritana, el ciego Bartimeo… entre otros tantos.

Yo lo tengo muy claro. Puede que mi forma de ver las cosas sea totalmente diferente a la de la gran mayoría, pues por nuestras obras nos damos conocer. Las personas estamos para servir, no para mandar, por muchos cargos que queramos tener. El poder corrompe, y ¡los cargos son sinónimo de responsabilidad, no de poder! 

Lo único que tenemos que hacer es servir y amar. No hay más. Así de sencillo y de difícil a la vez.

En la Iglesia (los católicos) deberíamos ser acogedores, y predicar con nuestro ejemplo de amor, no de prepotencia. Cuando entendamos esto, quizá podamos avanzar como sociedad y como comunidad. Cuando entendamos esto, nuestro actuar servirá de ejemplo a otros, y dejará de ser un teatrillo barato y vacío que ahuyenta, más si cabe, a los alejados.

El Señor nos bendiga

jueves, 19 de junio de 2025

Corpus Christi 2025

Muchas personas buscan ser amadas, comprendidas, aceptadas e incluso deseadas.

Puede que hayan encontrado a esa persona que tenga y le dé lo que ansiaban: Amor. Pero también debemos darlo a los demás. 

¿Y Dios? ¿Cómo es nuestra relación con Él? ¿Hacemos por conocerle? 

Pienso que a veces nos comportamos con Dios, de la misma forma que hacemos con los demás. 

Somos tan egoístas que sólo acudimos a Él cuando necesitamos o buscamos algo. Si nos lo concede, pensamos que era si obligación y pocas veces agradecemos, dejándole cual pañuelo de papel usado. Si no nos lo concede, ya nos olvidamos hasta que nos volvamos a encontrar agobiados. 

Y Él... espera pacientemente en su infinita humildad y bondad, por si un día queremos volver. Día tras día. 

El amor a Dios, de la misma forma que deberíamos amar a los demás y, sobre todo a aquellos que tenemos más cerca como familia directa o pareja, debe ser sincero, profundo y transformador. Porque ese tipo de amor no requiere máscaras, falsedades, autoengaños y autosabotajes. Nos obliga a mostrar nuestras vulnerabilidades, tal cómo somos, con nuestras luces y sombras. Y eso... puede resultarnos incómodo, e incluso a veces, aterrador. 

Quizás algunos hemos ido construyendo una identidad basada en el miedo, estamos continuamente protegiéndonos, y huyendo porque no queremos volver a sufrir. ¡Ay, las heridas del alma que nos destrozaron en cada momento de nuestras vidas! Y huimos, buscamos refugio en el trabajo, ocio, amigos si los hay, e incluso en relaciones superficiales que nos pueden dar momentos de alegría o placer, pero no nos llenan, solo cubren vacíos temporales. Y aun así, lo preferimos, aunque en el fondo sigamos buscando eso que anhelamos.

Buscamos aprobación, huimos del qué dirán, nos sentimos observados, nos disfrazamos ocultando nuestra esencia a los demás, seguimos encerrados tras nuestro muro infranqueable, cada uno el suyo, porque todos al final, en mayor o menor medida, tememos o hemos podido temer el rechazo o cualquier otra herida. Pensamos que es mejor continuar así a experimentar el amor de verdad.

Aprendimos en la vida a reprimir nuestras emociones más auténticas, nuestras necesidades, y van pasando los días, semanas, meses, años... la vida entera, y no nos sentimos bien, o no tan bien como desearíamos, pero nos decimos a nosotros mismos que nos compensa. Incluso nos decimos cosas como "ahora no, quizás en un futuro". ¡Cómo si aquí estuviésemos a estar eternamente! y dejamos pasar esas oportunidades que se nos presentan de amar y ser amados.

La cuestión es que tenemos que conocernos y querernos a nosotros para poder amar a los demás. Eso, estoy aprendiendo, no es egoísmo. Es admitir cómo somos, reconociendo nuestras virtudes, y aceptando nuestras carencias, intentando superarlas y mejorarlas. Nadie nos puede salvar, más que nosotros mismos con la ayuda de Dios. El amor no es encontrar una persona que nos complete, es compartir con la otra persona nuestras luces y sombras, ayudándonos y cediendo mutuamente. El amor no sólo se encuentra, también se construye día a día. No es llenar vacíos mutuos, es un crecimiento de los dos, sintiéndose libre y a la vez siendo leales. No es poseer, no es miedo a perder independencia o libertad, ni a estar solos, no es buscar ser validados. Tampoco es dependencia y mucho menos interés de ningún tipo, repito, de ningún tipo. Es eliminar las capas que hemos ido creando y que nos han impedido ser nosotros mismos. No es encontrar a la persona perfecta, es encontrar a la persona con la que puedas evolucionar y descubrirnos con paciencia, sabiendo esperar, apoyando, aportando y siempre respetando, nunca eliminando más que lo que nos perjudica.

Eso no quiere decir que todo sea bonito, también hay encontronazos, dolor, y redirección que escuece, pero todo es para nuestro crecimiento. No es una lucha constante por trasformar al otro, es aceptación, porque cada uno necesita sus tiempos, tiene libertad, y por supuesto, su forma de ser, lo que nos hace únicos.

A veces, ante distintas situaciones, no necesitamos correr, necesitamos rezar y que Dios nos dirija.

Y ahí está el centro de todo: Dios. Volvemos a Dios y comprobamos que nos comportamos con Él de la misma forma.

Sin embargo, Él nos conoce mejor que nosotros, sabe nuestro pasado, presente y futuro. Si debemos confiar en nuestra pareja, o familia, cuánto más debemos hacerlo en Dios.

Pero no, lo tenemos olvidado, huimos de Él porque nos puede pedir un compromiso que no queremos dar, lo rechazamos, lo abandonamos... pero cuando nos vemos ahogados es cuando lanzamos un grito al cielo y decimos que Él no está. Pero Él está porque es fiel, porque respeta al máximo, porque nos acompaña siempre (a pesar de que nosotros a Él, no), porque nos ama de verdad de la forma más sincera, dulce, grandiosa, paternal y fraternal que podamos imaginar.

Vivimos en la sociedad de la inmediatez y eso, de la misma manera que hacemos con las personas, sobre todo con las que amamos, le pedimos a Dios que sea con nosotros. Queremos milagros ya. Pero como no lo tratamos, no lo conocemos y, por tanto, ignoramos o se nos olvida que sus tiempos no son nuestros tiempos. Esos tiempos de Dios que se nos hacen eternos, porque las pruebas son eso, pruebas que debemos superar para seguir creciendo. 

Este domingo Él saldrá a la calle. Sí, con su Cuerpo sacramentado, pero será Él. Podemos decir que es la procesión de las procesiones. El mismo Dios estará presente, pasará delante de nosotros o, en el mejor de los casos, estaremos a su lado.

¿Estamos dispuestos a ir a su encuentro, a acompañarlo, a hablar con Él, a quererlo, a darle gracias y a pedirle ayuda o consejos? ¿Estamos dispuestos a creer en Él, o seremos tan desagradecidos como siempre? ¿Iremos de corazón con el alma puesta en su presencia, o volveremos a intentar lucirnos de forma estúpida, absurda y vacía? ¿Le daremos lo mejor de nosotros mismos, o volveremos a darle, como mucho, migajas que nos sobran? ¿Confiaremos en Él? 

Piensa que normalmente le damos menos de lo que hacemos por los demás y recibimos de ellos, que ya es bien poco. Pero luego le exigiremos.

Aprovechemos este día de tanto AMOR para que Él transforme nuestro corazón endurecido, herido, insensible y convierta nuestro lamento en baile, nuestro luto en alegría, y así podamos dar ese amor a los demás y a Él. Por que Él, es el verdadero, el único Amor entre todos los amores.


El Señor nos bendiga.

viernes, 11 de abril de 2025

La Luz de la Esperanza


 

Querido Jesús:

Sabemos que la cuaresma es un tiempo de penitencia donde resaltamos el ayuno, la oración y la limosna, a lo que le añadimos la abstinencia de comer carne ciertos días, como el miércoles de ceniza y los viernes. Últimamente está la moda de “sustituir” esos pequeños sacrificios por otros, así como cambiar la limosna de dar unas monedas por otra cosa, como el tiempo.

Muchos de los que se denominan cofrades “vuelven” tras haber desaparecido un año entero, porque hay que montar los pasos, ensayar, limpiar orfebrería, o derretir la cera para la candelería, entre otros menesteres como acudir “obligatoriamente” a los cultos si perteneces a una junta de gobierno, porque la hermandad tiene que estar representada.

Cuando un año tras otro veo tanta superficialidad, supongo que llega el momento en que uno se cansa de esto, no porque no le guste, sino porque no siente que se viva como debería.

Puede ser que siempre me haga mil preguntas. Puede ser que esté en proceso de transformación. Puede ser que vea todo diferente a la mayoría. Pueden ser mil razones, incluso una mezcla de varias, pero desconozco cuál es, a día de hoy.

Esta cuaresma, efectivamente, ha sido distinta. Alejado del mundo cofrade y más cerca de intentar conocer el sentido de todo; algo que se me antoja imposible que quepa tanta magnitud en mi limitada cabeza humana. Sin embargo, hay veces que necesito respuestas. Respuestas que no llegan o no veo porque, posiblemente no sea el momento de saberlas. Pero insisto una y otra vez, como un niño caprichoso que quiere conseguir algo de sus padres.

Sí, mi cuaresma está siendo rara, como todo lo que me rodea.

Sin saber cómo, me he visto envuelto en una maraña que no sé cómo deshacer. Cosas que antes me atraían más, hoy no tanto. Incentivos que tenía, parece que se desvanecen poco a poco, como el humo del incienso que se pierde en el cielo de una estación de penitencia. Aún permanece su olor, pero ya no lo veo.

Miro a mi alrededor y, quizás por no hacer lo que hacen otros tantos, me veo solo. Todos tenemos nuestras ideas personales. Todos nos equivocamos y tomamos decisiones que no son las más adecuadas, pero sin ellas quizás, no aprenderíamos. Somos así, reaccionamos a base de palos, unos más que otros. El miedo también paraliza y de repente pienso: Tus discípulos estaban escondidos por miedo. Sí, puede que haya sido cobarde en muchas ocasiones, pero cuesta trabajo incluso andar por la calle sabiendo y sintiendo que los juicios de la mayoría hacia mi persona van y vienen como las olas a la orilla. Claro que intento hacer lo que tengo que hacer, pero hay días que esto pesa más que otros. Unos días se soportan bien, como si no pasara nada. Otros tienes agujetas del día anterior. Otros, duele aguantar…

Personas que amo y tenía cerca, también parece en estos tiempos que se van alejando cada día más y, de nuevo, me siento solo. Incomprendido. Una vez más pienso: Tus discípulos te abandonaron en el peor momento, hasta te negaron como Pedro. Pero tú continuaste; solo, pero continuaste tu misión.

Cada uno tenemos nuestra misión. La tuya, indudablemente, la más grande que nadie pudiera llevar a cabo. Soportar el peso del pecado de toda la humanidad y salvarla de la muerte. ¿Cuál es la mía? ¿Amar? Yo puedo amar, por supuesto, de hecho, cada día me doy más cuenta que fuimos creados para eso. Y duele, bien lo sabes. Porque es doloroso amar a quienes se apartan. Es complicado amar cuando ves que no encajas en ningún sitio a pesar de los esfuerzos; cuando te sientes abandonado y rechazado pero, ¡qué te voy a contar que Tú no sepas y hayas vivido!

Humillado, insultado, azotado, rechazado, abandonado, solo ante todo. Frío, sin ropa, ensangrentado, herido de muerte, sentado en una piedra esperando pacientemente que te claven en un madero. A tu lado, aunque en la distancia, siempre prudente, tu Madre. Porque así son las madres, siempre acompañando a sus hijos en sus vidas, pendientes a cualquier cosa que les haga falta. ¡También les ha caído una buena misión a ellas!

¡Ay, Jesús! ¡Qué difícil lo veo todo con la fácil que es en realidad! ¡Qué negro lo veo todo, cuando debería verlo iluminado y ornamentado con la mejor paleta cromática!

Noche oscura del alma que no encuentra sentido a nada, que enfría el más cálido de los abrazos, que amarga el más dulce de los besos, que parece apagar hasta los luceros de una mirada, que entristece hasta el contemplar la más hermosa de las sonrisas que jamás pudiera presenciar,…

Noche oscura de cuaresma, en la que busco como un loco entre mi Dolor, encontrar ese pequeño rayo de Luz que salga pronto del sepulcro cuando ruedes la piedra, y me confirme la Esperanza en la que me sostengo.